sábado, 3 de enero de 2009

Salgari y pasta frola


Busqué en una librería de esas en cadena de Buenos Aires una biografía sobre Salgari. Suponía que no iba a encontrar ninguna. El vendedor, un muchachito de veintipico buscó en el estante rotulado “Biografías”. No encontró. “No debe haber tenido una vida muy interesante” dijo. Me sonreí, el pibe no había leído ninguna de las novelas de Emilio, Sandokan le debería sonar a marca de zapatillas. Le respondí que como mínimo se había suicidado haciéndose el harakiri. Eso no es mucho, respondió suelto de cuerpo, lo que me hizo sospechar que no sabía de qué manera se suicidaban los samurais.
Me resigné. Le pedí que buscara en la computadora por autor. Le repetí: Emilio Salgari. Sólo había algunas novelas que ya tenía.
De pasada vi la última novela de Juan Sasturain, “Pagaría por no verla” y la compré. Mientras me hacían la tarjeta en la caja, el muchachito hablaba con otro dependiente sobre la calidad de las pastafrolas que vendía en un negocio de la calle Corrientes. Pensé en los viejos libreros, esos que amaban su profesión, que habitaban librerías que conocían de memoria., apasionados por los libros, tipos que si no tenían lo que uno buscaba sabían dónde hallarlo o, en todo caso, daban una lección de literatura.No pude reprimirme, le dije al de la caja: “Antes en las librerías se hablaba de literatura, ahora de pasta frolas”. El tipo se sonrió. “Para matizar”, dijo. Era un empleado de una librería shoping, en donde la literatura era un consumo más, una mercancía, como las zapatillas, los perfumes caros o los desodorantes.

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