sábado, 16 de agosto de 2008

TEJIDOS

Ilustración de Norah Borges,
para el cuento "Casa tomada"
(Anales de Buenos Aires, nº 11)
Algunos inviernos traen la moda del tejido. Sobre todo en tiempos de crisis las mujeres vuelven a las agujas y a las lanas no sólo para aliviar la deprimida economía de sus hogares, sino para reeditar un ritual que se remonta mucho más lejos que la época de las abuelas que tejían escuchando el radioteatro.
En La Odisea aparece ya la idea del tejido asociado a la espera. Penélope teje el sudario de Laertes, que no ha muerto aún, esperando el regreso de su amado Ulises. Tejido que sirve como entretenimiento de la espera pero también como artilugio para acallar el apremio de los Pretendientes que quieren ocupar el lugar del viajero errante.
El tejido se asocia inevitablemente a la trama del texto. ¿Qué es un texto sino un entramado de palabras que inventan un mundo con sus personajes, sus acciones, sus voces y silencios? La tejedora en lugar de palabras va uniendo lanas, armando una trama en la que se van colgando sus pensamientos, las voces del mundo que le llegan mientras avanza en su tejido y el tiempo, que se va colando entre un punto para arriba y otro para abajo.
Tejer es, de algún modo armar el orden del tiempo. Lo sabía Aracne, esa joven tan hábil en el arte del tejido que desafía a la misma Palas Atenea a hacer un tapiz. La diosa representa en la trama de su tejido a los dioses en todo su esplendor mientras Aracne prefiere ilustrar con sus hilos los romances que ha vivido. Le sale mal, no el tapiz, sino el desafío. Atenea, furiosa frente a la belleza de la obra de la muchacha, tira de los hilos y la deja atrapada en su propia trama que convierte en telaraña y a la misma Aracne en araña. Las diosas son así de irascibles y envidiosas. Velázquez, el pintor sevillano, inmortalizó esta contienda en su célebre pintura Las hilanderas. En ella hay un gato a los pies de Aracne jugando con las lanas mientras que la luz se enreda en el tiempo del tejido y del mito.
A medida que el tejido avanza, la tejedora deja en la trama de su tela las impresiones de su paso por el mundo. Mientras ella teje, la vida corre. Hasta el paso del cometa Haley ha quedado registrado entre los hilos multicolores del famoso tapiz de Bayeux. Allá por 1066 Matilde de Flandes, esposa de Guillermo el Conquistador -u otras tejedoras, en esto no se ponen de acuerdo los historiadores- se dedica a contar con agujas y paciencia los acontecimientos referentes a la invasión normanda de Inglaterra.
Mucho más cerca, Irene, el personaje de Casa Tomada de Cortázar, teje para llenar el vacío de su vida, teje por tejer, mañanitas y tricotas que guarda en un cajón sin utilidad alguna. Teje el tiempo de su abulia y, acaso, de su desdicha. Y sólo al final, cuando está todo perdido, suelta el tejido cuando se da cuenta de que los ovillos han quedado del otro lado.
Con infinita paciencia, otra tejedora célebre, doña Paula Albarracín, teje en su telar bajo la higuera sanjuanina mientras, muy cerca de ella, su hijo Domingo Faustino lee preparándose para ser presidente. Paradójicamente, cuando lo logre, propiciará la importación de tejidos de Inglaterra que opacarán las artesanías de su madre.
El tejido es un arte milenario. Tiene que ver con la noche, el fuego y el tiempo. El placer de tejer, como otros de la vida, se va enlazando en la trama de los textos.

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