martes, 23 de marzo de 2021

Infancias: Narrar la oscuridad

 


por María Cristina Alonso

¿Cómo se narra la infancia si se ha padecido? Muchos escritores sostienen que, en esos padecimientos nació su literatura. Una recorrida por algunos días de infancia de autoras y autores cuyos primeros años no fueron un paraíso perdido precisamente.

Pero antes de comenzar esta pequeña historia,- escribe Laura Alcoba en el prólogo de su novela de sesgo autobiográfico, La casa de los conejosquisiera hacerte una confesión: si al fin hago este esfuerzo de memoria por hablar de la Argentina de los Montoneros, de la dictadura y del terror, desde la altura de la niña que fui, no es tanto por recordar como por ver si consigo, al cabo, de una vez, olvidar un poco".


Y lo que va a narrar es una infancia vivida en La Plata, en los años previos a la dictadura, cuando comenzaba la violencia institucional. Es 1975 y la madre tiene pedido de captura, por lo tanto deben mudarse de casa y pasar a la clandestinidad. En la nueva vivienda, que está en las afueras se crían conejos. Pero es sólo una fachada, porque en verdad es una casa clandestina de Montoneros y, los que la comparten, van muriendo o desapareciendo en las calles.

La niña que cuenta tiene siete años y con aparente naturalidad nos dice cómo es la vida en la clandestinidad: ““Mi madre se decide finalmente a explicarme, a grandes rasgos, lo que pasa. Hemos tenido que dejar nuestro departamento, dice, porque desde ahora los Montoneros deberán esconderse. Es necesario, ciertas personas se han vuelto muy peligrosas: son los miembros de los comandos de las AAA, la Alianza Anticomunista Argentina, que <<levantan>> a los militantes como mis padres y los hacen desaparecer. Por eso debemos refugiarnos, escondernos; y también resistir. Mi madre me explica que eso se llama <<pasar a la clandestinidad>>


A los once años, Alekséi Maksímovich Peshkov ve a su padre yacer en el suelo de una habitación en penumbras. Parece más largo que nunca envuelto en un lienzo blanco. El niño  repara en los discos negros de las monedas de cobre que tapan los ojos. El semblante sombrío lo aterroriza. A su lado, la madre peina el largo cabello del muerto.

Con esa escena comienza Días de infancia, un relato autobiográfico de Alekséi escrito en 1913, que más tarde firmará sus libros como Máxim Gorki.

Con la muerte del padre, lo que queda de la familia es acogida en casa de sus abuelos.  Así transcurre la infancia de este escritor ruso, signada por una madre casi ausente y una familia brutal en una época  en la que, lo natural era dirimir las cuestiones a los golpes con los más débiles. Los niños recibían palizas terribles  como castigo a sus travesuras y las mujeres eran golpeadas por sus maridos y morían en silencio. En ese mundo cruel, en la casa de sus abuelos donde se dirimen disputas entre hermanos, brilla la abuela Akulina, “Desde esos primeros días- escribe Maxim ya adulto- hice amistad con ella”.

La abuela le pone luz a la oscuridad y a la sordidez de la pobreza con sus relatos: le cuenta historias fantásticas de bandoleros generosos, de ermitaños piadosos, de animales y malignos poderes del infierno.

“Sigue contando”, le pide el nieto que será un futuro revolucionario y se hará amigo personal de Vladimir Lenin y de Stalin. “¿Más aún?”, le responde la abuela, y sigue: “Érase una vez un duende escondido en una chimenea del hogar, que se había clavado un alfiler en la pata y andaba cojeando de un lado al otro y gimiendo”. Y no sólo relata, sino también la mujer interpreta el relato. Recuerda Gorgky “Al decir esto levantó el pie, se lo sujetó con las dos manos, lo movió de un lado al otro y contrajo la cara como si ella misma sintiera dolor.” Y el niño, festejando junto con unos marineros barbudos que escuchan riendo y aplaudiendo volvía a pedir “vamos, abuelita; cuenta algo más”.

                                                                            Atardecer. Rusia 1917

La niña flaca y despistada que andaba entre arrozales en los suburbios de Saigón sin horarios, sin modales acostumbrada a contemplar el crepúsculo sobre el río, es rememorada por Marguerite Duras muchos años después, cuando recupera su permanencia en Indochina y reconoce, cuando ya su nombre, es famoso y son incontables sus lectores que  su escritura nace de esa infancia no demasiado feliz.



