martes, 19 de julio de 2011
“Me revienta la novela rollo chino”
Precursores del hipertexto
A mediados del siglo XVIII, un clérigo de Yorkshire, escribe un libro que no narra una historia convencional sino que, desde lo formal, emprende toda una proeza: proponerle un juego al lector, que arme él mismo el relato. Porque Laurence Sterne, en Tristam Shandy, escribe, en pleno siglo de las luces -cuando la razón ordena y reglamenta- una novela que escandaliza a sus contemporáneos. La dedicatoria aparece al principio del volumen noveno, el prólogo en el capítulo veinte del volumen tercero. Hay capítulos que parecen faltar y aparecen en otro lugar, hay una página toda negra en señal de duelo y otra toda en blanco sobre la que podremos leer lo que dicte nuestra imaginación. Hay capítulos extensos y otros que ocupan un renglón.
Sterne propone en su original obra una lectura peregrina, azarosa, porque como señala en el capítulo catorce del Volumen 1: “Si un historiógrafo pudiera conducir su historia como un arriero guía a sus mulas –siempre hacia adelante-, -por ejemplo desde Roma hacia Loretto, sin volver la cabeza ni una sola vez ni a derecha ni a izquierda, -podría arriesgarse a predecir cuándo va a llegar al término de su viaje, con una hora de más o de menos; pero la cosa es moralmente hablando, imposible: porque si es un hombre con un mínimo de inteligencia, le surgirán cincuenta desvíos que se aparten de la línea recta, para tomar tal o cual camino y no podrá evitarlos de ninguna manera”. Y así detalla Sterne los componentes que interceptarán la linealidad de su historia: relatos que compaginar, anécdotas que recoger, inscripciones que descifrar, cuentos que entretejer, tradiciones que examinar, personajes que visitar. Es decir, lo que nos propone este vicario que pronunciaba excéntricos sermones en su púlpito de Yorkshire, es la futura narrativa hipertextual.
El lector de los hipertextos en la red se vuelve un lector activo, es quien decide generalmente orientado por su propia intuición el camino que recorrerá. Leerá en función de sus intereses y conocimientos previos
En los hipertextos el usuario se convierte en "lector activo de información", él es quien decide, algunas veces orientado por la propia estructura del programa y otras por su propia intuición, qué camino recorrerá, a qué le prestará más atención, y por dónde orientará su búsqueda. Sin olvidarnos que en cualquier fase del proceso puede tomar la decisión de volver a replantearse las decisiones iniciales.
Así también lo concibe Julio Cortázar en su novela Rayuela, considerada una obra a precursora del los actuales hipertextos. En ella el lector participa, lee en forma aleatoria como lo propone la lectura digital. Cortázar ataca el modo de la lectura clásica, desarticula la concepción heredada del objeto libro, que es limitado.
Rayuela se divide en dos partes, la segunda es denominada por el autor “capítulos prescindibles”. En ella se conjugan reflexiones, citas, recortes de periódico, narraciones. El autor propone dos lecturas: ir del capítulo 1 al 56, si pretende ser un lector tradicional o ir saltando de capítulo en capítulo como lo sugiere en el “Tablero de dirección” con el que comienza el libro. No obstante hay más posibilidades de lectura, otros posibles órdenes que el lector puede seguir libremente. Dice Cortázar: “A su manera éste libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros"
En el capítulo 99, se plantea la estética de Morelli, uno de los personajes de los capítulos prescindibles: “Morelli es un artista que tiene una idea especial del arte, consistente más que nada en echar abajo las formas usuales, cosa corriente en todo buen artista. Por ejemplo, le revienta la novela rollo chino. El libro que se lee del principio al final como un niño bueno. Ya te habrás fijado que cada vez le preocupa menos la ligazón de las partes, aquello de que una palabra trae la otra... Cuando leo a Morelli tengo la impresión de que busca una interacción menos mecánica, menos causal de los elementos que maneja; se siente que lo ya escrito condiciona apenas lo que está escribiendo.”
En el capítulo 154 Morelli define a su obra: “Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana. Liber Fulguralis, hojas mánticas, y así va. Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto”.
Hacer del lector un cómplice, un camarada de camino. El lector, según Morelli (capítulo 79) puede llegar a ser un copartícipe y copadeciente de la experiencia por la que pasa el novelista, en el mismo momento y en la misma forma. “…le da como una fachada, con puertas y ventanas detrás de las cuales se está operando un misterio que el lector cómplice deberá buscar (de ahí la complicidad) y quizá no encontrará (de ahí el copadecimiento)”.
Sterne en el siglo XVIII, Cortázar en el XX imaginaron un más allá del objeto libro, entendido éste como algo limitado y cerrado. Ya no la novela rollo, sino un texto, como el digital, por el que el lector pueda andar a su antojo, acaso como lo hiciera ese Cortázar de la infancia leyendo El tesoro de la juventud que, como toda enciclopedia es fragmentaria, poblada de ilustraciones, relatos, fotografías, resúmenes de obras. Una pre-wikipedia que propone lecturas aleatorias.
Como el Libro de Arena borgeano, la Internet nos propone un número de páginas infinito, por donde podemos realizar siempre diferentes lecturas. En ese libro el número de páginas es infinito “Ninguna es la primera; ninguna, la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admiten cualquier número”. El libro de Borges como la arena –como la web- no tiene ni principio ni fin.
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