lunes, 30 de agosto de 2010

Literatura Juvenil: Libros “divertidos”

Pablo De Santis, en un reciente reportaje aparecido en la revista ADN a raíz de la publicación de su último libro, Los anticuarios, confiesa que sigue leyendo básicamente libros divertidos. Libros que potencian la imaginación, que entretienen, que dan felicidad. De eso se trata cuando el docente debe pensar un corpus de lecturas para sus alumnos.
Los chicos de la secundaria a los que suele endilgarse el mote de no lectores, son jóvenes que deben encontrarse con libros que los conmuevan, potencien su imaginación, les permitan construir su subjetividad, pensarse a sí mismos y pensar el mundo.
Uno de los caminos para lograr un hábito lector en los adolescentes lo proporciona la llamada Literatura Juvenil, ese género que ha alcanzado entidad propia a partir de la construcción de un público, el joven de 12 a 17 años y el surgimiento de autores especializados.
Si bien muchos de los textos que el mercado editorial propone al público juvenil están pensados para satisfacer demandas extraliterarias -abordan temas que suponen atender los intereses adolescentes, imitar su lenguaje, educar en valores- han surgido obras que proponen rupturas y una apuesta a lecturas más enriquecedoras.
Al margen de los libros que los jóvenes de todas las épocas se han apropiado y que no estaban originariamente destinados a ellos como Los viajes de Gulliver o El cazador oculto de Salinger por citar dos obras alejadas en el tiempo, hay en el mercado textos que permiten que los jóvenes consigan el hábito lector, formen un pensamiento crítico, mejoren su competencia comunicativa. Libros que huyen de la moralina y de la reproducción de la ideología de la sociedad dominante.
Libros “divertidos” que no renuncian a la calidad literaria y que se convierten en literatura de transición y no en literatura sustitutiva. Autores como Pablo De Santis, Ema Wolf, Marcelo Birmajer, Graciela Cabal, Silvia Schujer, Liliana Bodoc, María Tresa Andruetto, Ana María Shua, son algunos de los escritores que abordan el género con obras de auténtica calidad literaria.
Por otro lado está la literatura que consumen los jóvenes por fuera de la institución escolar, esa literatura que impone el mercado y que elimina al mediador ligado al mundo de la enseñanza , libros pensados para una sociedad globalizada construidos dentro de una lógica de marketing.
Estos libros, como la saga Crepúsculo de Meyer, producen mecanismos de seducción del público lector que ya fueron utilizados por las novelas de folletín del siglo XIX, como lo señala la especialista Gemma Lluch en su libro “Cómo analizamos relatos infantiles y juveniles”. Relatos de estructura abierta, que alimentan la añoranza de futuro, de nuevos libros, aparición de clones, proliferación de foros de Internet, creación de suspense a través de episodios que contienen información justa y la identificación del mundo narrado con el mundo del lector.
En las antípodas, Liliana Bodoc, una de las narradoras argentinas de relatos juveniles, sostiene en su artículo “Literatura juvenil sin incomodidad” que la LJ no debe ser divulgación literaria ni preparar a los jóvenes para la gran literatura, que no es precalentamiento sino pleno juego, aquella que como la adulta es capaz de producir una crisis en el lector.

