Está
ahí, siempre creciendo, siempre en movimiento. Tiene algunas zonas transitadas con
frecuencia, repasadas con dedos veloces y otras, territorios desiertos, olvidados, de esos por
los que no pasan ni los bandidos que se pierden en la niebla.
No
es una ciudad pero contiene miles, desde las que cuelgan del aire a las que se derrumban
en medio de la guerra.
No
es un pueblo, pero muchos Macondos, Comalas, Santa Marías, Colonias Velas, Yoknapatawphas
encienden sus faroles justo en el momento en el que el sol se oculta con último
suspiro.
No
es un bar ni un salón de baile, pero he creído ver, a lo lejos que una mansión
se ilumina y una multitud elegante baila y bebe champagne mientras Gabsy, o
alguien que se le parece, se aleja solitario. No es un barco, pero a veces, cuando
me acerco, veo surgir, desde las profundidades del mar, a una ballena
diabólicamente blanca.
Suele
permanecer en silencio. Sin embargo, cuando ando buscando esa palabra esquiva,
me aturde con sinónimos y murmura poemas sobre antiguas batallas o amores que
no cesan.
No
es, a simple vista, una máquina del tiempo, pero de tanto en tanto, rugen sus
motores cuando me instalo cómodamente en
la cabina central donde están los mandos. Me pongo los anteojos para
inspeccionar el mapa y le digo a alguien que quiere parecerse a Nemo que deseo marchar
hacia el planeta rojo donde los yanquis ya han levantado puestos de salchichas en
el lugar en el que había ciudades de cristal, o mejor, viajar hacia atrás y
caerme de visita en la isla de Polifemo, para ver si era cierto eso que dicen
de la sagacidad de Ulises.
Cápsula,
reservorio, depósito, coto, artefacto, residencia, sostén, navío, a simple
vista parece receptar en silencio el polvo que entra por la ventana, pero se
estremece imperceptiblemente cuando fusilan a poetas en la madrugada o
encarcelan a los que escriben nanas a los hijos que no pueden abrazar.
Por
las noches, cuando apago las luces y dejo sólo encendida la del escritorio, de
ella se escapan para flotar levemente en el aire violeta del sueño los británicos
fantasmas de Henry James o el mismísimo padre de Hamlet desde la fría noche de Elsinor.
Parada
frente a ella entrecierro los ojos y, entonces se encienden las fogatas de
Pavese, relumbran los cuchillos de Borges, se ensombrece la selva de Quiroga,
huele al cianuro que una muchacha llamada Ema está por beber, o se agitan las
patas del insecto que anticipa metamorfosis y soledad.
Por
ella me paro tan pronto en una esquina de Brooklyn o me largo con el coronel Mansilla a los ranqueles. Aunque no bebo, me tomo unos tragos con Marlowe cuando está triste y solitario
o me deslizo en el Metro parisino para evitar que la Maga siga llorando por Rocamadour.
No
es mi biografía, pero desde sus maderas arqueadas veo a la niña que fui
paseando por los jardines troquelados de Aladino, tomando el té bajo las lilas
con las mujercitas de la colección Robin Hood, caminando hacia la casa
holandesa de atrás para vivir el encierro de Ana.
No
es un avión ni una goleta, pero a veces me sumo al vuelo de Antoine para
repartir cartas con el Correo del Sur y
hablo entre amigos con algunos piratas escapados del mapa de Stevenson.
Frecuento
algunos estantes más que otros, confieso arañas en las estancias de bests
sellers adquiridos vaya a saber cómo y suelo detenerme en los girasoles de Van
Gogh, en las bailarinas de Lautrec, en los cuellos infinitos de Modigliani. Se
me estruja el corazón cuando el Nunca más
aprieta sus hojas inundadas de horrores o elijo las infancias de Alejandra en
el país del no me acuerdo.
Ha
ido creciendo conmigo, se ha hecho grande a mi ritmo, la miro, nos miramos, nos
reconocemos. Cuánto tiempo ha pasado, nos decimos. Ya casi no te queda lugar,
me advierte.
Pero
siempre hay un espacio para un libro más
en mi biblioteca.
3 comentarios:
Bellísimo texto, Cristina. Formidable paseo por una vida de literatura. Leer es siempre estar en compañía y vos lo mostrás en esta entrada. ¡Felicitaciones!
Los mundos infinitos que se abren al dar vuelta cada una de las páginas de un libro. La vida que brota junto con las emociones. Una ayuda para vivir.
Gracias Cristina por recordármelo!
Gracias amigas!
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