Perteneciente a una familia de colonos franceses en Indochina. Permanecerá en ese país desde su nacimiento hasta los 18 años.  La brutal explotación francesa transcurre en un país de noches espléndidas, donde no es posible distinguir las estaciones. Los colonos franceses no sólo les roban las tierras a los campesinos sino que los golpean y cambian los ideogramas chinos con que se escribía la lengua anamita por el alfabeto latino.



En ese contexto la niña Maguerite no sólo vive penurias económicas sino que debe soportar los golpes de la madre, directora de la escuela femenina de Sa Déc. También le da feroces palizas el hermano “"Creía que mi hermano iba a matarme". Golpes por partida doble que acaban poniéndola en brazos de un  amante chino y empujada a la prostitución por su propia familia que espera del chino dinero y favores.

Esa  infancia de desprotección y de abuso da origen, cuando ya está viviendo en Francia a una bella e inquietante novela de impronta autobiográfica El amante.

Narrar la infancia es un tema recurrente y universal, y suelen ser los acontecimientos vividos en los primeros años de vida los que fundan el imaginario de muchos escritores. De los miedos de la infancia nacen los monstruos que Maurice Sendak dibujó en su libro álbum Donde viven los monstruos. El ilustrador, nacido en Nueva York, hijo de una familia judía que había emigrado a Estados Unidos, recordaba su infancia llena de acechanzas: las económicas, -transcurre durante la Gran Depresión- el  horror del Holocausto que devoraba a los parientes que quedaron en Europa, la ferocidad de la Segunda Guerra. Y también un acontecimiento de la crónica policial: el secuestro del hijo de un aviador, Charles Lindbergh, un hecho ampliamente difundido por la prensa, llenó de terror su noches. El niño secuestrado era hijo de un héroe nacional que había sido el primer hombre en cruzar el océano Atlántico uniendo Nueva York y París, y tenía sólo veinte meses. Lo buscaba febrilmente media nación, desde el presidente Hoover hasta Al Capone, y apareció muerto dos meses después.


Maurice, que fue un niño enfermizo y nunca develó a sus padres su homosexualidad. "Lo único que quería -dijo en una entrevista el genial dibujante- era ser heterosexual para que mis padres fueran felices". "Ellos nunca, nunca, nunca lo supieron", señaló como una de sus obsesiones la desaparición de los bebés. "Cuando el bebé Lindberg fue secuestrado ya supe con 4 años que algo que le pasó a ese niño podría pasarme a mí. Nadie me consoló cuando el bebé Lindberg fue encontrado muerto. Creo que los niños pequeños saben cosas que no nos gustaría que supieran"

Escribe la especialista en literatura infantil, Ana Garralón: “Sendak recuerda cómo las historias de su padre siempre incluían niños que se perdían. Un motivo que él retomó como una de las constantes en sus libros, fruto de una inmensa angustia infantil de perderse o ser abandonado. Sendak siempre conecta con ese drama invisible de la infancia: la soledad del niño asaltado por angustias, la cólera, o incluso el miedo a la muerte.[1]

En Informe de interior, Paul Auster viaja a su infancia para recuperar  sucesos que, sesenta años después, todavía siguen siendo el emblema del dolor. En 1952 dice el escritor dirigiéndose a sí mismo en segunda persona, “el año en que cumpliste los cinco, que incluía el verano de Lenny, el comienzo de tu educación oficial y la campaña Eisenhower-Stevenson, una epidemia de polio estalló por toda Norteamérica, afectando a 57 626 personas, la mayoría niños, causando la muerte a 3300 y dejando lisiadas de por vida a un número incalculable de ellas. Eso era miedo. No a las bombas ni a un ataque nuclear, sino a la polio. Deambulando por las calles de tu barrio aquel verano, a menudo te encontrabas con grupos de mujeres que hablaban en compungidos murmullos, mujeres que empujaban cochecitos de niño o paseaban al perro, mujeres con miedo en la mirada, miedo en el apagado timbre de sus voces, y la conversación siempre era sobre la polio, el invisible azote que se extendía por todas partes, que podía invadir el cuerpo de cualquier hombre, mujer o niño en cualquier momento del día o de la noche”

No obstante, si de epidemias se trata, dentro de veinte años o más, una escritora o escritor rememorando episodios oscuros de la infancia, escribirá cómo era la vida en tiempos del covid 19.

