viernes, 23 de abril de 2021

Bicicleta con alas

 La bicicleta en la literatura

por María Cristina Alonso


Dibujo de Rafael Alberti para la Balada de la bicicleta con alas”.

En su exilio argentino, en Totoral, Córdoba, el poeta Rafael Alberti recupera la paz y disfruta de una bicicleta. Ha tenido que abandonar España después de la Guerra Civil perseguido por rojo. En su tierra han quedado amigos asesinados o en la cárcel.

 Tiene cincuenta años, la edad en que muchos poseen un yate o un automóvil. Pero él es feliz con su bicicleta. Desterrado y a miles de kilómetros de su patria,  corre sobre ella para detenerse frente al río y ver el atardecer. Es que el poeta descubre que a su bicicleta le han salido alas y lo dice en una balada: “Yo sé que tiene alas./ Que por las noches sueña/ en alta voz la brisa/ de plata de sus ruedas./ Yo sé que tiene alas./ dormida, abriendo al sueño/ una celeste senda./ Yo sé que tiene alas./ Que volando me lleva/ por prados que no acaban/ y mares que no empiezan.” (Balada de la bicicleta con alas)

 Y la ha nombrado. Ha dicho de ella que es una cabra feliz, que es una niña escapada de la aurora, que es una luna perdida. La ha llamado Gabriel arcángel y ha dicho que sus alas le anuncian el aire de los caminos.

 Estuvo 38 años en el exilio –recién pudo volver a España en 1977 después de la muerte de Franco- de los cuales 24 vivió en la Argentina junto a su esposa María Teresa León. En Totoral nació su hija Aitana y escribió Entre el clavel y la espada y La arboleda perdida.

 

Rafael Alberti y María Teresa León en el exilio


Inspiradora de poetas y narradores, la bicicleta ha sido solaz y entretenimiento de muchos escritores. Antes de que la selva  le regalara sus verdes vibrantes y su oscuridad, Horacio Quiroga se fascinaba con la bicicleta que su padrastro le comprara en sus épocas de dandy en Salto, Uruguay.

 En marzo de 1900, con lo que recibe de herencia, Quiroga se embarca a París, ciudad que lo atraía por varias razones. En primer lugar porque París era la aspiración suprema de todo poeta de la época. Pero también confiesa otros intereses. Además de su deseo de asistir a la Cuarta Exposición Universal en Paris viajaba interesado en las competencias de ciclismo.  Lo escribe en el diario que lleva durante su desafortunado viaje. Para el Quiroga joven el ciclismo no era sólo un espectáculo sino también un deporte que había practicado en su tierra y que lo había llevado a fundar el Club Ciclista Salteño. Para el escritor “el gran atractivo de la bicicleta consiste en transportarse, llevarse uno mismo, devorar distancias, asombrar al cronógrafo, y exclamar al fin de la carrera: mis fuerzas me han traído!".

 

 


Horacio Quiroga, joven y dandy

Si en el viaje de ida se había embarcado como un dandy, con ropa recién comprada, valijas ostentosas y en camarote especial, el regreso fue un desastre. En París dilapidó su dinero, se sintió ajeno a la vida artificial de la capital francesa, empeñó su ropa, pidió préstamos, se deshizo de joyas, valijas y ropas y hasta mendigó monedas para comprar un trozo de pan y queso.

 Volvió en tercera, con las solapas levantadas para ocultar que no llevaba cuello y sin equipaje. Sus biógrafos aclaran que aún en el caso de que Quiroga hubiera ido a París atraído únicamente por el ciclismo, esto no significaría que, a su juicio, la vocación deportiva fuera más poderosa que la literaria.


La bicicleta de Horacio Quiroga en la casa museo en Misiones


 Julio Cortázar tenía claras algunas cosas sobre las bicicletas. En Historias de cronopios y de famas incluye un texto sobre los inconvenientes de portar una bicicleta en algunas circunstancias. Dice en Vietato introdurre  biciclette (Prohibido entrar  en bicicleta) que en los bancos y casas de comercio se puede entrar con cualquier cosa sin que importe demasiado. Cita tucanes, repollos, chimpancés con tricotas a rayas, gatos y liebres. “Pero apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa. Para una bicicleta, ente dócil y de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristales de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de la tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: «y perros», lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad.”  Pero advierte que si dos príncipes murieron en una guerra de dos rosas, a las bicicletas también le pueden salir espinas y sus manubrios crecer hasta arrasar las vidrieras de las compañías que les niegan la entrada.

