viernes, 10 de mayo de 2019

Escritores y, a la vez, libreros


 Un lugar como un jardín contra la soledad
por María Cristina Alonso

“La verdadera razón por la que no quisiera pasar mi vida vendiendo libros es que, cuando lo hice, perdí el amor que les tenía. Un librero se ve obligado a mentir sobre los libros, y esto le provoca aversión hacia ellos”, escribe George Orwell en 1936, en su libro Recuerdos de una librería. En las antípodas, Mary Ann Shaffer le hace decir a Juliet, la protagonista de su única novela La Sociedad literaria del pastel de piel de patatas de Guernsey: “Me encanta ir a las librerías y conocer a los libreros. Realmente los libreros son una raza especial. Nadie -en su sano juicio- aceptaría trabajar de dependiente en una librería por el sueldo, y ningún propietario en sus cabales querría ser dueño de una, porque el margen de ganancias es demasiado bajo. Así que tiene que ser un amor a la lectura lo que les empuja a hacerlo, junto con ser los primeros en hojear las novedades.”


Acaso esa pasión por hojear las novedades sea el origen de La fabulosa, la librería de la escritora, traductora y librera Ana Garralón[1], que se especializa en libros de literatura infantil y juvenil hispanoamericana. La fabulosa está en la calle Santa Ana del barrio La Latina, en Madrid. Ana es autora, entre otros libros, de Historia portátil de la literatura infantil (Anaya, 2001), Leer y saber. Los libros informativos para niños, (Tarambana Libros, 2013) y de un blog que es un referente para los escritores y promotores de literatura: Anatarambana. Literatura infantil (http://anatarambana.blogspot.com/)

Aunque se especializa en libros álbum y es una autoridad en la materia, Ana advierte sobre el abuso de los libros que sólo tienen bellas imágenes y sostiene que hay que volver a las narraciones, que los niños y jóvenes -que ya de por sí viven en un mundo de imágenes- necesitan recuperar la palabra.

La fabulosa no sólo ofrece libros de Literatura Infantil y Juvenil, sino que organiza presentaciones de autores e ilustradores, como la del viernes 12 de abril. Ese día, un ilustrador chileno, Matías Prado, habló ante un público de ilustradores y diseñadores que eran sus seguidores por las redes, sobre las decisiones estéticas que tuvo que asumir al planear sus ilustraciones del libro De cuento en cuento (Amanuta, 2018). Se trata de un libro constituido por fragmentos de cuentos populares acompañados de sus obsesivos hombrecitos, que recorren cada una de las páginas.

En su blog, Anatarambana, Ana Garralón desarrolla el tema del abuso del libro álbum por parte de editoriales y mediadores de lectura. Hay una carencia enorme de lecturas- explica- para un público que ya domina la lectura. Sólo se ofrece a los niños libros bien ilustrados, pero los niños quieren leer mucho y sentirse identificados como lectores. Y arriesga, que no es de extrañar que, con el abuso de los libros ilustrados, muchos adultos leerán novelas juveniles porque no habrán superado la etapa infantil de lectura y buscarán un libro “gordo y que se lea de un tirón.”

Escribir sobre una librería porque antes se ha estado al frente de ese negocio fue lo que impulsó a Penélope Fitzgerald a concebir, en 1978, Thebookshopp (La librería, Impedimenta, 2010). La novela-que fue adaptada al cine por Isabel Coixet- fue escrita en épocas muy duras para la autora inglesa, cuando debió trasladarse con su familia a Southwold, un lejano pueblo costero de Inglaterra, y conseguir un trabajo a tiempo parcial en una librería del lugar, Sol BayBooks.  Florence Green, la protagonista de su novela, es una mujer valiente que decide abrir una librería con libros para acercar los mundos de ficción a una comunidad cerrada y claustrofóbica que le pone inconvenientes para desarrollar su negocio. Valiente porque mantiene su decisión de abrir una librería en un lugar lleno de mezquindades y poco vuelo intelectual, que no apreciaba su intento.
Penélope Fitzgerald, escritora tardía, comenzó a los 61 años su carrera de escritora y escribió ocho novelas antes de su muerte.

Con el mismo afán de demostrar que el lugar donde circulan los libros crea lazos y acerca a la gente, la escritora Laura Riñón Sirena[2] abrió -en la calle Pelayo 60,del barrio de Chueca, en Madrid- la librería Amapolas en octubre. Laura derriba las fronteras entre realidad y ficción, dado que su librería se denomina como su novela Amapolas en octubre (Espasa, 2016) y, como Carolina, la protagonista, rinde culto al libro que ha sido fundante en su vida de lectora, Mujercitas,de Luisa MayAlcott. Uncoqueto rincón de la librería, con un sillón y una lámpara que esparce una luz tenue, evoca las reuniones de la familia March compartiendo historias en las noches de invierno, tal como lo sugiere una antigua ilustración de la novela de Alcott.

Como la autora sostiene, Mujercitas  fue el libro que le dio la bienvenida al
mundo de la literatura, y la primera vez que vivió una historia que no era la
suya. Librera y escritora, quien lee su novela y visita su librería pasa como Alicia a través del espejo y se pregunta de qué lado de la frontera está. Paredes cubiertas con cuadros con fotos de los escritores que Laura lee y admira;una frase que asalta al visitante desde la blanquísima pared y que ha escapado de su novela-“Erase una vez una puerta cerrada, una ventana abierta y una mujer valiente. Fin”- componen un espacio que no es una librería clásica, sino -como su dueña lo pretende- un lugar de encuentro en el que el centro de todo son los libros.


