No sólo era su voz radiofónica, cavernosa, salida de un
radioteatro de los 50. No sólo era su porte juvenil a pesar de los años, ni la
sonrisa que se descolgaba de su boca como una luna de crayón con las puntas
para arriba.
No sólo eran sus historias que parecían escapadas de la
Mil y una noches, una avalancha de mujeres gráciles y fantasmales, príncipes
japoneses con farolitos encendidos en jardines dibujados con sombras y oliendo
a frutas salvajes.
No sólo eran sus poemas que hablaban de lo inasible, de
eso que se nos escapa cuando creemos tener la servilleta puesta para asistir al
festín de la vida. Versos en los cuales siempre había un barco verde alejándose
en un mar de jade. Su mar, el que veía desde la ventana de su oficina en el
sur.
No sólo eran sus relatos de médico que además de hendir el bisturí cura con la
palabra y escribe en su recetario otros posibles itinerarios para que no duela
la vida.
No sólo era ese hombre que escribe que camina solo por la
playa para descifrar caracolas y fósiles marinos.. Era el que traducía el rumor de
las olas, pasaba a palabras humanas el idioma de los abismos.
Me han dicho que se ha ido esta madrugada. El mar está en
silencio. Pero sólo hasta que todos nos acostumbremos a su muerte y volvamos a
escuchar los relatos que sigue narrándonos con su voz de marinero.