Cuba, es ese “largo lagarto verde con ojos de piedra y agua”, como describe Nicolás Guillén en su poema. Cuba es José Martí y sus versos sencillos, es Hemigway llegando en el yate Pilar de una de sus expediciones de pesca. Es el Che en cada grafitti, en cada remera, en las pintadas en las paredes, en el corazón del pueblo cubano. Es Alejo Carpentier describiendo la ciudad donde nació: «La Habana de mi infancia era una ciudad de repique y repiqueteos: de cascabeles, de cencerros, de esquilas y esquilones, de campanas arrabaleras, de bordones catedralicios…”
Estuve tres días en La Habana, inolvidables. Desde el asombro de las primeras horas cuando salimos del hotel Habana Libre para comer y vimos la heladería Coppelia, que está enfrente, donde los cubanos hacen cinco horas de cola para tomar un helado y comer en un paladar, un restaurante criollo dentro de una casa, un pollo exquisito y arroz con
Estuve tres días en La Habana, inolvidables. Desde el asombro de las primeras horas cuando salimos del hotel Habana Libre para comer y vimos la heladería Coppelia, que está enfrente, donde los cubanos hacen cinco horas de cola para tomar un helado y comer en un paladar, un restaurante criollo dentro de una casa, un pollo exquisito y arroz con
frijoles, hasta recorrer las calles de una ciudad tan exótica para nuestro ojos sudamericanos.
. Desde el piso 11 del hotel Habana Libre (donde estuvo alojado Fidel en los primeros días de la revolución) veía el malecón en toda su extensión y
. Desde el piso 11 del hotel Habana Libre (donde estuvo alojado Fidel en los primeros días de la revolución) veía el malecón en toda su extensión y
al fondo la bahía donde está el castillo de los Tres Reyes del Morro y gran parte de la ciudad. Amé la Habana, sus olores, sus contrastes, sus edificios semiderruidos, la cordialidad de su gente. La caminé de día y de noche. Me senté en el malecón, anduve por el Paseo del Prado, recorrí el casco histórico, la parte reciclada por la noche, tomé un refresco en la plaza de la Catedral, me fotografié junto a la estatua de Hemingway en el Floridita, compré "Islas en el golfo" en los puestos cerca de la plaza vieja, asistí a la ceremonia del cañonazo en el fuerte San Carlos, anduve por la Quinta Avenida, escuché música en cada bar, en cada restaurante, en el hotel Ambos Mundos donde vivió el autor de “El viejo y el mar”. Viajé en autos de la década del 50 y hasta en un coco taxi, una especie de moto con forma de huevo. Conocí el barrio residencial de Miramar y desde luego me fotografié en la Plaza de la Revolución con las imágenes del Che y de Camilo Cienfuegos en los dos ministerios. Tomé un café en el piso 33 del edificio Focsa, cerca del Habana Libre. Ah, que hermosura. Me perdí por callecitas, lejos de la ciudad turística, donde las mujeres baldeaban las veredas y los músicos ensayaban tras las ventanas.
En Santa Clara, donde está el mausoleo del Che, me emocioné hasta las lágrimas. Allí están los restos de Guevara y muchas de sus pertenencias, entre ellas sus libros juveniles. Recuerdo dos: “La isla del tesoro” de Stevenson y “Don Segundo Sombra” de Ricardo Güiraldes.
Y luego Trinidad y sus plantaciones de tabaco y caña, uno de los lugares más antiguos de Cuba donde muchos de sus habitantes son descendientes de africanos. Trinidad es una pequeña ciudad colonial preciosa, con sus castillos de los señores de las plantaciones y su plaza con escalinatas donde se remataban a los esclavos. Y por último Cienfuegos, una ciudad más moderna, que data del siglo XIX, pero al estilo cubano, con esas casas con balaustradas y pintadas de colores.
En el viaje a Trinidad, vi en la carretera las universidades en medio del campo, entre ellas la de la Operación Milagro, que formaba a médicos para las operaciones de la vista que se hicieron y hacen en distintas partes del mundo.
Hablé con gente que estaba a favor y en contra del socialismo. No vi a nadie pidiendo, a ningún mendigo, cero analfabetismo. El bloqueo es una calamidad que los cubanos sobrellevan como pueden, pero sobre todo con dignidad.