viernes, 27 de agosto de 2010

Escrituras desde el encierro. Víctor Segovia, el minero chileno escribe y espera


En las profundidades de la mina chilena de San José, uno de los mineros, Víctor Segovia, escribe diariamente lo que va ocurriendo desde el día del derrumbe.
Registrar la vida en situaciones límite, cuando se está impedido de volver al mundo y a la libertad es un antídoto contra la desesperación, una manera de registrar lo vivido a través de la palabra escrita para que la experiencia sobreviva al tiempo. Escribir para dejar testimonio, para que esa vivencia extrema tenga un sentido, para sobrevivir a la claustrofobia.
Ana Frank, la chica judía que vivió casi dos años encerrada junto a su familia en el ático de la calle Prinsengrach en Ámsterdam inició su diario para tener un receptor amigo a quien confiarle sus sueños y problemas de adolescente, y terminó escribiendo uno de los testimonios más conmovedores de del Holocausto.
“El papel es más paciente que los hombres” anotó Ana en la entrada del sábado 20 de junio de 1942, cuando aún estaba en libertad y buscaba en las páginas del diario al amigo a amiga que pudiera leerlo y entenderla.
Víctor Segovia, cuando toma el papel y la lapicera para narrar la vida cotidiana de los 33 mineros encerrados, dibuja entre las sombras, las letras que devuelven a la experiencia su significación. Todo suceso, por pequeño que sea, amerita un relato. Somos seres narrativos por excelencia, nuestras vidas están tejidas con narraciones, con historias que nos contamos y nos cuentan. A partir de ellas dejamos huellas de nuestro estar en el mundo.
En la oscuridad del submarino ruso Kursk, hundido el 12 de agosto de 2000, refugiado en el compartimento 9 y sabiendo que ya no había remedio y morirían todos los tripulantes, el teniente Dimitri Kolesnikov de 27 años escribió apresuradamente una carta a Dora, su mujer, para registrar sus sentimientos frente a la muerte inminente: "Cuando llegue la hora de morir, pese a que intento no pensar en ello, querría haber tenido tiempo para decirte querida, te amo”. Y agrega "Escribo esta nota en la oscuridad". Luego envolvió el papel en un nylon para que no se mojara y perduraran sus palabras.
Toda escritura es siempre una forma de la libertad. Mientras escribe, Víctor Segovia acorta los días que lo devolverán a la luz.

lunes, 9 de agosto de 2010

Visita a la ESMA


En una reciente capacitación destinada a los docentes del Programa Jóvenes y Memoria de a Comisión Provincial por la Memoria, realizada en el ESPACIO PARA LA MEMORIA Y PARA LA PROMOCIÓN Y DEFENSA DE LOS DERECHOS HUMANOS- ex centro clandestino de detención y exterminio Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) - no s llevaron a los docentes a hacer una visita guiada por lo que fue uno de los centros clandestinos de detención de la última dictadura militar argentina más siniestros, e irracionales.
Los espacios de memoria tienen voces silenciosas que interpelan a quienes los visitan.
Pueden leerse miles de testimonios, ensayos, ver fotos, películas, pero la experiencia de caminar por los lugares donde la degradación del ser humano era moneda corriente, donde la vida no valía nada, cambia la perspectiva del visitante. Como muchos otros lugares donde los derechos humanos fueron violados por el poder de un estado represor y terrorista, quien entra por primera vez a la ESMA no sale de la misma manera. Hay algo en el interior de quien camina por los pasillos de la “capucha” o del sótano donde se torturaba insistentemente y sin lógica, que se quiebra. Saber que uno está mirando los lugares donde tres décadas atrás estuvieron los prisioneros esperando la muerte, inmóviles, engrillados, hambrientos, es una sensación indescriptible, un viaje hacia las tinieblas y también una manera de comprender que recordar es un imperativo de los docentes como tributo a las próximas generaciones.
Una guía explicaba cómo era la vida cotidiana en la denominada “capucha”. Se escuchaba el rumor de los trenes que pasaban cercanos. El mismo rumor que acompañaría a aquellos que estuvieron secuestrados. Por una ventana entraba la luz, pero en aquellos tiempos estaba tabicada. A través de la voz de la guía reconstruíamos el grupo de docentes los días de los prisioneros sumidos en la oscuridad. Un silencio espeso y opresivo nos inundaba.
A uno de los visitantes le sonó el teléfono celular y, en lugar de acallarlo se puso a hablar de banalidades a viva voz, paseándose con el teléfono en la oreja como si estuviera en una plaza o en la calle. Muchos intentamos acallarlo, pero el tipo seguía solucionando sus cuestiones personales rompiendo ese momento de constricción y recogimiento que todos experimentábamos. Cuando uno presencia comportamientos así en los docentes, pierde inevitablemente la fe.
Mientras la guía seguía explicando la mecánica del horror recordé que frente a la indiferencia de muchos siempre están las palabras. Y pensé en lo que escribió Jorge Semprún, sobreviviente del campo nazi de Buchenwald, al contar en su libro “La escritura o la vida” su experiencia concentracionaria :”Puede decirse todo de esta experiencia. Basta con pensarlo. Y con ponerse a ello. Con disponer del tiempo, sin duda, y del valor de un relato ilimitado, probablemente interminable, iluminado –acotado, también, por supuesto- por esta posibilidad de proseguir hasta el infinito.”