lunes, 26 de octubre de 2015

VICER

 No lo compré- nunca lo haría- ni me lo regalaron. Simplemente se lo dejaron olvidado en mi casa. Venía con un nombre que jamás hubiera elegido, Vicer, parece que inspirado en la marca de unos cigarrillos. Un día su ex dueño lo dejó en una visita y Vicer expandió su enorme cuerpo peludo por toda la casa.
Salir de paseo con él era un lujo, recogía piropos a su paso. Tenía un pelo hermoso y una cola que enarbolaba como un plumero. Le gustaba la luna y las milanesas, se dejaba querer  porque era un sencillo perro de pueblo, un perro que le tenía miedo a los cohetes de navidad y odiaba la sirena de los bomberos, pero le gustaban los chicos, los otros perros, los gatos y el aire de primavera.

Vícer no era un cocker spaniel como Flush con “ojos atónitos color avellana” -el perro protagonista de la historia homónima de Virginia Woolf, ni sesudo como  Cipión y Bergara los perros que Cervantes dotó de habla durante las noches para poder contar sus experiencias con amos distintos del famoso Coloquio.  No era capaz de ver a la muerte (aunque no se sabe) como los fox terrier de La insolación, el cuento de Horacio Quiroga. Acaso si, como Mister Bones, el perro que Paul Auster crea en su novela Tombuctú, fue cambiado de nombres al correr de los amos.
Definitivamente nadie lo elegiría para orbitar el espacio como a la perra Laika, una vagabunda de las calles de Moscú que pasó a la celebridad y a mejor vida en su breve viaje en el Spunik 2. Ni sería capaz de guardar la puerta del Hades como el can Cerbero.
Como el Perro salchicha de María Elena le hubiera gustado tomar solcito a la orilla del mar, si lo hubiera conocido, pero era un perro de llanura, al que le quedaba lejos el océano y por eso no podía ponerse “sombrero de marinero y ni siquiera un collar”.
Vícer era más bien un perro nacional y popular, un siberiano que le gustaba  husmear en la basura y, en otros tiempos, había hecho cola en la puerta de las carnicerías para ligar un hueso desplumado o una patada según el humor del carnicero y, no muchas veces, se había mezclado  con los desarrapados perros vagabundos de la Terminal.

Hoy le dijimos adiós. Un desconsolado 26 de octubre de 2015.