“Los libros nos eligen a nosotros - reflexiona la autora en su novela Amapolas en octubre-, las obras esperan su turno hasta que estamos preparados para hacerlas nuestras. Frases o párrafos que se quedan para siempre en los lectores y personajes a los que damos vida, que habitan en nuestro interior y que convertimos en confidentes espontáneos y en compañeros incondicionales.Las novelas se escriben gracias a la vida de los escritores, todo lo relatado resulta real. Y nada lo es. El lector decide, porque es él el que terminará de escribir la historia”.

Pero hay que llegar a Vic, un municipio español de la provincia de Barcelona, para encontrar -en Carrer de la Fusina 17- una librería dedicada a la literatura infantil. Su propietario es un escritor uruguayo, Germán Machado[3].
La ciudad, que tiene un templo romano, una plaza del mercado cuyos pórticos datan de los siglos XII y XIII, y es famosa por el salchichón, ha sido el lugar que Germán Machado encontró para llegar, instalarse y seguir escribiendo sus cuentos para niños, sus poemas y su literatura para adultos.
El PetitTresor es una librería especializada en literatura infantil y concebida como lugar de encuentro para autores, docentes, mediadores de lectura y -desde luego- niños y niñas.

En su más reciente libro álbum, ilustrado por Anna Aparicio Català, Amaryllis, Germán Machado narra, acaso en clave autobiográfica, la historia de una flor que decide abandonar su soledad y su encierro y salir al camino para conocer a otros seres con quien compartir experiencias y aprender nuevas historias. Es un relato de camino, cuyo texto breve y poético es acompañado por las ilustraciones sugestivas y ambiguas en las que el mundo vegetal acecha y se distiende según las etapas que Amaryllis transita en su largo camino hasta llegar a “un lugar como regazo de esperanzas. Un lugar como un jardín contra la soledad”.


Dice Germán-mientras toma mate y saluda a un amigo en catalán que irrumpe en su librería- que ser librero conlleva un baño de humildad para un escritor, que estando detrás del mostrador se entiende mejor qué difícil es, para un libro, llegar a manos de un lector y qué milagro cuando esto sucede.
George Orwell, el autor de 1984, escribe -en sus recuerdos del tiempo en que era un librero-: “Durante su largo turno de trabajo, debe encargar raros ensayos que nadie vendrá a recoger, rechazar kilos de novelas que un señor con olor a rancio le intenta vender, o encontrar un libro —del que no sabe ni el título ni el autor— que una adorable viejecita leyó hace cuarenta años. “
Germán Machado, en cambio, relata a sus lectores de Facebook algunas cuestiones del oficio. Dice que la gente cree que un librero se la pasa leyendo, pero son muchas otras tareas las que debe realizar, como romperse las pestañas interpretando planos para montar los expositores que envían las editoriales, desembalar libros y demás. Germán da cuenta, cada tanto, a sus lectores de este costado menos glamoroso de la actividad. No obstante, es evidente que hay algo más –para estos escritores devenidos en vendedores de libros- que los hace persistir.
Seguramente vender libros no es uno de los negocios más rentables, pero por algo estos escritores, lectores incorregibles, han pensado sus librerías por amor a la lectura, para que la gente y los libros se encuentren en ese viaje a la vuelta de las páginas.



[1]Ana Garralón es escritora, traductora, librera y una autoridad en el libro informativo (hace unos años publicó Leer ysaber. Los libros informativos para niños, Tarambana Libros, 2013), pero también es un referente si se quierepara descubrir un libro álbum de ficción bien construido o algún proyecto de edición inusual. Sus textos tienen una dimensión histórica y social poco común en el medio.(Con una beca de la Biblioteca Internacional de Munich, Ana Garralón realizó la concienzuda investigación que sustenta su libro Historia portátil de la literatura infantil, (Anaya, 2001), escrito en un tono crítico y libre con el que desata discusiones, provoca curiosidad y gana seguidores.


[2]Laura Riñón Sirena, escritora española, ha publicado el libro de relatos Dueño de tu destino y las novelas Todo lo que fuimos y Amapolas en octubre.Este último ha sido traducidoal italiano y al búlgaro. Colabora en diversos medios, escritos o radiofónicos. 
[3]Germán Machado nació  en Montevideo, Uruguay, en 1966, y reside en Vic, Barcelona, donde creó la librería El PetitTresor, Germán Machado es un autor que escribe tanto para adultos como para niños y adolescentes. En el año 2009 creó el blog Garabatos y Ringorrangos.
Entre los títulos de narrativa y poesía que Germán Machado ha publicado para los lectores más jóvenes se encuentran ¡Baja de esa nube! (Ekaré), Salir a caminar (A buen paso), Suerte de colibrí (Edelvives), Breve historia de una pompa de jabón(SavannaBooks), El señor Dino Hache y el canario dorado (Amargord), TamanduáKiller (Fin de Siglo) y Ver lloverLa Escuela de Gatos de la Señorita Cara Carmina y La jaula (Calibroscopio). Este último libro ha  sido ilustrado por Cecilia Varela y fue uno de los ganadores del Premio Fundación Cuatrogatos 2019.


