domingo, 2 de noviembre de 2008

Casas para leer

Mi amiga Adriana me recita unos versos que trae de su infancia.

Feliz aquél que vive en mansión heredada
con fontanares y árboles al pie de una colina
y del otoño lánguido en la tarde nublada
ver rodar por los campos la lluvia y la neblina

Me dice, para la gente que anda cambiando de casa todo el tiempo, vivir siempre en el mismo lugar debe ser una felicidad. También un aburrimiento, un deseo inmenso de salir al mundo para vivir aventuras, le contesto. Para eso, por suerte, están los libros. Cuando vivimos en la misma casa en que nacimos leer novelas y escribirlas nos incitan a la aventura. Porque la aventura es, ya se sabe, la esencia misma de la ficción y ocurre cuando el azar o el destino se entromete en la vida diaria y produce cambios substanciales. Toda narración avanza cuando se pasa de una situación de equilibrio a una complicación que generará la acción. Puede ocurrir en un mundo parecido al nuestro –parecido- no igual, porque es otro mundo, uno paralelo en el que los personajes están siempre en tensión. Estos personajes, que pueden ser niños o jóvenes -no necesariamente- o alguien que necesita crecer, pasar una frontera y de ahí iniciar un viaje -no importa cuán lejos-, si deberá saltar de un continente a otro o andar por los caminos vecinales de su pueblo. Es ahí, en el camino, en el viaje, donde aparece el miedo a lo desconocido, el miedo a no saber cuál será el resultado de la acción: es decir, la incertidumbre. Si algo enseña la novela de aventuras es a comprender el rol de la incertidumbre en la vida, que doblemente paraliza e incita a la acción.

1 comentario:

En primera persona: dijo...

Cristina, llegue a tu blog buscando material de Haroldo Conti. Pero lleyendolo me hiciste recordar las enseñanzas de mi gran profesora de literatura del secundario y me resulto inevitable no recorrerlo...SOS UNA CAPA!!!!!

SEGUI PUBLICANDO ASI SIGO APRENDIENDO.



un abrazo desde capital...