viernes, 23 de noviembre de 2012

El hombre del gabán de María Cristina Alonso

(Palabras de la Licenciada Marta Pasut para la presentación de la novela en el Centro Cultural Florencio Constantino)



El hombre del gabán no es una biografía ni una novela histórica. Hay en ella, sí, muchísimas referencias que pueden ser corroboradas en cualquier bibliografía específica. Por la novela desfilan el escritor Miguel de Unamuno; Enrico Carusso; Eduardo Zamacois; el payador Gabino Ezeiza; algunos bragadenses como Ramoncito Ibarra, Pito Blanch, Andrés Barrera, los hermanos Islas, Electo Urquiza… Por sus páginas volvemos a revivir hechos que alguna vez hemos conocido: la inauguración de este teatro, la invención de kinestocopio, las guerras carlistas, las inundaciones de Bragado en el 13…

La trama nos lleva por los lugares que recorrió Constantino. A través de ella despedimos al siglo XIX y entramos al XX, deambulando con el cantante por los teatros de Buenos Aires, Nueva York, Varsovia, Moscú, mientras en nuestros oídos resuenan las notas de La Bohéme, Rigoletto, Tosca, Lucía de Lamermoor…
Pero entre esos lugares rastreables, entre esos nombres y hechos reconocibles, aparecen también Miguelito, Rosa, Pierre, Paco, personajes entrañables inventados por la autora. Ella ha creado el mundo de todos estos seres, y ha ido transitando por sus pensamientos.
Y estas son las licencias que permite la literatura. Porque, en definitiva, no se escriben novelas para contar la vida sino para transformarla, añadiéndole algo.
A lo largo del proceso de escritura, Cristina Alonso ha buceado por los más diversos mares. A través de ellos fue recorriendo el tiempo en que vivió Florencio Constantino. Cada paso dado le abrió nuevas puertas: tuvo que penetrar por ellas al mundo de los autómatas, a los terrenos de la ópera, al país de los sueños, para llegar también al lugar de la locura.
Y de esa amalgama entre verdades y mentiras, nació El hombre del gabán.
En la página 75, Constantino le pregunta al Dr. Venancio Macías “¿De qué otra manera puede contarse la hazaña de saltar de una trilladora en las pampas argentinas, a la ópera -que es un arte excelso del que disfrutan las clases pudientes-?”
Y esta pregunta es la que también ha de haberse planteado Cristina, con todos los materiales sobre la mesa. La manera que ella elige es contar esta vida desde los momentos finales del tenor, en los desvaríos de la locura. Y -desde ahí- se expande a toda su trayectoria. Coloca a Constantino en el Instituto para enfermos mentales Lavista, en el DF de México, allí, donde el Dr. Macías está escuchando la historia del tenor, porque le interesa esa vida y se plantea, también, cómo contarla.
La autora decide empezar desde atrás y –a través de sucesivos flash back- el lector va recuperando pasajes importantes de la vida del protagonista. Esos saltos hacia atrás están contados por distintas voces: Luisa, la primera mujer; Miguel de Unamuno, la corista Hontabot, Mendizábal, Miguelito…
Y así nosotros, los lectores, vamos configurando ese universo.
Las novelas mienten –es cierto- pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que sólo puede expresarse encubierta, disfrazada de lo que no es.

El mérito de esta novela es revivir a Constantino, sacarlo de un mero dato en una cronología y darle la envergadura de un ser de carne y hueso. De ahí que suframos con su padecimiento y nos hagamos más conscientes de la fragilidad humana y de las veleidades de la fortuna o de la fama.

En esta historia, Constantino tiene un sueño recurrente. Sueña con que el teatro se inunda. El agua anega el subsuelo y las paredes se resquebrajan. Tal vez lo que veía en sus sueños era muy parecido a lo que creó Ernesto Pereyra para esta tapa. El teatro ha sido construido en el barrio de las ranas, no lejos de la laguna, tan a merced de las inundaciones –piensa Constantino muy cerca de su muerte-.
Podríamos decir que esos sueños –de alguna manera- preanunciaban la decrepitud en que cayó el edificio durante algún tiempo.
Pero los años nos han dado la posibilidad de ser testigos de una gran reparación. Hoy estamos presentando una novela sobre el tenor en un Teatro Constantino impensado para Bragado.
Desde algún lugar, este Florencio Constantino que protagoniza la novela y aquél que la ha inspirado han de sentirse totalmente satisfechos.