martes, 9 de abril de 2019

Niños y jaulas



Por María Cristina Alonso

Lo bueno de los libros es que nos llevan de unos a otros y, en ese viaje, resignificamos ideas y revisamos páginas leídas.
Eso ocurre al leer el libro álbum cuya historia escribió Germán Machado[1] e ilustró Cecilia Varela[2]. Se titula La jaula (Calibroscopio, 2018) y recibió el Premio Fundación Cuatro Gatos. La Fundación otorga este premio a los 20 mejores libros, a los que recomienda por sus valores literarios y plásticos.
La jaula narra un episodio en la vida de un niño llamado Nil. Un episodio de esos que dejan huella.
Todo empieza con una jaula hallada en el cuarto de los trastos y, como dice la voz narradora, “el que tiene una jaula siempre encuentra un animal para encerrar dentro de ella”. Nil entonces exige, porque así aparece representado en el dibujo y en los diálogos, un hámster a sus padres. La madre y el padre son, en esta historia, políticamente correctos. Manifiestan su desagrado por los animales enjaulados, y desgranan razones.
El niño se pone caprichoso como cualquier niño e insiste, promete cuidarlo y acude a todos los argumentos que suelen esgrimir quienes quieren que sus deseos sean satisfechos al instante.
El abuelo aparece con el hámster deseado que quedará encerrado en la jaula hasta su inevitable final.
Lejos de ser complaciente, el autor nos deja entrever a un niño enojado, caprichoso, intolerante y la tipografía de los diálogos con sus grandes mayúsculas subrayan la firmeza del pedido del pequeño.
La realidad, no obstante, siempre nos deja a la intemperie y nos da las primeras lecciones, como ocurre en este cuento. Nil termina reflexionando sobre su error y se desprende de la jaula, emblema de la opresión y la falta de libertad.
En uno de los aforismos escritos en un cuaderno con tapas de hule, Franz Kafka dice: “Una jaula salió en busca de un pájaro”. La jaula en el cuarto de Nil, acecha, desde el principio, al pájaro, en este caso al hámster, hasta que lo consigue. En el aforismo kafkiano aparecen dos conceptos que no sobreviven uno sin el otro. La jaula no es una jaula sin algo que contener en ella. Pero Kafka estaba hablando del futuro, como muchas veces en su obra, cuando toda Europa se convertirá en una enorme jaula llena de campos de exterminio.
El mismo Jaques Prevert, en su poema “Para hacer un retrato de un pájaro”, pide pintar primero una jaula con la puerta abierta y luego algo bonito y útil para el pájaro.
Inevitablemente, este cuento nos lleva de viaje a la novela de Haroldo Conti, Alrededor de la jaula. Novela de iniciación que narra la historia de otro chico, Milo, y de su cuidador, Silvestre, un anciano al que ama y con el que maneja los juegos mecánicos instalados en la costanera de Buenos Aires, frente al balneario municipal. Todas las semanas van al zoológico para visitar a los animales en cautiverio. Se hacen amigos de una mangosta que los mira desde una jaula demasiado pequeña. El viejo Silvestre reflexiona mientras ve al chico acercarse a la jaula: “La mangosta parecía más resignada a su suerte. Había encontrado a un compañero de encierro. Porque la verdad es ésa. La jaula podía ser bastante más grande, pero de cualquier manera uno se daba contra los barrotes.”
Tras la muerte de Silvestre, Milo se rebela contra la injusticia, roba a la mangosta y es detenido por la policía. La rebeldía individual contra el sistema, parece decirnos Conti, no conduce a ninguna parte. No obstante, Milo, en esta historia de pérdida de la infancia, puede sostener la mirada para enfrentar su futuro.

Como en el cuento de Machado ilustrado por Varela, aquí también aparece la jaula como símbolo del encierro, que señala lo vulnerable que es la libertad de los seres vivos y cuán fácil es caer en la trampa de los barrotes.

Es que estar en la jaula, como nos dice Alejandra Pizarnik, es también morir un poco. Escribe en un poema “los pájaros dibujaban en mis ojos / pequeñas jaulas” y, en otro: “la jaula se ha vuelto pájaro. Qué haré con el miedo.” (Pizarnik, Poesía completa)

En el cuento de Germán Machado, Nil reflexiona sobre su empeño cuando se enfrenta con la muerte. La muerte de mascotas suele ser el primer encuentro de un niño con el propio destino. Hay un poema de Roberto Themis Speroni que cuenta este primer acercamiento del niño a la muerte. Se trata de “Soneto a la paloma que maté de niño”. Un niño mata a un pájaro y el recuerdo de su último estertor persigue al poeta: “Todavía conservo entre las manos/ el pequeño temblor de tu agonía…” y, sobre el final, en el último terceto, nos cuenta de ese íntimo y singular momento en el que sentimos que la infancia se nos escapa porque la muerte nos ha rozado con su ala:

“La infancia se me fue con el asombro:
por eso, cuando en pájaros te nombro
tu corazón regresa con el mío.”