Alejandra Pizarnik decía que nació con la oscuridad en su alma. Y fue tejiendo su poesía con los hilos de esa trágica oscuridad. Entre el sueño y la locura, en la trama sutil de sus versos hay niñas que entran en la muerte con los ojos abiertos.  Dice en Infancia: “Hora en que la yerba crece/ en la memoria del caballo./El viento pronuncia /discursos ingenuos/en honor de las lilas,/y alguien entra en la muerte/con los ojos abiertos/como Alicia en el país de lo ya visto.”


La infancia de Alejandra trascurre en Avellaneda, en una familia de origen ruso-judío que arrastra el dolor  de un país marcado por la guerra y el Holocausto.


Estuve en Buenos Aires. Me enfermé. Vómitos y gripe. Cinco días en cama.
Fui a una radio y a la Esma. Me rebautizaron Princesa Peronista y Princesa Rusa. Respectivamente.
En la Esma hablé de fantasmas y estaban ahí.
Vi Infancia clandestina y Mi vida después. Tenía la esperanza de que Infancia clandestina no me gustara/conmoviera, pero no tuve suerte. Fui al teatro dispuesta a llorarme todo apenas la viera a Carla con panza y así fue.
Festejo las lágrimas como goles. (…)

“El día que hablé en la Esma -dije cosas muy sesudas en un congreso muy sesudo- era el aniversario del secuestro de Paty y Jose. Traté de no pensar, pero cuando leí "simbólicamente omnipresentes" se me vinieron encima, ellos y todos sus amigos.
Concluido el evento académico, fuimos caminando con Jota y mi amiga Ana hasta el casino de oficiales. No lo había visto en tres días de congreso pero estaba ahí, detrás de los otros edificios y de los árboles, fosforescente. Fuimos, lo miré de frente, se apagó hasta quedar como lo que es, una construcción más bien pequeña a la que le falta mantenimiento, dije algo así como: los recordamos y los queremos mucho, me di vuelta y me fui por la avenida Néstor. Ana tenía medio porro y lo fumamos debajo de la calesita de las Madres. Lloviznaba.”


La que escribe es Mariana Eva Pérez, dramaturga e investigadora nacida en 1977 que fue criada por sus abuelos paternos después de haber sido entregada a ellos por los secuestradores de sus padres (José Manuel Perez Rojo, responsable militar de la Columna Oeste de Montoneros, y su pareja, Patricia Julia Roisinblit, integrante de la Sanidad de esa columna), secuestrados y desaparecidos el seis de octubre de 1978. Escribe primero en un blog que tituló Una princesa montonera” y luego se convirtió en libro. Es la voz de los hijos de los activistas políticos argentinos desaparecidos. Una voz, como la de muchos hijos desestabilizadora, que propone cruces entre ficción y no ficción poniendo en cuestión lo que se recuerda y por qué y qué vínculos guarda todo ello con la verdad.



La oscuridad en algunas infancias se viste con golpes, discriminación, terrores inconfesados, contextos políticos hostiles, guerras, muertes, desamparo. De esas infancias complicadas nacen relatos en los que, cuando no puede operar la memoria, lo hace la imaginación. Pero siempre suele haber una abuela  Akulina, como la de Gorki, que llega con una historia para iluminar la noche destemplada de un niño que sufre y que intenta comprender el mundo en el que le ha tocado vivir.



Lo pequeño (Seres ínfimos que habitan en la literatura para niños y jóvenes)

 

Lo pequeño (Seres ínfimos que habitan en la literatura para niños y jóvenes)

 Por María Cristina Alonso

Duendes, gnomos, enanos, hadas pequeñas del tamaño de una mariposa, países de habitantes diminutos pueblan los relatos infantiles. El mundo de lo pequeño  dialoga con el tamaño de los juguetes que la industria crea para la infancia, acorde con  las manos que los manipulan. En la tierra de los niños y niñas, todo se organiza a una escala acorde a quienes lo habitan. Casas de muñecas, la casa en el árbol, los playmóbil que reproducen oficios, los indios, los transformers, los piratas, los aviones, los autos, los soldaditos de plástico, los camiones en miniatura, los juegos de té del tamaño de un dedal, los muñecos, los animales de plástico…

 

                                                                             Ilustración de Mark Yyden

 Del mismo modo, los relatos destinados a los más pequeños, se han poblado, desde el fondo de los tiempos, de enanos y duendes, de elfos y gnomos, de ínfimas criaturas con alas y sin ellas. 

