domingo, 28 de junio de 2009

La Sissi de Bruguera



Con Marita siempre nos encontramos por casualidad. Tomamos café en algún bar de Buenos Aires o de Bragado porque el azar nos reúne. Marita, que fue mi compañera de escuela primaria, tiene una larga cabellera rubia y lacia que siempre me recordó la de las blondas heroínas de los libros que leímos por aquel entonces. Un pelo de oro como el que imaginaba tenía Heidi o Beth la de Mujercitas. En este nuevo encuentro hablamos de los libros que leíamos cuando teníamos diez u once años. Recordamos las aventuras de Sissi, la emperatriz, una zaga que publicaba la editorial Bruguera y que nos fascinaba. Tenía ilustraciones en forma de historieta que se iban alternando con la historia. El autor de las almibaradas novelas de la princesa de Baviera era Marcel D’ Isard, del que no encuentro ningún dato en Internet.
Hablamos de los libros de los tiempos de enfermedad. Cuando caímos en cama por gripes u otros males, la lectura era el mejor refugio para que las horas de obligado reposo fueran un tiempo productivo. Sin televisor -cuando éramos chicas a nadie se le hubiera ocurrido tener un televisor en el cuarto, los que lo poseían lo entronizaban en la sala y lo encendían por la noche después de la cena- y sin Internet, invento que ni siquiera podríamos haber imaginado en los años sesenta. Porque el futuro para nosotras que leíamos ciencia ficción, estaba plagado de autos que volaban y extraterrestres que recalaban en la tierra, pero ni por asomo, en nuestras mentes y en la de ninguno de los autores que leíamos, aparecía esta maravilla que es comunicarse y encontrar información en una computadora.
Pero teníamos los libros. Marita trae el recuerdo de la colección sobre Sissi, historias dulcificadas que nada tuvieron que ver con la verdadera Sissi, que no sólo sufrió de anorexia y vivió preocupada por su físico, sino que soportó el suicidio de su hijo Rodolfo y murió asesinada con una daga por un anarquista cuando estaba por tomar un vapor que la llevaría a Territet.
Los libros que leímos en la infancia son ese país al que podemos volver a través de sus páginas para encontrar nuestros sueños y deseos de niñas.
Busqué en mi biblioteca. Encontré un ejemplar destartalado, “Sissi en el palacio de las hadas”, con 250 ilustraciones anunciadas en su tapa. Por aquel entonces yo escribía copiando el estilo de D’ Isard, plagado de adjetivos, y los personajes que inventaba eran dulces y silenciosos, se besaban todo el tiempo y la armonía reinaba en el palacio.
Por suerte llegó el desorden de los años setenta y pudimos huir de los estereotipos de esa literatura romántica e idealizada, saltando a otros libros y abandonando a Sissi que se quedó en su palacio, cortando flores y mirándose en los espejos mientras nosotras andábamos, por suerte, en otra cosa.