Yo los invito a que conozcan a este hombre del gabán. A que se sumerjan en estas páginas y se dejen ganar por la ilusión novelesca. Solo así, conociéndolos, los sueños de Constantino seguirán haciéndose realidad.


sábado, 17 de noviembre de 2012

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Del Templo de las Artes en California al Complejo Cultural Florencio Constantino en Bragado

A veces los sueños tardan cien años

En 1918 Florencio Constantino está en California y ya casi se ha retirado de los escenarios. Sus últimos años norteamericanos han sido duros, le han acarreado demandas, juicios, achaques y sinsabores. Pero todavía tiene sueños y algo de dinero para concretar una vieja idea: la creación de una escuela donde se enseñe arte.

El tenor, que todavía conserva su fama, ha tenido siempre la vocación de acercar el arte al pueblo. Él es un hombre del pueblo aunque su voz le haya permitido codearse con reyes, aristócratas e intelectuales. Cree en la necesidad de la formación musical de la niñez para desarrollar talentos, sobre todo de los hijos de las clases más pobres. Acaso recuerde su infancia tan huérfana de estímulos musicales.

En 1918, cuando en Europa finaliza la Gran Guerra y la gripe española viaja en las gargantas de los soldados que han luchado en el frente, el proyecto de Constantino, que dio en llamarse Temple of Arts, está en marcha. Un conservatorio que se convierte en lugar para recitales y conciertos organizados por los profesores de la casa.

Constantino ha equipado el edificio con escenarios y escenografía que incluye decorados varios: jardín, palacio, bosque, salón. El cuerpo docente es selecto. Ha conseguido que Theodore Roberts, un actor de Hollywood que ya tenía una carrera en el cine mudo y el escultor italiano Carlo Romanelli que vive en Los Ángeles desde 1902 se integren al plantel de profesores

Su idea consiste en abarcar todas las artes, por eso la institución cuenta con cuatro departamentos. El de Música cuyo director es el mismo Constantino y en el que se enseña canto, piano, órgano, Contrapunto y Armonía, Orquesta y Banda de música, violín violoncelo y arpa.

Del departamento de danzas es responsable Mme Matildita, el de Lenguas modernas y Literatura, un profesor de apellido Rosado (se enseñaba español, italiano, francés y alemán). El de Bellas Artes queda a cargo del escultor Romanelli que ha tallado la placa de bronce que representa a Madame Cadillac llegando a Detroit en canoa desde Quebec y que se luce en Cadillac Center Station.

El Departamento de teatro, bajo la dirección del Theodore Roberts, actor y estrella de cine, tiene un atractivo acorde con los tiempos que corren. Además del entrenamiento habitual que realiza todo actor para su formación, se anuncian clases de filmación. Los futuros intérpretes viven la experiencia de ser filmados en estudio y en exteriores en los escenarios que Mr Roberts prepara. Luego, los alumnos ven sus propias filmaciones en una pantalla. Un templo de las Artes a tono con el éxito arrollador que tiene el cine mudo, que es la fuente de esparcimiento más importante de los norteamericanos y con la industria cinematográfica que se consolida con la fundación de los primeros estudios grandes en Hollywood, California (Fox, Paramount, y Universal).

En el Templo de las Artes de Constantino muchos alumnos sueñan con ser tan populares como Charles Chaplin, firmar contratos millonarios como lo hace Mary Pickford y salir fotografiados en la revista Photoplay.

El enero de 1918, la revista Pacific Coast Musician asegura que El Temple of Arts reporta un gran número de inscripciones para ser su primer año. La fama de Constantino atrae alumnos del Este y del Oeste de la región. Muchas de las clases que se dictan semanalmente son gratuitas porque Constantino cree en la necesidad de acercar el arte al pueblo y se organizan conciertos a beneficio para los soldados que regresan de la guerra o de la Cruz Roja.

Cuando en 1919 Florencio Constantino muere en México en el sanatorio para enfermos mentales Lavista de Tlalpan, el sueño del Templo de las Artes se derrumba. Cien años después, en aquel teatro que el tenor construyera en su pueblo de los comienzos, Bragado, que ha sufrido a lo largo de los años una suerte adversa y ha estado a punto de ser derrumbado, se reinaugura el Centro Cultural Florencio Constantino.

Un espacio que no sólo contiene la sala destinada a la lírica, sino que alberga otra sala de teatro, un microcine, una sala de conferencias y áreas específicas para ballet, música y pintura, archivo y biblioteca.

A veces los sueños de los hombres tardan cien años en concretarse. El 25 de noviembre, cuando se reinaugure oficialmente el complejo, aquella idea de un Templo de las Artes dedicado al pueblo encontrará su cauce.