Por María Cristina Alonso
1. . 1. Cerca de Joaquín V. González
Empecé la carrera de Letras en la Facultad de Humanidades de la UNLP en el 73, durante la llamada primavera
camporista que duró cuarenta y nueve días. Nada. Pero, con el pasar de los años
pareciera que ese período se extendió por una eternidad. Tengo 18 años. El
tiempo no tiene ninguna importancia. Nadie mide el tiempo, sólo se vive con esa
intensidad, ese miedo, esa pasión. Creemos que para la muerte falta mucho. Sin
embargo la muerte nos come los talones. Por las venas abiertas de América
Latina mana sangre. Gabriel Celaya nos dice con la voz de Paco Ibáñez que la
poesía es un arma cargada de futuro. Y le creemos.
Salí de la escuela
secundaria de mi pueblo y desemboqué en los pasillos de la facultad de
Humanidades casi con los ojos cerrados. Venía de escuchar discursos
autoritarios de un director borracho que gritaba como si estuviera hablando
ante el Reichstag y pronto me
habitué a los cánticos desaforados de la JP, al luche y vuele, al patria si,
colonia no.
La facultad de Humanidades era un
apéndice del edificio de la Universidad donde estaba la carrera de Derecho. Se
entraba por una puerta del costado, a la derecha de la estatua de Joaquín V.
González que, cómodamente sentado en su sillón, miraba el devenir de la calle 7.
Puedo recorrerla con la memoria, porque ya no
existe. Entrabas por una puerta de madera llena de pegatinas y avanzabas por un
pasillo atiborrado de inscripciones y proclamas políticas. A la izquierda la
ventanilla de la oficina de “Alumnos”, donde nos inscribíamos y atrás una
escalera que subía a la planta alta. Recuerdo a Ricardo Piglia subiendo esa
escalera en el ‘73, cuando nadie imaginaba los libros que iba a escribir y que
yo iba a leer y subrayar hasta el cansancio. En la planta baja había varias aulas
donde fuimos cursando el accidentado profesorado que por un lado tenía el
bastión de la más recalcitrante derecha que anidaba en la cátedra de Latín
dictada por el ideólogo y jefe de la CNU, Carlos Disandro, y la izquierda
proponiendo leer a la América latina desde las producciones de los pueblos
originarios. Todo duró poco.
Del pensamiento nacional, de las discusiones
sobre la patria socialista pasamos a la universidad intervenida, a la clausura
de octubre de 1974 y a las clases clandestinas, de resistencia, que se hacían
en una iglesia evangélica cerca de la terminal de micros. De eso sólo recuerdo
el miedo, la adrenalina que producía imaginar que, en cualquier momento caía la
policía.
2. Recuerdos de muerte
De esos años previos a la
dictadura recuerdo momentos acotados. Ir al cine de la calle 7 con una
compañera y comentar cuánta gente se había asesinando en ese año 75. No
recuerdo la película, si a la compañera que no he vuelto a ver.
Otro recuerdo de muerte. Matan a
Achem y Miguel. Yo vivo en la calle 54 (la misma en la que vivía Rodolfo Walsh
pero a media cuadra de Plaza Moreno). Veo por la diagonal 73 cómo avanza la
marcha de antorchas que va al velorio. Creo, o tal vez es el recuerdo de otro,
haber pasado por la casa donde velaban a los dos gremialistas asesinados por la
CNU en octubre del 74.
3. Septiembre
Allende es asesinado en Chile
por el brutal golpe de Estado de Pinochet. En los pasillos de la facultad se
agolpan las distintas organizaciones que apoyan al destituido gobierno de
izquierda. Se grita “Armas para Chile, carajo”. ¿Yo me sumo a ese coro? No lo
recuerdo. Sigo siendo una chica de
pueblo que estudia Letras y que, de a poco, empieza a adquirir cierta
conciencia nacional, cierta idea de solidaridad social, algo de esperanza de
que el mundo puede cambiar. Y no. Pronto las balas perforan cuerpos y desgarran la noche. La larga noche que
comienza cuando muere Perón y queda ese personaje increíble que es Isabelita. Ella
habla en el balcón. Detrás el Brujo le dicta el discurso. El ventrílocuo y su
muñeca. El país se convierte en una comedieta sangrienta.
4. Ana María Estevao
El paso del tiempo
confunde las cosas y muchos creen que el golpe fue algo que empezó el 24 de
marzo de 1976. El golpe es un monstruo grande que venía creciendo y
diversificando sus tentáculos en el caldo de la pasión política.
La Triple A ejecuta a
militantes desde mucho antes. Es la sala de entrenamiento de los grupos de
tareas de la dictadura.
