Hace veinticinco años, un 12 de febrero de 1984, murió Julio Cortázar, un escritor que fascinó a mi generación pero que aún sigue haciéndolo con los jóvenes lectores.
Explicar la dimensión de Cortázar es quizá una tarea sin sentido. El mismo teorizó acerca de las explicaciones en su libro “Un tal Lucas” de esta manera: “En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones. Una sola cosa inquieta en este justo panorama: lo que pueda ocurrir el día en que alguien consiga explicar también el basural.”
Por eso, al margen de la crítica literaria que se encarga de develar los secretos de una obra, la escritura de Cortázar es esa zona fantástica donde el lector, por más desprevenido que esté no deja de hundirse en ella para participar de un embotellamiento en la Autopista del sur, recalar en la isla griega al mediodía junto a Marini, conocer con estremecida crudeza la última miseria del boxeador Justo Suárez, penetrar en el espacio profundo de los axolotl o recuperar las crueldades de la infancia den Final de juego, por recordar sólo unos pocos de sus memorables cuentos.
¿Dónde encontrar a Cortázar sino en cada uno de sus juegos, de sus enigmas alumbrados por la llama de lo fantástico? Las imágenes de la niñez, las calles de un Buenos Aires lejano, el amor como un paraíso a veces negado y a veces concedido, (“porque es preciso que no estemos tan solos, que nos demos un pétalo, aunque sea un pastito, una pelusa”), la vida en el cielo de esa “Rayuela” que fue su novela más renovadora, más deslumbrante.
A Cortázar le gustaba hablar de botellas lanzadas al mar, de mensajes secretos que el escritor envía a la realidad y que ésta los devuelve dándole forma y figura en la imaginación de sus lectores. Por eso, en cada una de sus páginas, tal vez en las entrelíneas, están marcados los caminos secretos que conducen a la comprensión de un hombre que, a los 69 años, dolorido por la muerte de Caroll Dunlop y enfermo, todavía era un gigante joven, con esa juventud que tienen los que no pueden quedarse del lado de acá de la vida.
Impulsor de las insurrecciones populares, simpatizante de la revolución cubana y del sandinismo nicaragüense, defensor de los derechos humanos, ensayista polémico sobre la realidad latinoamericana, Julio Cortázar pensaba sin embargo, que la misión revolucionaria del escritor estaba en escribir bien y ser fiel a sí mismo.
Hace 25 años, Cortázar dejó de escribir en su casa de la rue Martel para que la realidad imitara al arte. Desde aquel domingo de su muerte París se empequeñeció un poco para los lectores que seguimos recorriéndola a través de sus iluminadas páginas.
“Cuando yo hablo de juego- explicó Cortázar en una entrevista- hablo siempre muy en serio como hablan los niños, porque para los niños el juego es una cosa muy seria, no hay más que pensar cuando éramos niños y jugábamos, los que nos parecían triviales eran los grandes cuando venían a interrumpirnos, nuestro juego era lo importante y la literatura es también así, es lo mismo”.
“Es muy hermoso ver cómo juega un gato, cómo juega un perro o cómo incluso juegan los caballos jóvenes. El juego es algo que está integrado a la esencia de la vida, no sólo de la vida humana. Ahora, nosotros tenemos naturalmente la posibilidad de crear juegos, de racionalizarlos, de complicarlos y por ahí los convertimos en sinfonías, en poemas, en cuadros o en novelas”. (Sosnowski, Saúl. Modelos para desarmar, entrevista con Julio Cortázar en Espejo de escritores, 1985)
Explicar la dimensión de Cortázar es quizá una tarea sin sentido. El mismo teorizó acerca de las explicaciones en su libro “Un tal Lucas” de esta manera: “En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones. Una sola cosa inquieta en este justo panorama: lo que pueda ocurrir el día en que alguien consiga explicar también el basural.”
Por eso, al margen de la crítica literaria que se encarga de develar los secretos de una obra, la escritura de Cortázar es esa zona fantástica donde el lector, por más desprevenido que esté no deja de hundirse en ella para participar de un embotellamiento en la Autopista del sur, recalar en la isla griega al mediodía junto a Marini, conocer con estremecida crudeza la última miseria del boxeador Justo Suárez, penetrar en el espacio profundo de los axolotl o recuperar las crueldades de la infancia den Final de juego, por recordar sólo unos pocos de sus memorables cuentos.
¿Dónde encontrar a Cortázar sino en cada uno de sus juegos, de sus enigmas alumbrados por la llama de lo fantástico? Las imágenes de la niñez, las calles de un Buenos Aires lejano, el amor como un paraíso a veces negado y a veces concedido, (“porque es preciso que no estemos tan solos, que nos demos un pétalo, aunque sea un pastito, una pelusa”), la vida en el cielo de esa “Rayuela” que fue su novela más renovadora, más deslumbrante.
A Cortázar le gustaba hablar de botellas lanzadas al mar, de mensajes secretos que el escritor envía a la realidad y que ésta los devuelve dándole forma y figura en la imaginación de sus lectores. Por eso, en cada una de sus páginas, tal vez en las entrelíneas, están marcados los caminos secretos que conducen a la comprensión de un hombre que, a los 69 años, dolorido por la muerte de Caroll Dunlop y enfermo, todavía era un gigante joven, con esa juventud que tienen los que no pueden quedarse del lado de acá de la vida.
Impulsor de las insurrecciones populares, simpatizante de la revolución cubana y del sandinismo nicaragüense, defensor de los derechos humanos, ensayista polémico sobre la realidad latinoamericana, Julio Cortázar pensaba sin embargo, que la misión revolucionaria del escritor estaba en escribir bien y ser fiel a sí mismo.
Hace 25 años, Cortázar dejó de escribir en su casa de la rue Martel para que la realidad imitara al arte. Desde aquel domingo de su muerte París se empequeñeció un poco para los lectores que seguimos recorriéndola a través de sus iluminadas páginas.
“Cuando yo hablo de juego- explicó Cortázar en una entrevista- hablo siempre muy en serio como hablan los niños, porque para los niños el juego es una cosa muy seria, no hay más que pensar cuando éramos niños y jugábamos, los que nos parecían triviales eran los grandes cuando venían a interrumpirnos, nuestro juego era lo importante y la literatura es también así, es lo mismo”.
“Es muy hermoso ver cómo juega un gato, cómo juega un perro o cómo incluso juegan los caballos jóvenes. El juego es algo que está integrado a la esencia de la vida, no sólo de la vida humana. Ahora, nosotros tenemos naturalmente la posibilidad de crear juegos, de racionalizarlos, de complicarlos y por ahí los convertimos en sinfonías, en poemas, en cuadros o en novelas”. (Sosnowski, Saúl. Modelos para desarmar, entrevista con Julio Cortázar en Espejo de escritores, 1985)
1 comentario:
Hola María Cristina
Andando de paseo por la red, en busca de contadores de cuentos para aprender y compatir, me encontré tu "La biblioteca de Cristina" y aquí estoy leyendo. Felicitaciones por tu espacio y por recordar a Cortazar. Un saludo desde Mérida-Venezuela. Jabier.
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