Niños mineros

 Por analogía con el tamaño del público al que están destinadas, los enanos son protagonistas de muchas historias. En Blancanieves, uno de los cuentos más famosos recogidos por los Hermanos Grimm, hay siete enanos que brindan ayuda a la princesa cuando se refugia en el bosque huyendo de la madrastra. La amparan con la condición, claro, de que les mantenga todo limpito y ordenado. “-Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, hacer las camas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en orden y bien limpio puedes quedarte con nosotros; no te faltará nada.”  Los enanos del cuento no tenían un pelo de tontos. Habían conseguido servicio doméstico completo y en negro.

                                                         Ilustración  Francesca Dell’Orto

Lo cierto es que los enanos en cuestión del relato recogido por los Grimm  tienen su correlato. Según algunos investigadores, en un hecho real.

Un historiador alemán Eckhard Sander, investigó el origen de Blancanieves y descubrió que se basaba en una figura histórica, la de Margaretha von Waldeck, una condesa del siglo XVI, hija de Felipe, conde de Waldeck-Wildungen, un hombre muy rico que tenía minas de cobre. Muchos de los mineros que trabajaban para extraer el metal eran niños pequeños que vivían solos en una villa cercana.  Para no lastimarse con la rugosidad de las piedras, llevaban gorros y abrigos largos. Ese parece ser el origen de los enanos mineros del cuento.

 Snowhite por Ana Juan


Otro historiador alemán, Karlheinz Bartel, rebate el dato de Sander y sostiene que la Blancanieves real fue la joven alemana María Sophia Margaretha Catharina von Ertha, nacida en 1792 en un pueblo minero de Lohn. Una muchacha bondadosa y caritativa que se pasaba el día rodeada de los desnutridos niños que trabajaban en las minas de Von Waldek.

 

Como vemos, los cuentos esconden en sus múltiples pliegues, las violaciones a los derechos de la infancia que se vienen perpetrando desde el fondo de la historia. Sin duda la minería es una de las formas más crueles del trabajo infantil, y no es sólo cosa del pasado. Cuando usamos nuestros teléfonos y computadoras solemos ignorar  que, UNICEF, calcula que unos 40.000 niños y niñas trabajan como mineros artesanales en el sur de la República Democrática del Congo. Esos niños son los que extraen el  cobalto que hace funcionar las baterías de las que dependen nuestros teléfonos y otros dispositivos electrónicos portátiles.


 

Blancanieves ilustrado por Iban Barrentxea


Niños y niñas mineros, algunos de siete años en el Congo,  en las minas de Potosí, en Bolivia, realizando trabajos extremadamente pesados como cargadores, haciendo  los orificios para colocar explosivos, en tareas que les insumen más de diez horas al día, niños pequeños en las minas de oro de Tanzania. La minería, uno de las peores formas de trabajo infantil quedó sutilmente registrado en el cuento Blancanieves que recogieron los hermanos Grimm y que Disney se encargó de edulcorar y suavizar.



Niños mineros en el Congo y Perú


¿Cómo se inventan las historias?

 Gianni Rodari, un escritor y maestro italiano, vivió y sufrió el fascismo. Tal vez por eso, en sus cuentos siempre se siente un aire libertario. Él pensaba que inventar historias era una cosa seria y, para dar respuesta a la pregunta de cómo se inventan las historias, escribió la Gramática de la fantasía. En ese libro explicó algunos recursos creativos para ayudar a los niños a contar historias.


Volviendo a los seres pequeños, uno de los cuentos de Rodari tiene como protagonistas a un grupo de enanos que quieren dejar de serlo: Los enanos de Mantua. La historia se despliega en varios niveles. Comienza con la visita de un escritor y un grupo de niños al Palacio Ducal de Mantua, antigua residencia de los Gonzaga. En él hay una  serie de habitaciones muy pequeñas, conocidas como Appartamento dei nani, diseñadas -según se creía- para albergar a los enanos de la corte. El escritor y los niños al ver una zona con habitaciones en miniatura inventan una historia de enanos y de gigantes, la transcriben y dibujan en cartones.  Desfilan con ella por el pueblo como los antiguos juglares. Y entonces, un poco en verso y otro poco en prosa, se despliega el relato de los enanos, humillados por los poderosos duques y sus esbirros, el capitán Bombardo y el bufón de la corte, Rigoletto, robado a la ópera de Giuseppe Verdi.


