
La
historia es contada por un navegante nativo de las Islas de los mares del sur,
un kanaka, (así se denominaba a los salvajes de los mares del Sur) un condenado
que narra como quien se desliza por el mar, una voz que retrotrae la narración
para dar cuenta de su origen y de los motivos por los que lo han confinado a la
ignota isla Martín García, a fines del siglo XIX. Alguien que ha sido llamado
de múltiples maneras (“Me llamé López a bordo de una cansada fragata en la que
se hablaba español, caro selvaggio me decían en una goleta italiana de nombre
entrañable”), que habla varias lenguas pero que, por sobre todo conoce el
idioma del mar y, como el protagonista de Movy Dick dice, “también a mí podrían
llamarme Ishmael.
“El mar necesita de un idioma muy
preciso, porque necesita exactitud y a veces también velocidad”, dice el autor de esta nouvelle, Juan Bautista
Duizeide en un reportaje que le hiciera Página/12 cuando publicó sus Crónicas
con fondo de agua.
Como su autor, el kanaka que relata la
historia se ha formado en los barcos –“los barcos como universidades- porque
Juan Bautista Duizeide además de un escritor sutil y periodista ha navegado en toda clase
de buques mercantes.
Kanaka es una novela de alguien que antes de
partir recupera su pasado y, en ese pasado hay una búsqueda iniciática, la
búsqueda del padre, de los orígenes.
Es la historia de un
hijo que busca a un padre y de un libro que nace de otro. Duizeide, lector de
Melville y de toda la literatura de mar, parte de la primera novela del autor
norteamericano, Typee, que narra una experiencia autobiográfica. Cuando joven Melville
se embarca en un ballenero, el Acushnet, donde no sólo lo explotan sino que
debe soportar a un terrible y sanguinario capitán del barco. En la primera oportunidad
que el barco se detiene en una isla para cargar víveres, el futuro escritor
deserta, se refugia en la isla de Nuku Hiva, en el archipiélago de las islas
Marquesas y convive durante unos meses con una tribu de caníbales: los
Typee. De regreso, Melville escribe esta
experiencia en una novela que fue, en vida de su autor, más famosa que Movy
Dick. Allí cuenta que tuvo una relación con una nativa a quien dio el nombre de
Fayaway. A partir de este relato, Duizeide construye una historia breve e
intensa imaginando a un hijo de Melville con la typee. El hijo que de adulto se
convierte en navegante.
Nacido en una isla expoliada por el hombre blanco que
rapta mujeres a pesar de la hospitalidad de los nativos o cañoñea sin sentido las
costas al paso del barco, el narrador sostiene que, no obstante, no todos los
blancos son iguales, que no se trata de ser rojo o gris, porque él se asume
como producto del mestizaje. Como Conrad en El corazón de las tinieblas, el texto cuestiona la
idea de civilización del mundo europeo, cuestiona el concepto que tiene el
blanco sobre la barbarie.
“No quiero ser un buen salvaje, soy una
salvaje ilustrado”, nos dice el kanaka. Ha matado a un hombre y volvería a
hacerlo. “Yo que soy agua”, se define.
Como en el Congo que narra Conrad, en Martín
García perviven personajes perdidos en un mundo que nos les pertenece
Desfilan personajes inolvidables como el rudo
Chiquito, el capitán de la Casquivana, el Comandante Leguizamón, Príncipe de Martín
García, que pasa los días postrado, el indolente doctor Mendy, el afable
anarquista Gerardi.
Condenados a la indolencia, los habitantes de
la isla deambulan en una geografía hostil, bajo la lluvia. Indígenas
prisioneros de tribus masacradas, paraguayos perdedores de una guerra atroz,
criollos provenientes de guerras intestinas y, sobre todo, muertos es lo que
abunda en la isla: “Todo es un osario. Son esqueletos los cimientos de la isla
y su historia se firma con huesos”, señala el kanaka en una rápida descripción del
lugar donde ha llegado para cumplir su condena.
Visitada cada tanto por cadáveres y
moribundos nada es en la isla, como sostiene otro condenado, el hechicero pampa
Raninqueo, real, y prepara un elixir para que el kanaka pueda volver, en sueños,
a su tierra. Para un fugitivo como él, condenado al olvido en una isla casi
desierta no es el canto de las sirenas. “Para nosotros no cantaron las sirenas.
Para nosotros fue y es la tarea de mover el mundo. Y de ella deberemos hacer
nuestra luz.”
El hijo que busca al padre lo encuentra en el agua. En Manhattan sólo entrevé a un hombre –Melville-
que ya ha perdido la gracia del mar.
“Anduve mares y
palabras. Aprendí que las palabras son como las olas”, dice Duizeide a través
de su personaje, en esta novela marinera de sutil lirismo sobre la desolación
de un alma que no encuentra su cauce, que navega sobre la incertidumbre.
Kanaka, Juan Bautista
Duizeide, Buenos Aires, Alfaguara, 2004
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