domingo, 19 de julio de 2009

La noche en que llegamos a la luna


Cada uno de los de mi generación llegó a la luna de diferentes maneras. Era un 20 de julio de 1969. Teníamos un televisor precario, en blanco y negro que a veces “se veía”, y otras no, gracias a una antena altísima erigida en el techo de la casa y que captaba las misteriosas imágenes y los extraños sonidos del mundo.
Por allí, por ese televisor en blanco y negro que estaba en el gélido y oscuro comedor de mi infancia, descendió Neil Amstrong sobre la superficie lunar. Tal vez esa medianoche le saltó alguna chispa de la estufa donde estaban encendidos los leños y chamuscó su traje plateado. A lo mejor escuchó el ladrido de mi perra de entonces. Era una noche de milagros y la larga espera fue gratificada con las imágenes del descenso que un fotógrafo amigo de mi padre tomó del televisor.
En el 69 tenía catorce años, ya Bradbury había entrado en mi vida y los libros de ciencia ficción que devoraba por aquel entonces empalidecían ante esa imagen, en vivo y en directo, de un hombrecito con escafandra que descendía por la escalera de un aparato un poco más complejo que una lata de tomates.
Recuerdo que mandé una carta a la NASA y me enviaron un sello conmemorativo. No lo conservo. Pero sí han quedado esas fotos que el amigo de mi padre sacó del televisor en tiempos en que la reproducción de imágenes era una cosa compleja, en tiempos en que los prodigios de la ciencia nos dejaban sin aliento.
Todos nos fuimos esa noche de hace cuarenta años, a dormir pisando la luna, aunque nuestras huellas se fueran borrando con los vientos de los años, que ya se sabe, soplan cada vez más fuerte.

lunes, 13 de julio de 2009

El viento del Este trae la voz de Constantino




(Historia del tenor Florencio Constantino contada para niños. Integra el volumen Historia de inmigrantes, de María Cristina Alonso - Marta Pasut, Ilustraciones: Mirella Musri, Colección La Flor de la Canela, Editorial Homo Sapiens, 2005)




A fines del siglo XIX, en los campos del noroeste de la provincia de Buenos Aires, la gente esperaba que soplara el viento del Este para escuchar la voz maravillosa de un vasco que, mientras empuñaba la trilladora cantaba milongas, vidalas y romazas españolas.
Se llamaba Florencio Constantino y había llegado a la Argentina a los 21 años, en 1889, a bordo del barco Le Havre, que había salido de un puerto francés.
Como tantos inmigrantes, él -que había sido minero y obrero metalúrgico- pensó que América era un buen lugar para formar una familia.
Y mientras trillaba el trigo en los campos cercanos a la localidad de Bragado, cantaba y cantaba. Tenía voz de tenor y, como casi todos los inmigrantes vascos, se había adaptado a las costumbres del país. Así que en las pulperías, en los fogones, en las fondas y en los almacenes, Florencio se acompañaba de una guitarra y desafiaba a otros cantores en las célebres payadas . Tan bueno era que hasta un famoso payador, Gabino Ezeiza en su paso por Bragado, lo desafió a payar durante dos días y después contó que había conocido a muy pocos cantores tan buenos como Constantino.
La fama de la voz de Florencio empezó a extenderse por toda la zona, hasta que un obispo en una oportunidad y un concertista de violín en otra al escucharlo cantar le aconsejaron que viajara a estudiar canto a Buenos Aires.
Y así lo hizo. Se buscó un maestro de canto lírico y se presentó en varios teatros de Buenos Aires y Montevideo.
Pero el camino de Florencio iba más lejos aún. Se fue a Italia a seguir estudiando y pronto, ya a principios del siglo XX triunfó en París, Madrid, Polonia, Rusia, el País Vasco, Ucrania, Portugal.
Los tiempos de la trilladora habían quedado muy lejos, ahora era aclamado por multitudes.
Y entonces, se acordó de su pequeño pueblito, Bragado, donde lo habían descubierto y se le ocurrió, que no había una manera mejor de homenajearlo que levantar un teatro lírico en medio de las pampas. Los teatros líricos casi siempre se construyen en las grandes capitales porque en ellos se representan óperas, conciertos y espectáculos de ballet, exhibiciones que requieren públicos muy exquisitos.
Bragado era, por entonces una pequeña población rural de hábitos sencillos. Pero a Florencio no le importó y tuvo razón, porque el día de su inauguración, el teatro estuvo colmado de gente de su pueblo y de los alrededores. Y él cantó con su mejor voz, con toda su alma, porque este inmigrante vasco, que había llegado a la Argentina muy pobre, quería devolver a su gente todo lo que había hecho por él.
El resto de su vida lo pasó en escenarios de Estados Unidos, Europa y México. En esa última ciudad se quedó sin voz. Tuvo una enfermedad en las cuerdas vocales y, privado de cantar que era lo que le daba sentido a su vida, enloqueció. Murió a los 51 años, pero aún sigue vivo en las grabaciones que quedaron en hechas en cilindros “Pathé” y en las grabaciones que hizo para el sello Víctor y Edison Grant.


También su voz quedó en el viento que, cuando sopla del Este, remeda aquellas canciones que Florencio cantaba sobre su trilladora en los tiempos en que todavía era apenas un inmigrante recién venido de España.

jueves, 2 de julio de 2009

DIARIO INTIMO EN TIEMPOS DE EPIDEMIA.


Les propongo a mis alumnos que aprovechen este tiempo de vacaciones forzadas por la epidemia de la gripe A (H1N1) que dejen para la posteridad sus impresiones sobre estos tiempos tan preocupantes.

La consigna es:

Escribí tu propio diario que dé cuenta de cómo vivís estos días de epidemia. Será un testimonio para el futuro, para que se lo cuentes a tus hijos o nietos. Podés incluir noticias extraídas de los diarios, opiniones que escuches en la calle o en la familia y, sobre todo, tus propios sentimientos. Escribilo en un cuaderno que te guste, o en una libreta confeccionada por tus propias manos. Pensá que deberá quedar para el futuro. También podés hacer un blog, pero le quitaría el encanto de guardarlo para leerlo pasados los años.

¿Qué es un diario íntimo?

El diario es un género narrativo en el que el autor va relatando, día a día, los hechos que le ocurren así como sus sentimientos e impresiones. Es el único género en el cual autor y destinatario coinciden.
El hecho de que el diario íntimo no esté destinado a ser leído por otras personas explica la libertad expresiva característica de este género, así como la tendencia a seguir el curso de los pensamientos, sin preocuparse demasiado por la estructura del texto.
La organización interna del diario viene dada por su propia naturaleza: a cada día le corresponde un apartado, que se encabeza con la fecha respectiva.
Hay diarios íntimos famosos como El diario de Ana Frank, una niña judía que debió pasar más de un año encerrada en un escondite en Ámsterdam durante la invasión nazi, el Diario de Zlata Filipovic, un libro que relata su vida durante la guerra de Yugoslavia, de 1991 a 1993. También escritores famosos como: Diario de una escritora de Virginia Wolf y Diario, Katherine Mansfield, entre otros.
Manos a la obra.