"La Gitana Dormida".1897. Henri Rousseau
En Auschwich-Birkenau, me cuenta Eugenia Unger, sobreviviente del Holocausto, unas prisioneras gitanas que siempre le demostraban simpatía –ella era una adolescente- le hicieron un suéter con papeles que juntaban en el campo. Los retorcían y los tejían hasta darle la forma de un precario abrigo. Había que luchar contra el frío que helaba hasta los huesos en el interminable invierno polaco de 1942.
Los roma o gitanos estaban entre los grupos elegidos por razones raciales para ser perseguidos por el régimen nazi. Eugenia escuchó sus gritos desesperados y las balas que les dieron muerte una noche terrible en que los eliminaron a todos. Después vio refulgir las lenguas de fuego de los crematorios.
Mi abuela, en cambio, que era una inmigrante gallega, me hablaba de las maldiciones de las gitanas cuando llegaban a la aldea. Aparecían de pronto agitando sus faldas de colores ofreciendo adivinar la suerte. Un día pidieron comida y, como la madrastra de mi abuela se la negó, las gitanas miraron a los cerdos, les dijeron extrañas palabras y los animales empezaron a revolverse como poseídos por el diablo.
Decía mi abuela que, cuando ellas visitaban la casa, los gusanos salían de adentro del pan. Mi abuela traía de España un viejo prejuicio racial que la hacía atribuir a ese pueblo nómade por obligación, características maléficas.
Entre esas gitanas que tejen suertes de papel en el campo de concentración y las que evocaba mi abuela con prejuicio y miedo, se extiende el drama de un pueblo que sólo ha conocido la discriminación, el agravio y la marginación a lo largo de los siglos.
Federico García Lorca, en su Romancero gitano, asume una reivindicación de la figura del gitano. Sus versos desdeñan el pintoresquismo de sus ropas y sus bailes y también los tópicos malintencionados que los muestran como ladrones o malhechores. En cambio los eleva a la condición de mito, porque para el poeta granadino, los gitanos son los portadores de la historia, de la tradición. Escribe sobre ellos libre de prejuicios y exotismos. Así expresó su compromiso con las minorías:
«Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega. Nosotros -me refiero a los hombres de significación intelectual y educados en el ambiente medio de las clases que podemos llamar acomodadas- estamos llamados al sacrificio. Aceptémoslo. En el mundo ya no luchan fuerzas humanas sino telúricas. A mí me ponen en una balanza el resultado de esta lucha: aquí tu dolor y tu sacrificio, y aquí la justicia para todos, aun con la angustia del tránsito hacia un futuro que se presiente, pero que se desconoce, y descargo el puño con toda mi fuerza en este último platillo». (Gibson, 1987, vol. II: 330-331).
Sobre las torres de canela de la ciudad de los gitanos del romance de Lorca (Romance de la guardia Civil), estarán las gitanas del campo de Birkenau tejiendo pulóveres de papel para una chica judía de trece años que siente frío y se abriga con las canciones nostálgicas de una raza que aún en el siglo XXI no ha alcanzado su total reivindicación.
Los roma o gitanos estaban entre los grupos elegidos por razones raciales para ser perseguidos por el régimen nazi. Eugenia escuchó sus gritos desesperados y las balas que les dieron muerte una noche terrible en que los eliminaron a todos. Después vio refulgir las lenguas de fuego de los crematorios.
Mi abuela, en cambio, que era una inmigrante gallega, me hablaba de las maldiciones de las gitanas cuando llegaban a la aldea. Aparecían de pronto agitando sus faldas de colores ofreciendo adivinar la suerte. Un día pidieron comida y, como la madrastra de mi abuela se la negó, las gitanas miraron a los cerdos, les dijeron extrañas palabras y los animales empezaron a revolverse como poseídos por el diablo.
Decía mi abuela que, cuando ellas visitaban la casa, los gusanos salían de adentro del pan. Mi abuela traía de España un viejo prejuicio racial que la hacía atribuir a ese pueblo nómade por obligación, características maléficas.
Entre esas gitanas que tejen suertes de papel en el campo de concentración y las que evocaba mi abuela con prejuicio y miedo, se extiende el drama de un pueblo que sólo ha conocido la discriminación, el agravio y la marginación a lo largo de los siglos.
Federico García Lorca, en su Romancero gitano, asume una reivindicación de la figura del gitano. Sus versos desdeñan el pintoresquismo de sus ropas y sus bailes y también los tópicos malintencionados que los muestran como ladrones o malhechores. En cambio los eleva a la condición de mito, porque para el poeta granadino, los gitanos son los portadores de la historia, de la tradición. Escribe sobre ellos libre de prejuicios y exotismos. Así expresó su compromiso con las minorías:
«Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega. Nosotros -me refiero a los hombres de significación intelectual y educados en el ambiente medio de las clases que podemos llamar acomodadas- estamos llamados al sacrificio. Aceptémoslo. En el mundo ya no luchan fuerzas humanas sino telúricas. A mí me ponen en una balanza el resultado de esta lucha: aquí tu dolor y tu sacrificio, y aquí la justicia para todos, aun con la angustia del tránsito hacia un futuro que se presiente, pero que se desconoce, y descargo el puño con toda mi fuerza en este último platillo». (Gibson, 1987, vol. II: 330-331).
Sobre las torres de canela de la ciudad de los gitanos del romance de Lorca (Romance de la guardia Civil), estarán las gitanas del campo de Birkenau tejiendo pulóveres de papel para una chica judía de trece años que siente frío y se abriga con las canciones nostálgicas de una raza que aún en el siglo XXI no ha alcanzado su total reivindicación.
1 comentario:
Si por fin entendieramos que estamos de transito en esta tierra y que a todos nos corresponde un pedacito,cuan diferente seria este mundo.Por tal historia veo que los mas desposeidos muestran empatia y solidaridad, Gracias por permitirme dar mi punto de vista, Elizabeth.
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