Como la mayoría de los libros álbum, La jaula es un texto inquietante y disruptivo, que no escapa a los temas difíciles. ¿Es la muerte un tema para un libro infantil? Fanuel Hanán Díaz (2015) sostiene -en su ensayo Variaciones sobre el tratamiento del tema de la muerte en la literatura infantil-: “La muerte ha sido en la literatura infantil la gran ausente, la eludida, la disfrazada. Es difícil encontrar textos que aborden con naturalidad esa problemática. Detrás de ese fenómeno se esconde la sombra de una actitud sobreprotectora hacia la infancia, un celo de adulto que todavía no ha solventado su propio enfrentamiento con esta experiencia.”

Como todo buen libro, La jaula, de Germán Machado, ilustrado por Cecilia Varela, nos ha llevado de viaje hacia otros textos, hacia autores que arman ese gran diálogo que es la biblioteca del mundo.


[1]Germán Machado (Montevideo, Uruguay, 1966), es escritor, gestor cultural y librero especializado en libros para niños y jóvenes en “El PetitTresor”. Ha publicado libros de poesía y de narrativa en Uruguay, Argentina, Brasil, México y España. Actualmente está radicado en Vic, Cataluña. Ha publicado novelas, libros de cuentos, de poesía y libros álbum. Obtuvo premios en Uruguay y en Argentina, por ejemplo, con Ver llover obtuvo el premio de poesía de los Destacados de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina (sección IBBY - Argentina) en 2010. Entre otras muchas actividades relacionadas con la Literatura Infantil y Juvenil, ha conducido talleres y ha dado conferencias sobre distintas temáticas.

[2] Ilustradora y profesora de dibujo y pintura. Estudió en la ENBAPP en la ciudad de Buenos Aires (actual Instituto Universitario Nacional de Arte). Residió en la Ciudad de México durante cerca de una década, donde recibió el primer lugar del Catálogo de Ilustradores de Conaculta (2007). Su trabajo ha sido publicado en medios y editoriales de México, Argentina, Chile, Brasil, Canadá y España. Ha participado en exposiciones en Italia: 29 Le immagini della fantasia, L’incanto del Teatrio, y Il Colori del Sacro. Actualmente vive en Argentina, en la provincia de Córdoba.

sábado, 9 de marzo de 2019

Revistas infantiles argentinas: entre la escuela y la casa

Nota extraída de la página Premio Nacional y Latinoamericano de LIJ La Hormiguita viajera, Biblioteca Virrey del Pino, La Matanza.
Por María Cristina Alonso
1. Quién es quién en la esquina de tu casa

Los recientes despidos en la Editorial Atlántida pronostican el fin de una de las revistas para niños con más historia de la Argentina: “Billiken”. Su sola mención evoca la infancia de muchas generaciones porque esta revista, que salió a la venta en 1919 dirigida por Constancio C Vigil, interpeló durante un siglo a los niños y niñas que buscaban en esta publicación no sólo entretenimiento, sino también una herramienta para las tareas escolares.
Pensar las revistas infantiles que se fueron sucediendo a lo largo del siglo XX y que muy pocas sobrevivieron a la tecnología en las puertas del siglo XXI, es pensar en cuál es la representación de la infancia que una sociedad tiene y plasma en las publicaciones destinadas a ese sector.
Sin lugar a dudas, todas las que vamos a mencionar tienen un carácter instrumental, promocionan en sus páginas materiales para la escuela, pero también incluyen cuentos, historietas y leyendas de autores argentinos y universales creando un espacio de formación del niño lector.
Si bien no fue la primera revista destinada a los niños, ya que hubo un intento previo de Constancio C. Vigil -fundador de la Editorial Atlántida- con la creación “Pulgarcito y Germinal”, es “Billiken”, nacida el 17 de noviembre de 1919, la que estuvo destinada a permanecer en el mercado y a dejar una huella en el recuerdo de tantos lectores.
Muchos factores contribuyeron a su dilatada trayectoria: la aparición semanal tan esperada, los recortables, las figuritas de próceres que terminaban pegadas en los cuadernos escolares, los paisajes estereotipados de un país que siempre tenía un sol naciente y banderas que flameaban con el aire de la patria, las batallas que congelaban la imagen de aguerridos soldados, la casita de Tucumán y el Cabildo… Todo conformando la arquitectura ideal de un pasado que siempre se contaba desde la ideología del poder dominante. Al respecto, Paula Guitelman, en su libro “La infancia en dictadura” (Prometeo, 2006) señala que “Durante la dictadura, ¨Billiken` –en tanto medio de entretenimiento y de educación al mismo tiempo– actuó en sintonía y complementariedad con otras instituciones de formación como son la familia y la escuela”. Y analiza cómo la revista presenta una versión purificadora de la historia, reinventada y vinculada al objetivo de disciplinamiento de la sociedad que se proponía la dictadura.” Entre los muchos ejemplos que propone la autora sobre las secciones de “Billiken” en el período estudiado, están las notas tituladas “Quién es quién en la esquina de tu casa”, que “remite al orden, la localización y la importancia que se da a la identificación de objetos y sujetos diferentes para luego segregarlos”,

Pero ¿quiénes eran esos niños que poblaban las páginas del “Billiken” y a quién estaba dirigida la publicación? se pregunta Paula Bontempo en su ensayo “Los niños de ´Billiken´. Las infancias en Buenos Aires en las primeras décadas de siglo XX”. [1] Para la autora, el éxito de la revista residió en la heterogeneidad de intereses y matices de la infancia que intentó construir: niños escolares pulcros, de guardapolvos almidonados, y chicos que se escapaban de la casa para jugar en el potrero, que soñaban con juguetes y comían golosinas. Claro que siempre niños que iban a la escuela, es decir aquellos que se diferenciaban de los menores, que eran los niños pobres, abandonados, marginales que transitaban el circuito calle-instituto.

