jueves, 6 de marzo de 2014

Día internacional de la mujer. No son flores lo que las mujeres reclaman

Mujeres.
No son tan frágiles como se las imagina. Les regalan flores, pero ellas tienen ocupadas las manos con hijos, trabajos, ropa para lavar, cuentas por pagar, proyectos que realizar.
Las piropean el día internacional de la mujer, pero ellas quieren escuchar  justicia, quieren que no las golpeen, que no las discriminen, que no las aparten de sus hijos, que no las humillen.
Les dicen que son las reinas de la creación, pero después las obligan a tener hijos no deseados, a cobrar salarios de hambre, a rendir examen todo el tiempo.
Sin embargo las mujeres, sin cuarto o con cuarto propio -como sostenía Virginia Wolf a comienzos del siglo XX- han tenido que luchar palmo a palmo su derecho a no ser discriminadas en este mundo que a veces parece hecho sólo para los hombres.
Se confunden los que piensan que el día de la mujer se celebra con las habituales frases hechas que exaltan su fragilidad, su dulzura, su pertenencia al bello sexo. El día de la mujer tiene un origen militante. La fecha conmemora una manifestación femenina reprimida salvajemente, en la ciudad de Nueva York (EE.UU.), el 8 de marzo de 1857. Ese día, cientos de mujeres de una fábrica de textiles habían organizado una marcha en contra de los bajos salarios y las condiciones inhumanas de trabajo.
También en el mismo día, pero 52 años más tarde, Nueva York fue de nuevo testigo de las protestas de miles de mujeres trabajadoras.
A lo largo del siglo XX las mujeres han encabezado protestas de diversa índole y cada nuevo escalón en la consecución de sus derechos ha sido una dura batalla.
En un día como hoy las protagonistas son aquellas que, rompiendo viejos mandatos, se animaron a enfrentar el cerrado orden masculino.
El día de la mujer está cubierto con los pañuelos blancos de las madres que, marchando alrededor de la pirámide de Mayo, arriesgaron sus vidas para clamar por sus hijos desaparecidos. Tiene la perseverancia de las Abuelas, que siguen rastreando a sus nietos tantos años después. Y la voz de esas madres que piden justicia por sus hijos víctimas de la violencia en una sociedad cuya única ley es la de la selva.
El día de la mujer tiene la fuerza de esas otras que escriben o pintan, o estudian en las mezquinas horas que les dejan sus trabajos agobiantes. Y la de ésas, que crían solas a sus hijos cuando los hombres rehuyen sus obligaciones.
Tiene la melodía de aquellas que cantan  a contrapelo de la realidad, y de las que -con paciencia- enseñan las primeras letras, y de las que se abren paso, a codazos o como pueden.
El día de la mujer es, además, Alfonsina Storni defendiendo su derecho a ser poeta, madre soltera e independiente; o Sor Juana, la docta, que se consagró a la iglesia para poder dar rienda suelta a sus enormes ansias de saber en tiempos en que sólo había dos lugares para la mujer, la casa y el convento. Y ni aún en el convento la dejaron tranquila con sus libros.
Y es Aurora Dupin, haciéndose llamar George Sand  para publicar sus novelas y vistiéndose de hombre para asistir a los cafés parisinos del siglo XIX.
Y también Juana Manuela Gorriti, escritora y patriota, intentando vivir de la literatura no sólo con cuentos fantásticos sino también con libros de recetas de cocina.
Y las otras, las científicas, las sufragistas, las maestras, las políticas que no se corrompen, las que todos los días salen a ganarse el pan. Y también las que padecen la violencia, el hambre, la desnutrición, el analfabetismo, la discriminación.
Las conocidas y las anónimas.
También es mi abuela,  aprendiendo -en aquella aldea gallega- a leer y a escribir detrás de una puerta porque su padre, el maestro, sólo impartía las primeras letras a los hombres.
Y es la fidelidad de mi madre, pilar de una casa hasta que le dieron las fuerzas. Y mis amigas y colegas que todos los días pelean por un espacio de libertad, por no ser humilladas, por no reproducir los modelos machistas que aún hoy imperan.

No son flores, entonces, lo que ellas esperan. Ni siquiera que exista un día de la mujer. Esperan un mundo más justo, una esperanza tan desmedida como las batallas que fueron ganando a regañadientes.