Además del ron y de los habanos de rigor, de los collares y pulseras de semillas y algunas maracas y un güiro, me llevo el recuerdo de un país lleno de poesía.
Pienso en algunas leyendas inscritas en carteles en las ciudades y en el campo: “Socialismo o muerte”, “Mande, Fidel”, “Patria o Muerte”, “Fieles a nuestra historia”.
Pienso en la alegría de los cubanos, en su música. Para hablar de Cuba acaso sea mejor citar las palabras que dijo Eduardo Galeano en marzo de 2010, en la Universidad de La Habana cuando le concedieron el título de Doctor Honoris Causa:
“En un mundo donde el servilismo es alta virtud; en un mundo donde quien no se vende, se alquila, resulta raro escuchar la voz de la dignidad. Cuba está siendo, una vez más, boca de esa voz. A lo largo de más de cuarenta años, esta revolución, castigada, bloqueada, calumniada, ha hecho bastante menos que lo que quería pero ha hecho mucho más que lo que podía. Y en eso está. Ella sigue cometiendo la peligrosa locura de creer que los seres humanos no estamos condenados a la humillación. A ella le doy, en ustedes, mis muchas gracias.”
En Santa Clara, donde está el mausoleo del Che, me emocioné hasta las lágrimas. Allí están los restos de Guevara y muchas de sus pertenencias, entre ellas sus libros juveniles. Recuerdo dos: “La isla del tesoro” de Stevenson y “Don Segundo Sombra” de Ricardo Güiraldes.
Y luego Trinidad y sus plantaciones de tabaco y caña, uno de los lugares más antiguos de Cuba donde muchos de sus habitantes son descendientes de africanos. Trinidad es una pequeña ciudad colonial preciosa, con sus castillos de los señores de las plantaciones y su plaza con escalinatas donde se remataban a los esclavos. Y por último Cienfuegos, una ciudad más moderna, que data del siglo XIX, pero al estilo cubano, con esas casas con balaustradas y pintadas de colores.
En el viaje a Trinidad, vi en la carretera las universidades en medio del campo, entre ellas la de la Operación Milagro, que formaba a médicos para las operaciones de la vista que se hicieron y hacen en distintas partes del mundo.
Hablé con gente que estaba a favor y en contra del socialismo. No vi a nadie pidiendo, a ningún mendigo, cero analfabetismo. El bloqueo es una calamidad que los cubanos sobrellevan como pueden, pero sobre todo con dignidad.
Además del ron y de los habanos de rigor, de los collares y pulseras de semillas y algunas maracas y un güiro, me llevo el recuerdo de un país lleno de poesía.
Pienso en algunas leyendas inscritas en carteles en las ciudades y en el campo: “Socialismo o muerte”, “Mande, Fidel”, “Patria o Muerte”, “Fieles a nuestra historia”.
Pienso en la alegría de los cubanos, en su música. Para hablar de Cuba acaso sea mejor citar las palabras que dijo Eduardo Galeano en marzo de 2010, en la Universidad de La Habana cuando le concedieron el título de Doctor Honoris Causa:
“En un mundo donde el servilismo es alta virtud; en un mundo donde quien no se vende, se alquila, resulta raro escuchar la voz de la dignidad. Cuba está siendo, una vez más, boca de esa voz. A lo largo de más de cuarenta años, esta revolución, castigada, bloqueada, calumniada, ha hecho bastante menos que lo que quería pero ha hecho mucho más que lo que podía. Y en eso está. Ella sigue cometiendo la peligrosa locura de creer que los seres humanos no estamos condenados a la humillación. A ella le doy, en ustedes, mis muchas gracias.”
4 comentarios:
Me encanta y emociona la descripción que hiciste de Cuba.
Volví a "vivirla".
Muchas gracias!!!
Ma. del Valle
Gracias, yo también me emociono cada vez que la recuerdo.
Nuchas gracias por dejar su comentario en mi blog Cuba en Fotos, saludos desde la Habana
Cristina: qué buena descripción, sobre todo de la dignidad de un pueblo. No ya su gobierno, no ya la idea y sí, y sobre todo, de la resistencia.
Viví años en O'brien, cerquita de Bragado. Soy profesora de letras y vivo en Italia.
Tu blog me gusta, te espero por el mío. Un abrazo grande de "paisanas" a la distancia.
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