La escolarización fue un fenómeno constitutivo de la sociedad y de la cultura moderna, y el Estado -en un intento de regular y ajustar la infancia a las normas- recurrió, por un lado, a la obligatoriedad escolar, y por el otro, al encierro de los menores en asilos e instituciones.
El inspirador de “Billiken”, Constancio C. Vigil, autor de cuentos populares como El momo relojero, La hormiguita viajera, Misia Pepa, tenía una postura pacifista que se fundaba en la regeneración moral a través del amor al prójimo, a la naturaleza y a los animales. De esta manera, en los cuentos y narraciones que aparecían en la publicación, encontramos dos tipos de niños: el pobre y el benefactor. El niño pobre era frecuentemente huérfano, no tenía casa, estaba forzado a trabajar, y el niño benefactor acudía en su ayuda cambiando la vida del niño pobre. Claro que no existían -en estas páginas- la lucha de clases y la injusticia social, pero sí injusticias puntuales que la bondad de las personas podía enmendar.
Si “Billiken” es una revista hija de la ley de Educación 1420 (que promulga la obligatoriedad de la educación primaria) aparecida en el marco de una política cultural que incorpora a los hijos de inmigrantes al sistema educativo, “Anteojito”, nacida en 1964, llega al mercado y se dirige a un niño lector que conoce la primera imagen televisiva en blanco y negro.

2. Caótica, alucinada, decididamente psicótica

Anteojito” se diferencia de “Billiken” porque hace referencia, desde el comienzo, al lenguaje televisivo tanto en su gráfica en las publicidades como en las secciones. Pertenece a Manuel García Ferré Producciones,que relaciona todos los aspectos de la industria cultural del momento: revista, discos, programa de televisión, revista de historietas y dibujos animados en televisión. En su tapa siempre está Anteojito, un niño con unas gafas descomunales, un niño personaje que emplea un discurso pedagógico por ser un alumno destacado, que propone una relación directa con el niño lector de la revista.
Además de los temas escolares presentes en este tipo de revistas,  “Anteojito” dio cabida a grandes ilustradores como José Luis SalinasJuan ArancioCarlos Roume y Oswal, Jorge de los Ríos, Hugo Casaglia, entre otros.
Luego de permanecer en los kioscos del país y países limítrofes durante 37 años, la revista dejó de publicarse como consecuencia de la crisis del 2001. Habían aparecido en total 1925 números y su última edición fue el 28 de diciembre del 2001.
A “Anteojito” se la llevó la crisis del 2001, como a “Billiken” se la está llevando la crisis que atraviesa la Argentina con las políticas neoliberales de Macri en 2019.
Rodrigo Fresán, en un artículo publicado a partir de la noticia de la desaparición de “Anteojito”, define de este modo a las dos revistas infantiles argentinas más conocidas: “A mi modesto entender, ´Anteojito´ y ´Billiken´ tendrían que desaparecer juntas porque son dos caras de una misma moneda. Durante mi lejana infancia, la de Constancio C. Vigil era prolija, burguesa, bastante desabrida, perfecto material de lectura para chicos que querían ser los mejores alumnos y su parte más lúdica buscaba emparentarse con la estética progre-aristocrática de María Elena Walsh. La de García Ferré (quien paradójicamente le debe su último gran éxito a la walshiana Tortuga Manuelita) era caótica, alucinada, decididamente psicótica, dedicando páginas al Día de la Bandera entre visiones del planeta Marte o instrucciones para construir alguna ideíta de Leonardo Da Vinci. Los lectores de ´Billiken´ calzaban Adidas y empuñaban lapiceras Parker, los de ´Anteojito´ metían sus quesos adentro de zapatillas Flecha y mordían plumas Scheaffer.” (“Por el camino de ´Anteojito´”, Página /12,domingo, 13 de enero de 2002).
Aquella crisis desbastadora fagocitó a personajes entrañables que habitaban las páginas de la revista “Anteojito”, entre otros, el niño espantapájaros Trapito, el superhéroe Hijitus, la Bruja Cachavacha, el pollo sheriff Pío Pío, el chico científico Calculín.

