No son tan frágiles
como se las imagina. Les regalan flores, pero ellas tienen ocupadas las manos
con hijos, trabajos, ropa para lavar, cuentas por pagar, proyectos que
realizar.
Las piropean el día
internacional de la mujer, pero ellas quieren escuchar justicia, quieren que no las golpeen, que no
las discriminen, que no las aparten de sus hijos, que no las humillen.
Les dicen que son
las reinas de la creación, pero después las obligan a tener hijos no deseados,
a cobrar salarios de hambre, a rendir examen todo el tiempo.
Sin embargo las
mujeres, sin cuarto o con cuarto propio -como sostenía Virginia Wolf a
comienzos del siglo XX- han tenido que luchar palmo a palmo su derecho a no ser
discriminadas en este mundo que a veces parece hecho sólo para los hombres.
Se confunden los que piensan que el
día de la mujer se celebra con las habituales frases hechas que exaltan su
fragilidad, su dulzura, su pertenencia al bello sexo. El día de la mujer tiene
un origen militante. La
fecha conmemora una manifestación femenina reprimida salvajemente, en la ciudad
de Nueva York (EE.UU.), el 8 de marzo de 1857. Ese día, cientos de mujeres de
una fábrica de textiles habían organizado una marcha en contra de los bajos
salarios y las condiciones inhumanas de trabajo.
También en el mismo día, pero 52 años
más tarde, Nueva York fue de nuevo testigo de las protestas de miles de mujeres
trabajadoras.
A lo largo del siglo XX las mujeres han
encabezado protestas de diversa índole y cada nuevo escalón en la consecución
de sus derechos ha sido una dura batalla.
En un día como hoy
las protagonistas son aquellas que, rompiendo viejos mandatos, se animaron a
enfrentar el cerrado orden masculino.
El día de la mujer
está cubierto con los pañuelos blancos de las madres que, marchando alrededor
de la pirámide de Mayo, arriesgaron sus vidas para clamar por sus hijos
desaparecidos. Tiene la perseverancia de las Abuelas, que siguen rastreando a
sus nietos tantos años después. Y la voz de esas madres que piden justicia por
sus hijos víctimas de la violencia en una sociedad cuya única ley es la de la
selva.
El día de la mujer
tiene la fuerza de esas otras que escriben o pintan, o estudian en las
mezquinas horas que les dejan sus trabajos agobiantes. Y la de ésas, que crían
solas a sus hijos cuando los hombres rehuyen sus obligaciones.
Tiene la melodía de
aquellas que cantan a contrapelo de la
realidad, y de las que -con paciencia- enseñan las primeras letras, y de las
que se abren paso, a codazos o como pueden.
El día de la mujer
es, además, Alfonsina Storni defendiendo su derecho a ser poeta, madre soltera
e independiente; o Sor Juana, la docta, que se consagró a la iglesia para poder
dar rienda suelta a sus enormes ansias de saber en tiempos en que sólo había
dos lugares para la mujer, la casa y el convento. Y ni aún en el convento la
dejaron tranquila con sus libros.
Y es Aurora Dupin,
haciéndose llamar George Sand para
publicar sus novelas y vistiéndose de hombre para asistir a los cafés parisinos
del siglo XIX.
Y también Juana
Manuela Gorriti, escritora y patriota, intentando vivir de la literatura no
sólo con cuentos fantásticos sino también con libros de recetas de cocina.
Y las otras, las
científicas, las sufragistas, las maestras, las políticas que no se corrompen,
las que todos los días salen a ganarse el pan. Y también las que padecen la
violencia, el hambre, la desnutrición, el analfabetismo, la discriminación.
Las conocidas y las
anónimas.
También es mi
abuela, aprendiendo -en aquella aldea
gallega- a leer y a escribir detrás de una puerta porque su padre, el maestro,
sólo impartía las primeras letras a los hombres.
Y es la fidelidad
de mi madre, pilar de una casa hasta que le dieron las fuerzas. Y mis amigas y
colegas que todos los días pelean por un espacio de libertad, por no ser
humilladas, por no reproducir los modelos machistas que aún hoy imperan.
No son flores, entonces, lo que ellas
esperan. Ni siquiera que exista un día de la mujer. Esperan un mundo más justo,
una esperanza tan desmedida como las batallas que fueron ganando a
regañadientes.