lunes, 22 de junio de 2009

Hablando de espejos


No hay nada más cruel y a la vez más fascinante que un espejo. Quien no haya sentido su acechanza desde la cómoda de un cuarto o desde un comedor penumbroso no puede entender todos los interrogantes que esa superficie plateada genera en quien se para frente a él. Si en el cuento de Blancanieves, la madrastra interrogaba una y otra vez al espejo para que le dijera que ella era la más hermosa, acaso nosotros, como en el cuento de los hermanos Grimm, debemos interrogarlo para encontrar nuestra identidad..
Hay cierta crueldad en los espejos –nadie como ellos nos muestran el paso del tiempo- pero también, si sabemos ver, nos podemos dejar llevar por su magia. El espejo puede transportarnos a otros mundos -inciertos mundos- y descubrir en ellos las puertas de acceso a otras realidades.
Nadie como Borges sabía de espejos. Para él, los espejos como la cópula eran abominables porque duplicaban las cosas. Imagina el poeta que el espejo puede ser el reverso de La moneda de hierro, y su magia radica en que en la sombra de otros buscamos nuestra sombra. Borges se pregunta en este poema por qué un hombre precisa que una mujer lo quiera. Y en ellos encuentra la respuesta: todos en el amor necesitamos vernos reflejados.
Sería inconcebible un mundo sin espejos, sin su fuerza atractiva y misteriosa. Compañeros inseparables de los hombres, ya en la Biblia se los menciona. Los primeros eran de simple latón o de bronce como los que usaron los egipcios, los griegos y los romanos hasta llegar a los magníficos espejos venecianos que empezaron a fabricarse hacia el 1300.
Habitantes de una realidad intangible, los hombres los hemos poblado de fascinación o tristeza. Porque hay hasta espejos que lloran. Lo dice Pascual Contursi en un tango de 1917, Mi noche triste. En él hay un cuarto abandonado, y todos los objetos aparecen desconsolados por la ausencia de la amada. “Calla la guitarra, la catrera se pone cabrera y la luz de la lámpara no alumbra”. Y ahí está el espejo vacío, tan vacío como el corazón del amante desechado.
En un simple espejo de agua, un día Naciso se enamoró de su propia imagen e incapaz de apartarse, se arrojó a las aguas. El agua corre y lleva nuestras imágenes reflejadas mientras recordamos al viejo Heráclito que hablaba del fluir de la vida.
Y Lewis Caroll nos hizo, junto a Alicia, pasar a través de un espejo donde se veía otra casa con todos los objetos invertidos. Un espejo que se va ablandando como una gasa y nos lleva a un mundo que se disuelve como una clara bruma plateada. La casa del espejo es otra casa siendo la misma. Si miramos los espejos de nuestras casa también podemos ver ese otro lado de los objetos familiares muestran otra cara.
Y están los espejos de la literatura que duplican al mundo, porque la ficción es un simulacro del espejo. Cada página de novelas y cuentos recrea múltiples realidades.
Mirarse en los espejos es también conocerse, repensar y reordenar la memoria. Un país debe mirarse en los espejos de la historia no sólo para saber cuál es su verdadera cara, sino para no repetir los viejos y conflictivos errores. Bradbury, que nos contó en Fahrenheit 451 cómo sería una humanidad sin libros y sin memoria le hace decir a uno de los personajes que logra escapar de la hostilidad de un mundo de olvido permanente que, para reconstruir la humanidad, es necesario fabricar espejos y mirarse. “Construiremos ante todo una fábrica de espejos, y durante un año no haremos más que espejos, y nos miraremos largamente.”
En los viejos cafetines siempre anda rondando el recuerdo de un país y un amor, dice Homero Expósito. Y en la luna azogada de esos espejos brumosos de tantos bares inciertos, van quedando las imágenes de los que ya no vuelven.