3. La advertencia de Nyoka, la muchacha de la jungla

El peronismo tuvo su propia publicación destinada a los niños, fue “Mundo infantil”, que comenzó a publicar, en 1949, la editorial de Haynes de Carlos Aloé, dirigida por Oscar Rubio. Su tirada era semanal y salió entre los años 1949 y 1952.
“Mundo Infantil” transmitía un mensaje político e ideológico que intentaba apuntalar el proyecto nacional y popular que se sustentaba en las “Veinte verdades peronistas”, entre las cuales estaba la de que “en la nueva Argentina los únicos privilegiados son los niños”. Si en la segunda década del siglo XX aparece la idea de que la infancia debe ser considerada como un período autónomo de la vida adulta y que el niño es sujeto de derechos, durante el peronismo se constituye al niño como sujeto ciudadano.
No obstante, la revista -que contenía materiales escolares, cuentos, gran cantidad de páginas dedicados a las obras de la Fundación Eva Perón y a los Torneos Infantiles Evita, otras con contenidos acordes a cada grado y láminas y maquetas para armar, con motivos patrios- no escapaba a los estereotipos de género propios de la época.

El peronismo había propiciado cierto empoderamiento de la mujer y -durante el segundo gobierno- se había conquistado el acceso al voto femenino; sin embargo, en las páginas de la revista se repiten muchos de los estereotipos de infancia y de género. María Eugenia Bordagaray y Anabela Gonza, en su ensayo “Mundo Infantil y la socialización de género en la infancia del primer
peronismo (1950-1952)”[2], sostienen que, por momentos, la revista parece dirigida sólo a los varones. Mientras que a las niñas se destinan secciones donde se habla de modas y de labores, los niños se divierten y arman aviones y barcos de madera balsa o leen artículos destinados sólo a ellos -sobre todo en la promoción de carreras técnicas, como un medio para promover las escuelas técnicas, de reciente creación-.
Las niñas debían evitar el ocio, ayudar a la madre en las tareas domésticas, hacer las tareas escolares y no molestar al padre cuando regresaba cansado del trabajo. No obstante, desde las páginas de “Mundo infantil”, Nyoka, la muchacha de la jungla, creación de Edgar Rice Burroughs, el de Tarzán, desparramaba trompadas y hacía guiños a las “lectorcitas” avisando que había un territorio de luchas que todavía no se habían dado y que las tendrían como protagonistas.

Otras revistas infantiles menos longevas alimentaron esa doble funcionalidad que las constituía: ayuda escolar y a la vez fuente de lecturas recreativas, actividades manuales y consejos útiles. “Selecciones escolares”, de la editorial Codex (1959-1964), que se presentaba en un formato pequeño y atractivo y se autoproclamaba como “Revista mensual de divulgación y actualidades para la juventud”; “Pepín Cascarón” –solo dieciséis ejemplares publicados a partir de 1960- representado por un huevo de ancha sonrisa dibujado por Dante Quinterno y, más adelante, la abortada “Mega”, que fue robada por el grupo Clarín y publicada con el nombre de “Genios” (1998). Pero este artículo quedaría incompleto si no recordáramos una publicación dedicada a la infancia, que marcó la diferencia.


4. Humi, ollas populares para los pajaritos


Nacida en la editorial La Urraca, la misma que publicó “Humor”, la revista que hizo frente a la dictadura militar vio la luz durante el período 1982-1983. Destinada a los hijos de los lectores de esa revista, su nombre “Humi” le hace guiños al lector adulto que lee “Humor”.
A diferencia de la estereotipada “Billiken”, “Humi” mantiene una actitud transgresora, remite permanentemente al contexto político y social porque es tiempo de restablecer los lazos entre el adulto y el niño, destruidos por la dictadura. Por eso la escuela ya no es un lugar sacrosanto, sino que se la mira con desconfianza, ha sido el aparato ideológico de la dictadura. En sus páginas se cuenta la otra historia, la revisionista y, permanentemente, se estimula al niño lector a participar escribiendo cartas, mandando dibujos porque es, según la publicidad, “una revista infantil para crear y aprender”. Baste como ejemplo la sección “La pelela de la pulga”, en donde se promociona un Concurso de chistes malos, se publican dibujos de los lectores, una lista de insufribles (“los grandes que dicen “es igual a la madre…”), nombres graciosos (Abraham Lapuerta), adivinanzas enviadas por los chicos (¿Cuál es el mar más tonto? El mar mota”) o un recortable para armar una olla popular para los pajaritos y ayudarlos a pasar el invierno.
“Humi” fue la fascinación de los lectores adultos de “Humor”, pero no lo fue de la mayoría de los niños. Estos ya tenían formateado el género “revista infantil” en sus cabezas. Por lo tanto, no podían extasiarse con las tapas de Nine o los dibujos de Tabaré Gómez Laborde, que propiciaban otra estética. Estética que no encontraría lugar en las tradicionales aulas argentinas.






[1]Bontempo, Paula Los niños de Billken. Las infancias en Buenos Aires en las primeras décadas de siglo XX. Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti” Córdoba (Argentina), año 12, n° 12, 2012, pp. 205-221. ISSN 1666-6836
[2]Bordagaray, María Eugenia y Gorza, Anabella, Mundo Infantil y la socialización de género en la infancia del primer peronismo (1950-1952)I Jornadas CINIG de Estudios de Género y Feminismos Teorías y políticas: desde el Segundo Sexo hasta los debates actuales 29 y 30 de octubre de 2009.



lunes, 4 de febrero de 2019

Pobreza e infancia

Nota extraída de la página Premio Nacional y Latinoamericano de LIJ La Hormiguita viajera, Biblioteca Virrey del Pino, La Matanza.