A Ana María Estevao le encantaba tejer.
Estudiaba griego tejiendo pulóveres y tiraba volantes de la agrupación de
izquierda por la ventanilla del colectivo que la llevaba de la cursada en La
Plata hasta San Vicente Solano donde vivía. Charlábamos un rato antes de
empezar la clase en los asientos de madera del Instituto de Filología que
quedaba en 44. Un día seguimos la charla en un bar frente a Plaza Italia. Habló
de su trabajo como periodista en La voz de Solano. Me mostró los volantes que
iban a repartir ese día. Me invitó a participar. No le dije nada. Nunca más
pude decirle nada.
El 21 de octubre de 1975 –al día
siguiente de nuestra charla en el bar- aparece su cadáver junto al de Raúl
Kossoy, torturados y baleados. Ambos son dirigentes de Vanguardia Comunista. La
facultad se cierra en señal de duelo. La Triple A se adjudica las muertes. Ana
tenía 22 años, le gustaba tejer, creía en la revolución, llevaba unos panfletos
mal impresos en su bolsa de lana. El miedo es eso que empieza a comerte por los
pies. Charly lo sabe, en invierno no hay sol.
6. La casa de la calle 6
Preparo las materias de tercero
de la carrera de Letras con una compañera que vive en una casa antigua de la
calle 6. La casa me fascina. Los techos altísimos están disimulados con telas
de liencillo que cuelgan en globo. Usan frascos de mermelada en lugar de vasos
y mi amiga cocina fideos y polenta. El novio con el que vive es roquero y está
todo el día tocando con su banda las canciones de Suis Generis. Charly García
entra en mi vida a través de las desafinadas versiones que hacen de Confesiones de invierno. A casi todos los del
grupo los habían echado del cuarto y
ensayaban ahí, al margen de las discusiones políticas de otros jóvenes que sólo
hablaban de revolución y escuchaban a Víctor Jara y Quilapayún.
Ese invierno los lobos nos comen
la carne y la radio nos confunde a todos. Pero aun es marzo. Voy caminando por
54 hasta 6. Compro La Opinión en el quiosco frente a la Plaza San Martín. Los
titulares de todos los diarios anuncian que gobierna la junta militar. Yo miro
a una mujer que barre la vereda como si el mundo no fuera un caos. Ella barre
su orden diario. En adelante habrá mucha gente así que finge que no pasa nada.
7. El golpe y después
De un día para otro Humanidades cambia. Se
limpian las paredes, el ejército está en la puerta, nos palpan de armas cuando
entramos. Damos clase en el subsuelo del edificio que están construyendo en la
parte de atrás de la facultad. Hay filtraciones de agua y las aulas están
inundadas. Cursamos con los pies en los charcos. Un profesor, Juan Carlos
Ghiano, nos grita. Nos dice que se acabó para siempre la subversión, que ni se
nos ocurra llevar alguna publicación del Centro Editor de América Latina que es
una cueva de sediciosos, marxistas pro cubanos, montoneros, enemigos de la
patria. Patria. Lo dice con mayúscula. La Patria ha sido recobrada, insiste y
grita. Bajamos la cabeza.
La facultad se queda en silencio.
Desaparece el bullicio, las consignas, los cánticos, desaparecen los chicos del
centro de estudiantes que grababan y desgrababan las clases, desaparecen
profesores, algunos se van al exilio.
Patricia Dillon tiene 23
años. Se sienta en uno de los banquitos de la cocina en mi departamento de 54 y
sonríe mientras pongo una piza en el horno. Tiene el pelo largo y lacio. Está
apurada porque ha dejado a su bebé en alguna parte y viene a pedirme los
apuntes de Introducción a la Literatura. Pero se toma un momento para fumarse
un cigarrillo. Creo que no sé de su militancia, seguro hablamos de tonterías de
la facultad. Yo abro el horno y pongo la fuente, ella se ríe sentada en el
banco de mi cocina, recostada contra los azulejos celestes. Después se va. Así me queda su sonrisa en la
memoria para siempre. El 7 de diciembre de 1976 la secuestraron en la calle. Su cuerpo, como el
de su marido, Luis Ciancio, fue identificado en 2012 por el Equipo de
Antropología Forense. El bebé que debía pasar a buscar por la casa de sus
suegros, Federico, es un músico prestigioso, especialista en música barroca, clavecinista,
arpista y director. Patricia sigue sonriendo en mi cabeza y
recién han pasado 46 años de ese día en que la vi por última vez.
