jueves, 23 de marzo de 2023

Lo que recuerdo. La Plata. Facultad de Humanidades 1973-1976.

 Por María Cristina Alonso

1.   . 1. Cerca de Joaquín V. González

Empecé la carrera de Letras en la Facultad  de Humanidades de la UNLP  en el 73, durante la llamada primavera camporista que duró cuarenta y nueve días. Nada. Pero, con el pasar de los años pareciera que ese período se extendió por una eternidad. Tengo 18 años. El tiempo no tiene ninguna importancia. Nadie mide el tiempo, sólo se vive con esa intensidad, ese miedo, esa pasión. Creemos que para la muerte falta mucho. Sin embargo la muerte nos come los talones. Por las venas abiertas de América Latina mana sangre. Gabriel Celaya nos dice con la voz de Paco Ibáñez que la poesía es un arma cargada de futuro. Y le creemos.
Salí de la escuela secundaria de mi pueblo y desemboqué en los pasillos de la facultad de Humanidades casi con los ojos cerrados. Venía de escuchar discursos autoritarios de un director borracho que gritaba como si estuviera hablando ante el Reichstag y pronto me habitué a los cánticos desaforados de la JP, al luche y vuele, al patria si, colonia no.
La facultad de Humanidades era un apéndice del edificio de la Universidad donde estaba la carrera de Derecho. Se entraba por una puerta del costado, a la derecha de la estatua de Joaquín V. González que, cómodamente sentado en su sillón, miraba el devenir de la calle 7.

 Puedo recorrerla con la memoria, porque ya no existe. Entrabas por una puerta de madera llena de pegatinas y avanzabas por un pasillo atiborrado de inscripciones y proclamas políticas. A la izquierda la ventanilla de la oficina de “Alumnos”, donde nos inscribíamos y atrás una escalera que subía a la planta alta. Recuerdo a Ricardo Piglia subiendo esa escalera en el ‘73, cuando nadie imaginaba los libros que iba a escribir y que yo iba a leer y subrayar hasta el cansancio. En la planta baja había varias aulas donde fuimos cursando el accidentado profesorado que por un lado tenía el bastión de la más recalcitrante derecha que anidaba en la cátedra de Latín dictada por el ideólogo y jefe de la CNU, Carlos Disandro, y la izquierda proponiendo leer a la América latina desde las producciones de los pueblos originarios. Todo duró poco.
 Del pensamiento nacional, de las discusiones sobre la patria socialista pasamos a la universidad intervenida, a la clausura de octubre de 1974 y a las clases clandestinas, de resistencia, que se hacían en una iglesia evangélica cerca de la terminal de micros. De eso sólo recuerdo el miedo, la adrenalina que producía imaginar que, en cualquier momento caía la policía.

2.  Recuerdos de muerte

De esos años previos a la dictadura recuerdo momentos acotados. Ir al cine de la calle 7 con una compañera y comentar cuánta gente se había asesinando en ese año 75. No recuerdo la película, si a la compañera que no he vuelto a ver.

Otro recuerdo de muerte. Matan a Achem y Miguel. Yo vivo en la calle 54 (la misma en la que vivía Rodolfo Walsh pero a media cuadra de Plaza Moreno). Veo por la diagonal 73 cómo avanza la marcha de antorchas que va al velorio. Creo, o tal vez es el recuerdo de otro, haber pasado por la casa donde velaban a los dos gremialistas asesinados por la CNU en octubre del 74.

3. Septiembre

Allende es asesinado en Chile por el brutal golpe de Estado de Pinochet. En los pasillos de la facultad se agolpan las distintas organizaciones que apoyan al destituido gobierno de izquierda. Se grita “Armas para Chile, carajo”. ¿Yo me sumo a ese coro? No lo recuerdo. Sigo siendo  una chica de pueblo que estudia Letras y que, de a poco, empieza a adquirir cierta conciencia nacional, cierta idea de solidaridad social, algo de esperanza de que el mundo puede cambiar. Y no. Pronto las balas perforan cuerpos y  desgarran la noche. La larga noche que comienza cuando muere Perón y queda ese personaje increíble que es Isabelita. Ella habla en el balcón. Detrás el Brujo le dicta el discurso. El ventrílocuo y su muñeca. El país se convierte en una comedieta sangrienta.

4. Ana María Estevao


El paso del tiempo confunde las cosas y muchos creen que el golpe fue algo que empezó el 24 de marzo de 1976. El golpe es un monstruo grande que venía creciendo y diversificando sus tentáculos en el caldo de la pasión política.