Narrativas sobre la crueldad
Por María Cristina Alonso



Los libros destinados a los niños que nos muestran escenas de la infancia nos dicen más sobre los adultos que sobre los chicos, precisamente porque esas narrativas se construyen a partir de la realidad. Una sociedad inmersa en la violencia y en la que se vulneran los derechos de los más débiles se verá reflejaba, de una manera u otra en las historias que pensamos y escribimos para los niños.
Pero no todo lo que les ocurre a los niños es pasible de ser ficcionalizado, al menos en relatos destinados al público infantil. Pienso en la historia de la niña jujeña que fue obligada a tener un hijo fruto de la violación de un hombre de 60 años y que, además de negársele la posibilidad de interrumpir el embarazo -como lo disponen los protocolos para estos casos de menores de 15 años- el gobernador de la provincia ya había digitado que una “buena familia” iba a adoptar al bebé. ¿Y la niña? La niña sólo quería que todo terminara para volver a jugar.
Tan difícil de convertirla en historia para el público infantil como la de cientos de niños y niñas que hoy viven en las calles de casi todas las ciudades del mundo, huérfanos de escuela, de juguetes, de protección, de acompañamiento del Estado que, por otro lado -y en los discursos- proclama su interés por la infancia y dice considerar al niño como sujeto de derecho.
La crueldad y la violencia ejercida sobre los niños y niñas, sin embargo, impregna a toda la literatura infantil desde los albores del género.
Un médico alemán, Heinrich Hoffmann, escribió y dibujó en 1845 un libro con historias para su hijo que tituló: Struwwelpeter (Pedro Melenas). Consciente de que las imágenes tienen un efecto aleccionador, Hoffmann cuenta relatos de advertencia sobre niños desobedientes que sufren ejemplificadores castigos: Gaspar, el melindroso, se niega a tomar la sopa y, al quinto día de su negativa, muere. Hoffmman no ahorra en detalles macabros; va dibujando al personaje cada vez más flaco hasta que, en la última imagen, aparece la tumba del niño con la cruel imagen de la sopera como epitafio. Pero verdaderamente horripilante es la historia del Pequeño Chupadedo. Para evitar que continúe con el hábito de chuparse los dedos aparece el sastre con unas enormes tijeras y le corta los pulgares: “Cuando mamá vuelve al hogar, /Se lo encuentra -¡puro llorar!-/¡Sin pulgares se quedó,/el sastre se los cortó!”
Nada comparable con la historia de Paulita, que se prende fuego por jugar con los fósforos.Claro que la historia cuenta, al pasar, que a Paulita la dejaron sola en su casa. No obstante, si se prendió fuego de pies a cabeza a pesar de que los gatos le advertían el peligro y su madre le había recomendado no hacerlo, se deduce que la culpa, además, recae sobre la niña, que -como la pequeña de Jujuy de la historia real- fue abandonada por los adultos y, de víctima, pasa a ser culpable y desobediente.La niña -¡qué gran tristeza!-/ardió de pies a cabeza./ Quedaron sólo ceniza,/ y rojas, dos zapatillas.”


La indiferencia también es crueldad. Con mucha sutileza, las autoras del libro álbum Hugo tiene hambre, de Silvia Schujer y Mónica Weiss, nos narran esa violencia silenciosa que es el hambre de los niños que están en la calle. Niños que nadie mira, que parecen invisibles pero que, con su sola mirada, nos dicen que vivimos en un mundo que va perdiendo su humanidad. En este cuento, Hugo está enojado, el hambre inevitablemente nos pone irascibles. Anda con los labios apretados porque en una ciudad llena de colores, él solo puede mirar: gentes, plazas, calles, negocios, todo lo ve con la forma de su deseo: las plazas son soperas, los árboles alcauciles, y la gente y las cosas se vuelven platos de comida, golosinas, frutas y verduras.
Hugo recién se distiende y sonríe cuando encuentra a un perro hambriento como él, porque “cuando uno tiene un amigo, la panza hace menos ruido.”
Dice Mónica Weiss, la ilustradora de este libro álbum conmovedor: “Cuando me puse a trabajar en él, enseguida reparé en que -en los cuentos clásicos- el niño pobre que deambula solo y tiene hambre era un personaje corriente, pero como estaba “en el pasado”, parecía no doler tanto. En cambio, en los libros para chicos que transcurrían en aquel momento (2005), los niños pobres casi no aparecían. En mi biblioteca, entre cientos de libros donde los chicos tienen casa y comida asegurada, sólo contaba con De noche en la calle, de Ángela Lago. Así que había como un ocultamiento de algo que todos veíamos a diario en nuestra vida cotidiana. Aunque ´ver´ era una manera de decir.”[1]


En la literatura infantil el tema del hambre es recurrente, como en los cuentos de hadas recogidos por los hermanos Grimm. Los niños de esas historias deben enfrentar, como los reales en los que están inspirados, el secuestro, el abandono, la esclavitud, el abuso y hasta el asesinato.
Como el Hugo del que hemos hablado, en Hansel y Gretel el tema del hambre proyecta una realidad histórica. En la Edad Media, la escasez de comida por el crecimiento demográfico y las malas cosechas producía hambrunas. Por lo tanto, el abandono de los niños –y hasta el infanticidio- eran frecuentes, ya que no podían ser alimentados.