7. Con el tiempo quién es quién
En la clase de Literatura
Argentina, el profesor Pedro Barcia (ahora integrante de la academia argentina
de tataata) despliega su histrionismo frente a sus alumnas, todas mujeres.
Estamos en el aula frente al kiosco de EUDEBA que supo tener libros baratísimos
y ahora está clausurado. Es una clase en la que el profesor se luce en su
soliloquio. Nosotras calladitas. Mediados del 76, ya aprendimos que ni ahora
que estamos solas, ni cuando se sentaban a nuestro lado los de la CNU con sus
sobretodos bajo los cuales escondían las pistolas, era conveniente opinar.
Pero la rubia que se ha
incorporado tarde a la cursada y que viene de otra facultad levanta la mano y cuenta
-con tanta inocencia- que está asistiendo a los cursos que Ricardo Piglia da en
su casa, al ser cesanteado en la universidad. No lo dijo así, pero quedaba
claro que era como una especie de “universidad de las sombras”, un lugar sin
censuras.
Recuerdo cómo Barcia olvida
su sonrisa pegajosa y grita desaforado. Acusa a Piglia de subversivo,
transgresor, amenaza a la alumna, le dice que está pisando en falso. La chica
rubia se va aplastando, empequeñeciendo y trata de contener las lágrimas pero
no puede. Llora bajito. Barcia sigue con Lugones.
Cuatro décadas después las piezas se acomodan.
Barcia es alabado por el diario La Nación, ha sido invitado a la mesa de Mirtha
Legrand y, a veces, alguien le pregunta sobre el lenguaje inclusivo para que
despotrique como un desquiciado. Piglia ha muerto. Tengo todos
sus libros, he disfrutado y aprendido de sus clases en la televisión pública,
leo y releo Critica y Ficción, Respiración artificial, El último lector, Blanco
nocturno, Prisión perpetua. A Barcia se lo recuerda como el secretario de
Asuntos Académicos de la FAHCE, encargado de centralizar el control sobre el
material bibliográfico que se compraba en la Facultad durante la dictadura y
autor de un montón de libros soporíferos que nadie lee.
También hay que limpiar los
departamentos, hacer desaparecer -qué palabra que pronto tendrá otro
significado- todos los panfletos que nos
han dado en la facultad y quedan entre los libros, esconder los libros de
autores de izquierda,, de título sospechoso, dudamos ante cada tapa. ¿El
Quijote estará prohibido? Exceso de imaginación. ¿La poética de Aristóteles?
Está muy subrayado, puede ser sospechoso de contener mensajes cifrados.
Quemamos y tiramos lo obvio: fotos del Che, afiches de Carpani con robustos
hombres de puño alzado, Los condenados de la tierra de Fanon, y Sartre claro,
aunque lleve el título de ¿Qué es la literatura?.
Estaba faltando algo. No,
tirar las revistas Crisis, no. Es como tirar todos esos años en que fui
entendiendo cómo venía la mano en esto de ser latinoamericana, subdesarrollada,
pobre, colonizada. Milagrosamente llega desde Bragado mi viejo. Nos lleva a
comer, nos da dinero y se lleva, debajo de la alfombra del baúl del Renault 6,
toda mi colección de revistas Crisis que salieron entre 1973 y 1976. Ahí se
fueron con el viejo los reportajes a Cortázar, artículo de Carpentier, de
Haroldo Conti contando su viaje a Cuba, crónicas de explotados en cualquier
parte de Latinoamérica, versos de Roque Dalton, de Juan Gelman, charlas con
García Márquez, discursos de Salvador Allende. Uf. Todavía están en el último
estante de mi biblioteca. Intactas, esperando oleadas de jóvenes que tengan
ganas de leerlas, de escuchar la música de los 70. ¿Habrá?
9. Final
Me recibí de profesora en Letras en octubre de 1977.
Volví a Bragado. Nadie con quien hablar.
Ya estaba dando clases cuando el mundial del 78. La gente seguía
anestesiada. Vino Malvinas. Primera hora de clases después del 2 de abril. ¿Qué
piensa profesora de la guerra? Y dije todo lo que un docente, una mujer, una
persona sensata puede opinar de la guerra. Imaginen lo que se dijo en la sala
de profesores de mí.
Cada 24 de marzo recuerdo
cosas. Hago memoria, aunque tenga esto poquito que contar. Era una estudiante de Letras que miraba el devenir
de la historia con los ojos de una chica de pueblo. Que iba aprendiendo cosas
con cada lectura, y que veía cómo el mundo se volvía oscuro y silencioso. Escribo
para que nunca más, nunca más las dictaduras militares o las que se ganan en las
urnas nos escondan el sol.
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