La Triple A ejecuta a militantes desde mucho antes. Es la sala de entrenamiento de los grupos de tareas de la dictadura.

 



A  Ana María Estevao le encantaba tejer. Estudiaba griego tejiendo pulóveres y tiraba volantes de la agrupación de izquierda por la ventanilla del colectivo que la llevaba de la cursada en La Plata hasta San Vicente Solano donde vivía. Charlábamos un rato antes de empezar la clase en los asientos de madera del Instituto de Filología que quedaba en 44. Un día seguimos la charla en un bar frente a Plaza Italia. Habló de su trabajo como periodista en La voz de Solano. Me mostró los volantes que iban a repartir ese día. Me invitó a participar. No le dije nada. Nunca más pude decirle nada.

El 21 de octubre de 1975 –al día siguiente de nuestra charla en el bar- aparece su cadáver junto al de Raúl Kossoy, torturados y baleados. Ambos son dirigentes de Vanguardia Comunista. La facultad se cierra en señal de duelo. La Triple A se adjudica las muertes. Ana tenía 22 años, le gustaba tejer, creía en la revolución, llevaba unos panfletos mal impresos en su bolsa de lana. El miedo es eso que empieza a comerte por los pies. Charly lo sabe, en invierno no hay sol.

6. La casa de la calle 6

Preparo las materias de tercero de la carrera de Letras con una compañera que vive en una casa antigua de la calle 6. La casa me fascina. Los techos altísimos están disimulados con telas de liencillo que cuelgan en globo. Usan frascos de mermelada en lugar de vasos y mi amiga cocina fideos y polenta. El novio con el que vive es roquero y está todo el día tocando con su banda las canciones de Suis Generis. Charly García entra en mi vida a través de las desafinadas versiones que hacen de  Confesiones de invierno. A casi todos los del grupo los habían echado del cuarto y ensayaban ahí, al margen de las discusiones políticas de otros jóvenes que sólo hablaban de revolución y escuchaban a Víctor Jara y Quilapayún.
Ese invierno los lobos nos comen la carne y la radio nos confunde a todos. Pero aun es marzo. Voy caminando por 54 hasta 6. Compro La Opinión en el quiosco frente a la Plaza San Martín. Los titulares de todos los diarios anuncian que gobierna la junta militar. Yo miro a una mujer que barre la vereda como si el mundo no fuera un caos. Ella barre su orden diario. En adelante habrá mucha gente así que finge que no pasa nada.

 7. El golpe y después

 De un día para otro Humanidades cambia. Se limpian las paredes, el ejército está en la puerta, nos palpan de armas cuando entramos. Damos clase en el subsuelo del edificio que están construyendo en la parte de atrás de la facultad. Hay filtraciones de agua y las aulas están inundadas. Cursamos con los pies en los charcos. Un profesor, Juan Carlos Ghiano, nos grita. Nos dice que se acabó para siempre la subversión, que ni se nos ocurra llevar alguna publicación del Centro Editor de América Latina que es una cueva de sediciosos, marxistas pro cubanos, montoneros, enemigos de la patria. Patria. Lo dice con mayúscula. La Patria ha sido recobrada, insiste y grita. Bajamos la cabeza.

 8. Patricia Dillon



La facultad se queda en silencio. Desaparece el bullicio, las consignas, los cánticos, desaparecen los chicos del centro de estudiantes que grababan y desgrababan las clases, desaparecen profesores, algunos se van al exilio.

Patricia Dillon tiene 23 años. Se sienta en uno de los banquitos de la cocina en mi departamento de 54 y sonríe mientras pongo una piza en el horno. Tiene el pelo largo y lacio. Está apurada porque ha dejado a su bebé en alguna parte y viene a pedirme los apuntes de Introducción a la Literatura. Pero se toma un momento para fumarse un cigarrillo. Creo que no sé de su militancia, seguro hablamos de tonterías de la facultad. Yo abro el horno y pongo la fuente, ella se ríe sentada en el banco de mi cocina, recostada contra los azulejos celestes.  Después se va. Así me queda su sonrisa en la memoria para siempre. El 7 de diciembre de 1976 la  secuestraron en la calle. Su cuerpo, como el de su marido, Luis Ciancio, fue identificado en 2012 por el Equipo de Antropología Forense. El bebé que debía pasar a buscar por la casa de sus suegros, Federico, es un músico prestigioso, especialista en música barroca, clavecinista, arpista y director. Patricia sigue sonriendo en mi cabeza y recién han pasado 46 años de ese día en que la vi por última vez.

