sábado, 7 de marzo de 2009

Los cuentos de Calleja


Cuando yo era chica jugaba con Ofelia a la muñeca. Pero mis pasos no se encaminaban a su casa por el afán de hacer biberones de agua o armar las camitas para nuestras muñecas de plástico en un galponcito que se convertía, en nuestra imaginación, en una casa hermosa o en un palacio de brillantes y estiradas torres. Mi interés por la casa de Ofelia estaba en una caja de zapatos guardada en un armario de la sala. A veces, cuando llovía, Ofelia accedía a sacarla y ahí estaba mi deseo, mi pasión: una colección infinita de pequeños libros de cuentos, los Cuentos de Calleja.
Eran publicaciones de bolsillo profusamente ilustradas que me sumergían en un mundo fantástico del que no quería volver y, quizá por eso, a Ofelia no le gustaba mucho despertar esa caja de maravillas, porque a mi después de que los tenía en mis manos las muñecas no me importaban nada.
No hace mucho le pregunté a Ofelia por esos libros. Ahora somos dos señoras grandes que trabajamos en la misma escuela. La casa de su infancia está vacía, sus padres murieron y tal vez esos libros sigan estando en la misma caja como hace cuarenta años atrás. Pero Ofelia me ha dicho que no tiene tiempo de buscarlos y que quizá ya se hayan perdido.
No importa, en mi imaginación vuelven esas páginas maravillosas, y puedo pasar mentalmente las páginas recuperando a la niña que fui.
Saturnino Calleja, el creador de ese magnífico emprendimiento cultural, nació en Burgos en 1853 y revolucionó el mundo editorial de su tiempo destinando a los niños ediciones baratas y bellamente ilustradas. Fundó periódicos destinados a los maestros y defendió sus derechos en una época en que esa profesión estaba por demás devaluada. De ahí viene la frase “pasar más hambre que un maestro de escuela” Publicó además textos clásicos, varias ediciones del Quijote, la versión completa de Platero y yo y varios diccionarios. También creó la Asociación Nacional del Magisterio Español y organizó la Asamblea Nacional de Maestros. Con todo ello se convirtió en el líder indiscutible de los Maestro españoles.
Calleja será para mí, para siempre, ese tesoro deseado en las tardes lluviosas del verano, cuando Ofelia me permitía abrir la caja donde todos los héroes y todos los villanos, todas las hadas, príncipes y princesas me estaban esperando. Yo largaba las muñecas, que eran tan aburridas, y me iba por esos caminos de papel hasta que Ofelia me traía de vuelta de una oreja.

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