jueves, 11 de junio de 2009

Gaiman y la pasión por la lectura: XXV Feria provincial del libro de Chubut


En Gaiman, Chubut, hay una casa de piedra, la primera que dio origen al pueblo construida en 1874 y que aún hoy está en pie. Hay un túnel de 1904 que es una oscura caverna por la que pasaba el viejo tren. Un túnel de más de doscientos metros que atraviesa las bardas y que aún habla de aquellos tiempos en que el ferrocarril dio origen a las ciudades de Trelew y de Puerto Madryn. Hay casas de té que reviven la ceremonia que incorporaron los colonos galeses y donde se puede disfrutar no sólo de esa infusión sino también de la típica torta negra, los escones, el pan casero, las tortas de chocolate y de fruta.
En Gaiman las calles anchísimas están llenas de misterios y de historias de esforzados pioneros que convirtieron a la soledad de la meseta patagónica en un lugar fascinante y de los pueblos originarios, los tehuelches, que compartieron en armonía una difícil geografía. En la plaza pasan los canales que se construyeron en 1867 y que circundan el valle, diseñados para llevar el agua desde el río Chubut a las tierras cultivables.
Como esos esforzados pioneros, la Comisión directiva de la Biblioteca Ricardo Jones Berwyn trabaja cada año incansablemente por amor a los libros, a los escritores y a sus mundos organizando la Feria Provincial del libro de Chubut. Estella Marys Dodd es su presidenta y este año reeditó la número 25. Su lema fue “25 años entre libros y lectores”.
Celebrada del 4 al 7 de junio último, la Feria reunió a un multitudinario grupo de escritores, actores y cantantes que se dieron cita para hacer talleres, leer sus poemas, presentar libros, dar charlas y conferencias.
Instalada en el Gimnasio Municipal, la inauguración contó con la presencia de autoridades provinciales y nacionales. Como no podía ser menos en un lugar donde la literatura circula con naturalidad, en una pequeña ciudad donde no sólo hay una feria del libro de importancia regional sino también un festival anual de canto y poesía, el Eisteddford, el intendente, que es profesor en letras, habló de la locura de leer invocando al Quijote.
Llegué a Gaiman con la sensación de haber arribado a una geografía mítica y desolada. Me encontré con personas amables y cultas. En el marco de la feria di un curso sobre Literatura infantil y juvenil a docentes de la zona - maestras, bibliotecarios- que me demostraron que en cualquier rincón del país, la escuela es el lugar de la esperanza, el territorio en el que la cultura se recrea y el amor a la lectura se comparte. Con los treinta docentes que asistieron al curso -aprobado por el Ministerio de Educación de Chubut - hablamos de la aventura de leer y pensar la literatura que compartimos con nuestros alumnos y sentimos, durante esas jornadas y en el resto de las actividades de la Feria, la potencia liberadora de la palabra.
Actividades como las que ocurrieron en Gaiman reavivan la pasión por la lectura, el deseo de democratizarla, de hacerla libre y abierta para todos.
La noche del domingo, mientras subía al avión para emprender el regreso, miré la enorme luna que alumbraba el paisaje patagónico y pensé que las imágenes y las historias que llevaba en mi memoria no se iban a borrar más.
Con la misma pasión que trajeron los galeses llegados en el velero Mimosa en 1865, los integrantes de la Comisión organizadora de la Feria trabajan año a año para hacer tangibles los mundos de la imaginación.

martes, 2 de junio de 2009

AL SUR DE LA FRONTERA AL OESTE DEL SOL de Aruki Murakami

Sobre el final, esta novela de Murakami propone varias lecturas. Uno puede leerla como una novela de enigma, Shimamoto desaparece y su vida extraña, misteriosa queda para que el lector resuelva esos misterios barajando posibilidades: padecía una enfermedad terminal, era víctima de alguien a quien debía su existencia, etc. Pero puede leerse también como una novela sobre la identidad y Shimamoto es un personaje de ese otro mundo, el de los sueños, el de los deseos insatisfechos, el de los conflictos existenciales, creación de la imaginación de Hajime.
Si hacemos una lectura desde lo fantástico –todo obra es plurisignificativa y susceptible a múltiples interpretaciones- podemos pensar en los rastros que va dejando el autor para decirnos que su amiga reencontrada es algo así como la encarnación de sus tendencias autodestructivas: el sobre con el dinero que le dan al protagonista el día que la sigue y que, años después no puede encontrar, la misteriosa desaparición de Shimamoto de la casa, la noche que pasan juntos, el manto de misterio que envuelve su vida y sobre todo las alusiones a la sensación de vacío y atracción hacia la muerte que describe el protagonista en dos ocasiones cuando está con ella.
En el título acaso está la clave, las fronteras siempre son no lugares, espacios de vacío. Hajime llega a la frontera de su propia existencia pero no la traspasa, se recupera y rearma su vida. Es esa frontera de irrealidad que le propone esa relación, es ese punto que media entre realidad y fantasía y que a veces nos confunde. Al oeste del sol alude a la historia de los campesinos de Siberia que caminan hacia el oeste sin pensar en nada, como se supone lo hará la propia Shimamoto.

Desde esta lectura, la novela nos habla de la incertidumbre de la vida y de los momentos en que la realidad nos hace navegar en esas fronteras donde a veces, solo a veces, reencontramos el camino de regreso.