7. Con el tiempo quién es quién

En la clase de Literatura Argentina, el profesor Pedro Barcia (ahora integrante de la academia argentina de tataata) despliega su histrionismo frente a sus alumnas, todas mujeres. Estamos en el aula frente al kiosco de EUDEBA que supo tener libros baratísimos y ahora está clausurado. Es una clase en la que el profesor se luce en su soliloquio. Nosotras calladitas. Mediados del 76, ya aprendimos que ni ahora que estamos solas, ni cuando se sentaban a nuestro lado los de la CNU con sus sobretodos bajo los cuales escondían las pistolas, era conveniente opinar.
Pero la rubia que se ha incorporado tarde a la cursada y que viene de otra facultad levanta la mano y cuenta -con tanta inocencia- que está asistiendo a los cursos que Ricardo Piglia da en su casa, al ser cesanteado en la universidad. No lo dijo así, pero quedaba claro que era como una especie de “universidad de las sombras”, un lugar sin censuras.
Recuerdo cómo Barcia olvida su sonrisa pegajosa y grita desaforado. Acusa a Piglia de subversivo, transgresor, amenaza a la alumna, le dice que está pisando en falso. La chica rubia se va aplastando, empequeñeciendo y trata de contener las lágrimas pero no puede. Llora bajito. Barcia sigue con Lugones.
Cuatro décadas después las piezas se acomodan. Barcia es alabado por el diario La Nación, ha sido invitado a la mesa de Mirtha Legrand y, a veces, alguien le pregunta sobre el lenguaje inclusivo para que despotrique como un desquiciado. Piglia ha muerto. Tengo todos sus libros, he disfrutado y aprendido de sus clases en la televisión pública, leo y releo Critica y Ficción, Respiración artificial, El último lector, Blanco nocturno, Prisión perpetua. A Barcia se lo recuerda como el secretario de Asuntos Académicos de la FAHCE, encargado de centralizar el control sobre el material bibliográfico que se compraba en la Facultad durante la dictadura y autor de un montón de libros soporíferos que nadie lee.

 8. Farenheit 451.

También hay que limpiar los departamentos, hacer desaparecer -qué palabra que pronto tendrá otro significado-  todos los panfletos que nos han dado en la facultad y quedan entre los libros, esconder los libros de autores de izquierda,, de título sospechoso, dudamos ante cada tapa. ¿El Quijote estará prohibido? Exceso de imaginación. ¿La poética de Aristóteles? Está muy subrayado, puede ser sospechoso de contener mensajes cifrados. Quemamos y tiramos lo obvio: fotos del Che, afiches de Carpani con robustos hombres de puño alzado, Los condenados de la tierra de Fanon, y Sartre claro, aunque lleve el título de ¿Qué es la literatura?.

Estaba faltando algo. No, tirar las revistas Crisis, no. Es como tirar todos esos años en que fui entendiendo cómo venía la mano en esto de ser latinoamericana, subdesarrollada, pobre, colonizada. Milagrosamente llega desde Bragado mi viejo. Nos lleva a comer, nos da dinero y se lleva, debajo de la alfombra del baúl del Renault 6, toda mi colección de revistas Crisis que salieron entre 1973 y 1976. Ahí se fueron con el viejo los reportajes a Cortázar, artículo de Carpentier, de Haroldo Conti contando su viaje a Cuba, crónicas de explotados en cualquier parte de Latinoamérica, versos de Roque Dalton, de Juan Gelman, charlas con García Márquez, discursos de Salvador Allende. Uf. Todavía están en el último estante de mi biblioteca. Intactas, esperando oleadas de jóvenes que tengan ganas de leerlas, de escuchar la música de los 70. ¿Habrá?

9. Final

Me recibí de profesora en Letras en octubre de 1977. Volví a Bragado. Nadie con quien hablar.  Ya estaba dando clases cuando el mundial del 78. La gente seguía anestesiada. Vino Malvinas. Primera hora de clases después del 2 de abril. ¿Qué piensa profesora de la guerra? Y dije todo lo que un docente, una mujer, una persona sensata puede opinar de la guerra. Imaginen lo que se dijo en la sala de profesores de mí.

Cada 24 de marzo recuerdo cosas. Hago memoria, aunque tenga esto poquito que contar. Era  una estudiante de Letras que miraba el devenir de la historia con los ojos de una chica de pueblo. Que iba aprendiendo cosas con cada lectura, y que veía cómo el mundo se volvía oscuro y silencioso. Escribo para que nunca más, nunca más las dictaduras militares o las que se ganan en las urnas nos escondan el sol.

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