 Hansel y Gretell es uno de los cuentos más crueles que se puedan contar. Es la historia de dos hermanos abandonados por el padre y la madrastra en el bosque, con la excusa de que no tienen nada para darles de comer. Cuando se encuentran con la engañosa casa de chocolate, aparece la bruja que enjaula a Hansel para comérselo crudo, y encima lo engorda lentamente. Para compensar tanta crueldad, Gretel logra tirar a la bruja al horno encendido y la quema viva. Como los chicos regresan con una bolsa llena de oro, los padres los reciben contentos. ¿Tiene un final feliz este cuento? Según esta historia, hay que llevar un tesoro a casa para ser amado.
En los cuentos de hadas aparecen todo tipo de crueldades dirigidas a los niños. A Caperucita Roja se la come un lobo, Cenicienta tiene que soportar todo tipo de desprecios y burlas de sus hermanastras; a Blanca Nieves, la madrastra la manda a matar y pide que le arranquen el corazón; a Pulgarcito y sus hermanos, el Ogro los anda buscando para cortarles la cabeza y, en Pinocho, de Carlo Collodi, el Zorro y el Gato se abusan de la ignorancia del muñeco de madera: le roban las monedas de oro y  lo cuelgan de una encina.
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El libro álbum de la escritora e ilustradora brasileña Ángela Lago, De noche en la calle quiere ser un testimonio de los niños de la calle. Hay un niño que ofrece tres pelotitas con los colores del semáforo ante la indiferencia de los automovilistas. En el cómodo interior de los autos donde nos ubica la autora, la gente mira con ferocidad al niño solo, le teme, lo amenaza. Lo exterior y lo interior no se comunican, salvo en el momento en que el niño roba una caja del asiento trasero de un auto donde encontrará tres nuevas pelotas, que seguirá ofreciendo en una rueda infinita de un destino que no podrás modificarse. La crueldad y la indiferencia también aquí son tematizadas. Volvemos a Hugo tiene hambre (Shujer-Weiss). Mónica Weiss escribe -refiriéndose a los niños de la calle-: “Siempre me impresionó la naturalidad con que, en las paradas de los semáforos de las grandes ciudades, los conductores pasan por alto el hecho de que esos que están pidiendo monedas son niños. Imagino que, si vieran en esa misma esquina a uno de sus hijos o vecinitos, saldrían inmediatamente del coche y tratarían de ampararlos y de llevarlos a sus casas o con sus adultos. Sin embargo, los chicos como Hugo parece que fueran parte del paisaje urbano: con el mismo valor simbólico de una silla de plaza, un cesto, un semáforo. Como sin entidad humana, propia. [2]

Niños pobres y maltratados deambulan por muchos relatos infantiles de todos los tiempos. Lo hacen David Copperfield y Oliverio Twist, los personajes de las respectivas novelas del escritor inglés Charles Dickens, que no dudó en contar la crueldad de la sociedad del siglo XIX en la que le tocó vivir. Tanto David como Oliver se quedan huérfanos, reciben palos de los maestros, desprecios de sus padrastros y sienten hambre.
También medio muerto de hambre anda por los tres primeros tratados Lazarillo de Tormes, el protagonista de la novela picaresca española del siglo XVI. Lazarillo es un chico que queda solo en el mundo. Cuando el padre se muere, su madre le dice esta crueldad: “Criado te he, válete por ti” y lo manda a que se las arregle por los caminos. Por suerte el chico es vivo y se las ingenia para ir de amo en amo aunque siempre, con hambre.


La orfandad es una constante en los relatos para niños y jóvenes. El héroe casi nunca tiene padres, por lo tanto, tiene que reinventarse. Los padres de Harry Potter fueron asesinados por el mago Voldemor una noche de Halloween. Tom Sawyer vive con su tía Polly en un pueblito junto al Missisippi, y el Principito, está en su planeta con la sola compañía de una rosa.


La pobreza y el hambre siempre determinan que estos personajes niños inicien un largo viaje, vivan una aventura, obtengan una riqueza o realicen una hazaña. Así Charly, el de la película “La fábrica de Chocolate”, de  RoaldDahl, se somete a los caprichos del excéntrico Willy Wonka; Bastián Baltasar Bux, el protagonista de “La historia sin fin”, que es un chico huérfano de madre, viaja -a través de un libro- al mundo de Fantasía, para compensar sus días solitarios.

Los chicos y las chicas de la literatura infantil y juvenil tienen maestros que pegan coscorrones en la cabeza a los que se portan mal, tienen padres que los abandonan o los olvidan, y andan por caminos embarrados y muertos de frío. La literatura cuenta, sin disimulo, lo que les sucede a los niños pobres en la vida real. Como la historia de la niña de Jujuy, los relatos de ficción siguen contándonos de qué manera las sociedades lejos de combatirla, abominan de la pobreza.







[1] Weiss, MónicaIlustrar ¿para niños, jóvenes, adultos? Curso introductorio para mediadores de lectura literaria juvenil del CAEU / OEI
[2]Weiss, MónicaIlustrar ¿para niños, jóvenes, adultos? Curso introductorio para mediadores de lectura literaria juvenil del CAEU / OEI