Y es más, la bicicleta le sirvió a Julio para explicar su teoría del cuento: “En mi caso, el cuento es un relato  en el que lo que interesa es una cierta tensión, una cierta capacidad de atrapar al lector y llevarlo de una manera que podemos calificar casi de fatal hacia una desembocadura, hacia un final. Aunque parezca broma, un cuento es como andar en bicicleta, mientras se mantiene la velocidad, el equilibrio es muy fácil, pero si se empieza a perder velocidad, ahí te caes y un cuento que pierde velocidad
al final, pues es un golpe para el autor y para el lector
.


Julio Cortázar

En la Primera Guerra Mundial, Ernest Hemigway, que era un muchacho de 18 años y todavía no había escrito casi nada,  se alistó en el frente italiano como conductor de ambulancias. Como era un apasionado de las bicicletas, recorría las calles de Milán repartiendo cigarrillos  y chocolates a los soldados italianos hasta que sufrió heridas graves en sus piernas  por fuego de mortero. Terminó en el hospital de la Cruz Roja, lo que le permitió reflexionar: «Cuando uno se va a la guerra como joven, tiene una gran ilusión de inmortalidad. Son las otras personas las que mueren, no te ocurre a ti. ... Entonces, al estar gravemente herido por primera vez, uno pierde esta ilusión y sabe que le puede pasar a uno mismo»

Mucho después daría largos paseos en bicicleta por la campiña francesa en compañía de otro escritor, Scott Fitzgerald., con quien tuvo una amistad complicada. Se habían encontrado en París en 1925. Andar en bicicleta era para Hemingway una experiencia especial. Describió en un artículo esta sensación:

"Pedaleando se aprecian mejor los contornos del país, porque uno primero sube las cuestas bañado en sudor y luego las desciende dejándose deslizar por ellas. De ese modo, el ciclista recuerda las pendientes tal como son, mientras que al automovilista sólo le impresionan las colinas de considerable altura".


Ernest Hemigway en la paz y en la guerra

Otro que se piraba por las bicicletas era Alfred Jarry, creador de la seudociencia que llamó Patafísca y autor de la famosa y escandalosa para la época, obra dramática Ubú rey.

Unos días antes del estreno de dicha obra, a finales de noviembre de 1896, Jarry se compró una bicicleta Clement Luxe 96 de pista, que lo llevó y lo trajo por las calles de París hasta su muerte. Cuentan que era tal el amor a su bicicleta que dormía junto a ella aunque nunca terminó de pagarla. Tres cosas mantenía su vida intensa: la absenta, el revólver y la bicicleta.

En sus escritos imaginó delirantes situaciones con la bicicleta: “a Jesús de Nazaret en una competencia a toda velocidad contra Barrabás y en derrapada en ascenso por las 14 curvas en el Gólgota; a Ixión –rey de Tesalia y seductor de la diosa Hera– atado a su rueda de bicicleta por la eternidad; y una quíntupla de ciclistas borrachos y dopados, lanzados en carrera a toda velocidad contra el tren que atraviesa Europa, recorriendo el periplo París-Siberia por exactamente 10.000 millas.”[1]



[1] https://revistapedalea.com/ubu-en-bicicleta-de-alfred-jarry/

Alfred Jarry y su bici


El antropólogo Marc Augé en su libro Elogio de la bicicleta nos dice:. “Nadie puede hacer un elogio de la bicicleta sin hablar de sí mismo. La bici forma parte de la historia de cada uno de nosotros. Su aprendizaje remite a momentos particulares de la infancia y la adolescencia. Gracias a ella, todos hemos descubierto un poco de nuestro propio cuerpo, de sus capacidades físicas, y hemos experimentado la libertad a la que está indisolublemente ligada. Para alguien de mi generación, hablar de la bicicleta es pues evocar, fatalmente, muchos recuerdos. Pero esos recuerdos no son sólo personales; están arraigados en una época y en un medio, en una historia compartida con millones de otros.”


Ladrón de bicicletas

Las bicicletas son narrativamente eficaces a la hora de contar historias. Lo demuestra la indispensable bicicleta robada en la película clave del neorrealismo italiano Ladrón de bicicletas (De Sica, 1948), basada en la novela homónima escrita por Luigi Bartolini. En ella se  narra la desventura de un trabajador en la pobrísima posguerra italiana. Lo corroboran las bicicletas que salvan al extraterrestre en la escena final del film ET (Spielberg, 1982).



 Steven Spielberg cuenta sobre esa escena final, la que todos recordamos de su taquillero film, la importancia que tuvo la música en el momento en que los chicos pedalean frente a la luna: “Yo hacía despegar las bicicletas de ET” -dice- “pero era la música de John Williams la que las mantenía en el aire”.

 

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