Infelices por ser enanos, intentan mil y una tretas para crecer y siempre son derrotados y humillados. Uno de ellos, Habichuelo, se escapa del palacio para encontrar el secreto que los hará crecer. En el Palacio de Té, construido por los duques en el Renacimiento para descansar, los gigantes de un fresco donde se los muestra derrotados por Júpiter y arrollados por las laderas del monte Olimpo, le dan al enano una críptica clave: “¿Quieres saber por qué tú y tus compañeros sois enanos? ¡Porque vivís en habitaciones de enanos!”


Como buen maestro, Rodari va dejando en el texto referencias al arte, la literatura clásica, la música, la historia del Medioevo y, de paso una lección de autovaloración y dignidad conseguida por medio del trabajo. Ayudados por los habitantes de los barrios humildes, los enanos terminan venciendo a sus perseguidores: “Huye, capitán Bombardo! Cuéntale a toda la gente que los enanos unidos en gigantes se convierten”.

 

Liliput

 

No es verdad que Los viajes de Gulliver es una novela dirigida a los jóvenes lectores de aventuras, pero ellos se la apropiaron. No es verdad que Jonathan Swift escribió en 1726 las aventuras del cirujano náufrago Lemuel Gulliver para solaz de los lectores ávidos de mundos exóticos. Lo hizo para denostar a la raza humana de la que pensaba que era “la más perniciosa casta de gusanos que la naturaleza permite que se arrastren por la tierra”. Y aunque es un libro cruel porque encubre una sátira de la Europa de su época, es también una historia llena de fantasía y encanto. De las cuatro partes que conforman el libro, la más recordada, adaptada, convertida en dibujos animados y llevada al cine, es el primer viaje de Gulliver cuando, después de naufragar llega a una costa y despierta rodeado de seres diminutos, de quince centímetros de altura. Y no es del todo amable la recepción recibida en Liliput.

 


Prisionero primero, y luego favorito de la corte liliputiense, Gulliver se convierte en un observador de la política del pequeño país. Es que lo Liliputienses están en guerra con un país vecino, Belfuscu, al parecer por una disputa trascendental sobre cómo se cascan los huevos hervidos. Los liliputienses sostienen la postura de que deben ser cascados por el lado más angosto, mientras que los blefuscuenses creen en cascarlos por el lado más grueso.”

 

Jonahtan Swift escribe en Los viajes de Gulliver, una sátira  desencantada de la política inglesa de su tiempo, pero para ello abreva en los relatos maravillosos de la imaginería popular que fascina a todas las edades. El tema del personaje diminuto se encuentra en muchas historias populares como Pulgarcito, el relato recogido por Perrault que cuenta la historia del más inteligente de los hermanos, y el más pequeño.



En Liliput se opinan cosas que excluirían al libro de la mirada de los niños: “los liliputienses se niegan a aceptar que un niño deba sentir reconocimiento hacia su padre por haberlo engendrado”; “… (los liliputienses) sostienen que los padres son los últimos a quienes corresponde confiar la educación de sus hijos”. Sin embargo Gulliver siguió viajando por los siglos en miles de adaptaciones. El mundo de los seres pequeños siempre es fascinante. Se supone que Swfit se inspiró la descripción de un cuadro que hizo Filóstrato en el siglo III. En él aparecía Heracles rodeado de pigmeos. Los cuadros a los que alude Filóstrato se perdieron, pero sobre la base de sus descripciones, los hermanos Dossi, pintaron el lienzo con Hércules y los pigmeos, diminutos habitantes que ya habían sido mencionados por Homero en la Ilíada.

 

Los liliputienses triunfaron sobre el mal humor de Jonathan Swift y eso que Swift llegó a escribir: “Para cuando sea viejo: no amar a los niños y evitar que se me acerquen”. No obstante, gracias a él Liliput es propiedad de la literatura infantil de todos los tiempos.

 

Para no crecer nunca

 

La cuestión de la pequeñez fue un problema para James Matthew Barrie (1860-1937), el autor de Peter Pan, que apenas llegó a medir de adulto un poco más de metro y medio. Sus biógrafos sostienen que padeció trastornos de crecimiento por un trauma de la infancia. A los seis años su hermano David murió. La madre no pudo recuperarse de la pérdida y, en muchas ocasiones, le hablaba a James como si fuera su hermano.  Lo cierto es que desde niño intuyó que el mundo de los adultos era un lugar incómodo y, por eso, inventó a Peter Pan, el niño  de diez años que nunca crece y puede volar gracias al polvo que el hada Campanilla -otro ser pequeño- esparce sobre su cuerpo.

