martes, 9 de septiembre de 2008

Cosas que les digo a mis alumnos

Les aseguro a mis alumnos que leer es ganarse amigos, que en el mundo paralelo de nuestras lecturas hay una banda esperándonos en lugares de increíble belleza a veces, y muy poco recomendables, otras. Porque la lectura ha poblado nuestra imaginación y le ha dado sentido a nuestro mundo cargándolo de referencias.
Les digo, hay un tipo que se llama Philip Marlowe. Es un duro, siempre anda con un cigarrillo colgado de la boca y mira desde un bar como atardece en Los Ángeles. Es decente aunque le ha tocado vivir en una época, los años cuarenta, donde el dinero todo lo compra -hasta las conciencias- y acechan por doquier gangsters, mujeres demasiado bellas y estafadores. A veces recibe un golpe. Pero él tiene la lengua filosa y habla con una ironía que mata. Es un buen compañero, Marlowe, lo inventó un escritor norteamericano, Raymond Chandler, cuando ya pasaba los cuarenta. Ideal para andar en su compañía por callejones solitarios, en puentes malolientes, en bares poco iluminados.
Hay un escritor, les cuento a mis alumnos cualquier mañana de ésas, que no era un intelectual a la manera convencional. Usaba overol, martillaba todo el día en el fondo de la casa, construía sus propias canoas para remontar el Paraná y hasta inventó una máquina para matar hormigas que terminó en una explosión ante la mirada azorada de los potenciales compradores. Le gustaba la selva, escribía en Misiones, en una casa que había construido con sus propias manos, los mejores cuentos de todos los tiempos. Y entonces salimos a buscar a Horacio Quiroga por cualquiera de las páginas de sus libros de cuentos.
Otro, decía que una novela terminada era como un león muerto. Bebía, escribía y boxeaba. Escribió una novela heroica sobre un viejo pescador cubano y un pez que le insumía todas sus fuerzas. Se llamaba Ernest Hemigway y era maestro en demostrar que hay derrotas que, en el fondo, son triunfos. Con él solemos aprender que no hay nada más importante que resistir.
Navegando entre palabras remamos hacia las islas literarias. Somos Robinson Crusoe encontrando la huella marcada en la arena, somos el fugitivo de La invención de Morel enamorándonos de la esquiva y lejana Faustine, desconsoladamente solos, en un mundo de imágenes virtuales.
Un profesor, un maestro es, en todo caso, un lector entrenado que da de leer. Un arbitrario lector que entrega sus héroes, sus islas, sus amores contrariados, sus tesoros secretos. Alguien que selecciona de la gran biblioteca del mundo algunos ejemplares para que sus alumnos entren en el paraíso de la lectura. Sólo eso.

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