Uno
Que dos exploradores de Australia del siglo XIX se mezclen en una aventura de mis diecisiete años, no tiene razón de ser si no te hablo de mi tío Alberto.
Alberto Aguirre era viajante. Vendía libros cuyos catálogos llevaba en una valija de cuero agrietado. Iba de pueblo en pueblo, por el oeste de la provincia de Buenos Aires, a bordo de su falcon modelo '63, que ya por ese entonces, a principios de los años setenta, estaba bastante mal de chapa y el motor por fundirse. Alberto era un tipo imprevisible; cada vez que regresaba tenía una historia nueva para contar. Nunca se las creímos del todo, pero servían para disimular los silencios de las sobremesas que a veces se volvían melancólicos. Mezclaba hechos reales con aventuras extraídas de los libros. Leía con la misma pasión con que solía emborracharse. El alcohol y la lectura eran, según él, dos vicios incurables.
Vas a sentarte, vas a preparar el mate y vas a escuchar hasta el final, Pepe, porque esta historia es a la vez dos historias, o tres, o muchas. Te ves cansado, y yo también. Pero tendrás paciencia, porque las cosas tienen que quedar claras. No sucedió hace poco. Aquellos acontecimientos pasaron hace más de veinte años, cuando yo era joven y creía que la vida podía ser una aventura interminable. En verdad, más que una aventura fue un largo viaje más fantástico que real. Por aquel entonces, soñaba con un destino de película. Las chicas de pueblo vivíamos más a través de lo que veíamos en el cine o leíamos en las novelas, que de las cosas que nos pasaban todos los días. No todas, para ser precisa, pero yo era una de ellas. No imaginaba un futuro común y corriente, un hogar, hijos y la tranquilidad de un televisor encendido frente a una mesa tendida. Quería ser misionera en el Africa, buscar galeones hundidos en el Caribe, alfabetizar a los indios en el Amazonas, o irme para siempre con la troupe de un circo. Quería ser lo contrario a mi vieja que limpiaba y cocinaba todo el día. Ambicionaba desafiar a la naturaleza, inventar una vacuna, figurar en los libros que narran vidas ejemplares.
Pero, un día, mi tío Alberto pegó un portazo en mi casa y se fue para siempre. Había discutido con mi padre seguramente porque le debía plata. Mi tío Alberto, Pepe, era un tipo de esos que convence a todos de que está por realizar el negocio más importante de su vida y después se gasta la plata en cualquier pavada. Ahora le veo ese costado irresponsable, pero en aquel tiempo era para mí un héroe de película, una especie de cow-boy que manejaba al mundo con ternura y rudeza.
(María Cristina Alonso, Aventuras en borrador, Ediciones Colihue, Colección La Movida, 1999)Descripción:
Alrededor de un tío legendario confluyen en esta novela historias del presente y del pasado: amor y locura en tiempos de Rosas, una expedición a Australia en el siglo XIX la fascinación de la narradora por su tío. La intensidad del lenguaje y su imaginación hicieron a esta novela ganadora del primer premio del concurso Colihue la Movida, cuyo jurado estuvo integrado por los escritores Alma Maritano, Ana María Shua, Elvio Gandolfo, Oche Califa y Pablo de Santis
Alberto Aguirre era viajante. Vendía libros cuyos catálogos llevaba en una valija de cuero agrietado. Iba de pueblo en pueblo, por el oeste de la provincia de Buenos Aires, a bordo de su falcon modelo '63, que ya por ese entonces, a principios de los años setenta, estaba bastante mal de chapa y el motor por fundirse. Alberto era un tipo imprevisible; cada vez que regresaba tenía una historia nueva para contar. Nunca se las creímos del todo, pero servían para disimular los silencios de las sobremesas que a veces se volvían melancólicos. Mezclaba hechos reales con aventuras extraídas de los libros. Leía con la misma pasión con que solía emborracharse. El alcohol y la lectura eran, según él, dos vicios incurables.
Vas a sentarte, vas a preparar el mate y vas a escuchar hasta el final, Pepe, porque esta historia es a la vez dos historias, o tres, o muchas. Te ves cansado, y yo también. Pero tendrás paciencia, porque las cosas tienen que quedar claras. No sucedió hace poco. Aquellos acontecimientos pasaron hace más de veinte años, cuando yo era joven y creía que la vida podía ser una aventura interminable. En verdad, más que una aventura fue un largo viaje más fantástico que real. Por aquel entonces, soñaba con un destino de película. Las chicas de pueblo vivíamos más a través de lo que veíamos en el cine o leíamos en las novelas, que de las cosas que nos pasaban todos los días. No todas, para ser precisa, pero yo era una de ellas. No imaginaba un futuro común y corriente, un hogar, hijos y la tranquilidad de un televisor encendido frente a una mesa tendida. Quería ser misionera en el Africa, buscar galeones hundidos en el Caribe, alfabetizar a los indios en el Amazonas, o irme para siempre con la troupe de un circo. Quería ser lo contrario a mi vieja que limpiaba y cocinaba todo el día. Ambicionaba desafiar a la naturaleza, inventar una vacuna, figurar en los libros que narran vidas ejemplares.
Pero, un día, mi tío Alberto pegó un portazo en mi casa y se fue para siempre. Había discutido con mi padre seguramente porque le debía plata. Mi tío Alberto, Pepe, era un tipo de esos que convence a todos de que está por realizar el negocio más importante de su vida y después se gasta la plata en cualquier pavada. Ahora le veo ese costado irresponsable, pero en aquel tiempo era para mí un héroe de película, una especie de cow-boy que manejaba al mundo con ternura y rudeza.
(María Cristina Alonso, Aventuras en borrador, Ediciones Colihue, Colección La Movida, 1999)Descripción:
Alrededor de un tío legendario confluyen en esta novela historias del presente y del pasado: amor y locura en tiempos de Rosas, una expedición a Australia en el siglo XIX la fascinación de la narradora por su tío. La intensidad del lenguaje y su imaginación hicieron a esta novela ganadora del primer premio del concurso Colihue la Movida, cuyo jurado estuvo integrado por los escritores Alma Maritano, Ana María Shua, Elvio Gandolfo, Oche Califa y Pablo de Santis
1 comentario:
Cris, te dejo un beso enorme. Todavia aunque las clases hayan terminado sigo leyendo tu blog. Que estes barbaro. Un beso, guada.
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