Como Peter, Barrie nos dice con su historia que a veces no es bueno crecer y que, para vivir aventuras en el País del Nunca Jamás hay que olvidarse del  mundo de las personas grandes que nunca entienden nada, solo ven un sombrero en lugar de un elefante tragado por una serpiente, como nos contó Saint Exupery.



Peter Pan ilustrado por Antonio Lorente


Entre los más pequeños de este relato de gente que no crece, el hada Campanilla no sólo arregla ollas y teteras, sino que es la poseedora del polvo mágico que permite volar.  En la obra de Barrie la existencia de las hadas depende de la creencia de los otros. Viven porque nosotros creemos que existen. Pequeña y frágil, Campanilla  por su tamaño no puede tener más de un sentimiento a la vez.

 

La obra de teatro Peter Pan y Wendy se estrenó en Londres en 1904 y más tarde se transformó en un libro para niños. En una breve síntesis, es la historia de tres niños ingleses que una noche reciben la visita de Peter Pan, otro chico con poderes mágicos, que los lleva volando a la isla donde vive, el País del Nunca Jamás.


Campanilla ilustrada por Antonio Lorente


Peter Pan es una obra que se convirtió en mito y que fue visto por los psicólogos como un síndrome que  padecen personalidades que se caracterizan por la inmadurez y el narcisismo, que incluye rasgos de irresponsabilidad, dependencia y  negación al envejecimiento. Barrie plasmó en su Peter Pan un personaje válido para todas las épocas como Otelo, Don Juan o Hamlet, un arquetipo básico de la psicología humana.

 

Esta historia inolvidable se le ocurrió a Barrie, en los jardines de Kensington, mientras contaba historias de hadas a los hijos pequeños de un matrimonio amigo.

 

 

 

Ilustración de Robert Ingpen


Adiestrando brownies

 

Otros seres pequeños como los Brownies, susurran en el oído de los escritores interesantes argumentos. Tal es el caso de Robert Louis Stevenson, el autor de La isla del tesoro, que aseguraba haber domesticado a una familia de brownies que se mantenían alejados con prudencia, pero que, en sueños, le sugerían argumentos, entre ellos el de Doctor Jekill y Mr Hyde.

 En su ensayo sobre los sueños escribe Stevenson: “Y en cuanto a esta Gente Menuda, confesaré que no son otra cosa que mis Brownies, ¡Dios los bendiga!, que hacen para mí la mitad de mi trabajo mientras duermo a pierna suelta y que, con toda la verosimilitud humanamente presumible, igual hacen para mí también el resto cuando estoy bien despierto y orgullosamente supongo haberlo hecho por mí mismo.”


Robert Louis Stevenson


 Y no sin un poco de culpa continúa: “… me siento a veces tentado a suponer que no soy en absoluto un narrador de historias, sino una criatura con no mayor entidad que la de un fabricante de quesos o incluso la de un queso, y un realista hundido hasta las cejas en la actualidad; de suerte que, visto así, mis publicaciones de ficción deberían ser en su totalidad producto de la mano de algún Brownie, algún familiar e invisible colaborador al que mantengo confinado en un desván, mientras yo cosecho todos los elogios y sólo le dejo compartir (pues no puedo evitar que lo coja) un trozo de pudding.”

Provenientes de la mitología celta, también se los llama Brùnaidh, “marroncitos”. Como los enanos y los gnomos son bajitos, visten con harapos y chaquetas gastadas. Llevan botas enormes y botones brillantes en sus chalecos. De todas las criaturas mágicas son las que más a gusto se sienten entre los humanos.





Borges en El libro de los seres imaginarios los describe así: “Son hombrecillos serviciales de color pardo, del cual han tomado su nombre. Suelen visitar las granjas de Escocia y, durante el sueño de la familia, colaboran en las tareas domésticas. Uno de los cuentos de Grimm refiere un hecho análogo. El ilustre escritor Robert Louis Stevenson afirmó que había adiestrado a sus brownies en el oficio literario. Cuando soñaba, éstos le sugerían temas fantásticos; por ejemplo, la extraña transformación del doctor Jekill en el diabólico señor Hyde, y aquel episodio de Olalla en el cual un joven, de una antigua casa española, muerde la mano de su hermana”.

 En esa realidad paralela de la que participa la infancia, en ese territorio imaginario, los seres de pocos centímetros esconden secretos que sólo revelan cuando nos convertimos en adultos y ya hemos sido  expulsados del mundo de lo pequeño para siempre.