Es domingo a la mañana, me levanto temprano porque voy a
hacer una torta para el mediodía. Nos han invitado a almorzar. Hago la
preparación y enciendo el horno. Durante cuarenta minutos deberé estar atenta
para que la preparación no se queme. Sé que no puedo hacer otra cosa más que
merodear el horno. Si me siento a escribir, como todas las mañanas, vaya a
saber en qué monstruo se convertirá ese revuelto de crema, harina y huevos.
Así que salgo al jardín a buscar un hueso de juguete que le compré a Domingo,
nuestro cachorro. Y es entonces, cuando descubro un mundo ignorado.
Debajo de las matas de
hortensias marchitas y de los helechos hay seres que están viviendo una vida que yo
ignoraba. Una colonia de hongos de suaves texturas amarillentas, algunas orugas
vegetales que ondulan bajo el nogal, hojitas de un verde estridente que hacen guiños
cómplices, pegajosas esponjas violáceas adheridas a los troncos de los árboles.

El olor a quemado me devuelve a mi tamaño natural y corro a salvar mi torta.
Confío en q el conejo blanco o el Sombrerero Loco me esperen entre las hojas húmedas, en la misteriosa tierra del jardín
secreto.