jueves, 18 de julio de 2013

Sobre lectores


  Miriam


El universo de los lectores es múltiple, anónimo, inaccesible. ¿Quién lee tu libro, cuándo, cómo, en qué circunstancia? ¿Has escrito alguna palabra, frase, historia que le ha cambiado el día a alguien? ¿En qué biblioteca, de qué casa, de qué ciudad habita un ejemplar de alguno de los libros que escribiste?
¿Algún  lector se habrá identificado con tus personajes? ¿Habrá llorado con alguna de tus páginas? ¿Te habrá odiado, te habrá amado?
Mientras tecleas tu historia en la computadora ese  desocupado lector que se sentará en un sillón de terciopelo verde no existe. No pensás en él. No te preocupa. Te encantaría que Ana Karenina te fuera leyendo en el tren, o que Madame Bovary  amortigüe el tedio de sus días en la provinciana Tostes con alguna de tus páginas, o que Don Quijote  se vuelva loco con ellas. No estaría mal que el coronel Baigorrita las tenga en su toldo como al Facundo de Sarmiento o que Guy Montag, el bombero de Bradbury las salve de las llamas.
Pero por ahora no sabés a ciencia cierta si alguien te lee, o no se te ocurre pensar en ello hasta que Miriam irrumpe en el stand de la editorial Comunicarte en la Feria Infantil y Juvenil de Buenos Aires.
Es  un día raro,  hace calor y el tapado me sobra doblado en el brazo. Buenos Aires en vacaciones de invierno es un lugar insoportable, lleno de gente, de chicos, de autos, de bocinas. Media hora espero el 61 para ir a Pueyrredón y Figueroa Alcorta, a pleno sol, pensando cuán diferente es el tiempo en mi ciudad, donde subo a la bicicleta y estoy en un segundo en cualquier lado. Pero al fin llego. Infierno de payasos, chicos que saltan sobre camas de utilería,  dibujan en paredes y se maquillan con brillantinas. Suenan bandas, canciones infantiles, voces que buscan a chicos que se pierden, mamá comprame a Gaturro, no Gaturro no es una buena lectura, vení a ver este libro de Graciela Cabal, otro chico que se pierde, quiero el libro del Hombre araña, andá y buscá un folleto y después vemos. Uf.
En el stand está la mesita con mi nombre, algunos ejemplares de Pasaje a la frontera, novela juvenil que fue publicada en 2008. La chica que está a cargo del stand es muy amable, me ceba unos mates y me deja ver todos los libros de los estantes. Me gustan las ilustraciones de algunas ediciones preciosas. Nadie compra  mi  libro, ni pide que lo firme. A  veces algún padre pasa, toma el libro, lo da vuelta, me mira, me sonríe como si yo fuera un animal exótico dentro de una jaula y sigue al próximo stand. Pero de pronto aparece Miriam con una sonrisa ancha, feliz de verme, me abraza. Miriam es mi lectora, la conocí en una Feria del libro hace unos años y de tanto en tanto me escribe, me pregunta si he publicado algo nuevo, tiene mis libros con mi firma y lee mi blog. De ella sé que es una maestra de Morón que ama la literatura, que le gusta hablar con autores, respetuosamente, con admiración. Me dice a quemarropa, no creas que soy como Misery, que te ando persiguiendo para que escribas, pero has descuidado tu blog, y todos los días entro pero no encuentro nada nuevo. Tiene razón, hace mucho que no escribo ninguna entrada. No escribo con el rigor que deseo, como si una parte de mí, la de la escritura, se hubiera oxidado y anda necesitando un poco de aceite.
En medio del bullicio de la feria charlamos mucho con Miriam, me cuenta que le pide al marido que la traiga un día a Bragado, aunque sea, dice -y a mí los colores se me suben a las mejillas- para pasar por la escuela donde ella (es decir yo) daba clases.
 Luego se va, tiene un trecho largo hasta su casa. Ha venido exclusivamente desde Morón para hablar conmigo, porque ha visto el anuncio de la feria. Miriam, me crea el compromiso de ponerme a escribir, porque hay una lectora en Morón que espera que yo diga algo, porque lee mis obras con sus alumnos y ese es el premio, una lectora real, con nombre y apellido, que me empuja para vencer al cansancio, a la página en blanco, al desaliento.