Pablo De Santis, en un reciente reportaje aparecido en la revista ADN a raíz de la publicación de su último libro, Los anticuarios, confiesa que sigue leyendo básicamente libros divertidos. Libros que potencian la imaginación, que entretienen, que dan felicidad. De eso se trata cuando el docente debe pensar un corpus de lecturas para sus alumnos.
Los chicos de la secundaria a los que suele endilgarse el mote de no lectores, son jóvenes que deben encontrarse con libros que los conmuevan, potencien su imaginación, les permitan construir su subjetividad, pensarse a sí mismos y pensar el mundo.
Uno de los caminos para lograr un hábito lector en los adolescentes lo proporciona la llamada Literatura Juvenil, ese género que ha alcanzado entidad propia a partir de la construcción de un público, el joven de 12 a 17 años y el surgimiento de autores especializados.
Si bien muchos de los textos que el mercado editorial propone al público juvenil están pensados para satisfacer demandas extraliterarias -abordan temas que suponen atender los intereses adolescentes, imitar su lenguaje, educar en valores- han surgido obras que proponen rupturas y una apuesta a lecturas más enriquecedoras.
Al margen de los libros que los jóvenes de todas las épocas se han apropiado y que no estaban originariamente destinados a ellos como Los viajes de Gulliver o El cazador oculto de Salinger por citar dos obras alejadas en el tiempo, hay en el mercado textos que permiten que los jóvenes consigan el hábito lector, formen un pensamiento crítico, mejoren su competencia comunicativa. Libros que huyen de la moralina y de la reproducción de la ideología de la sociedad dominante.
Libros “divertidos” que no renuncian a la calidad literaria y que se convierten en literatura de transición y no en literatura sustitutiva. Autores como Pablo De Santis, Ema Wolf, Marcelo Birmajer, Graciela Cabal, Silvia Schujer, Liliana Bodoc, María Tresa Andruetto, Ana María Shua, son algunos de los escritores que abordan el género con obras de auténtica calidad literaria.
Por otro lado está la literatura que consumen los jóvenes por fuera de la institución escolar, esa literatura que impone el mercado y que elimina al mediador ligado al mundo de la enseñanza , libros pensados para una sociedad globalizada construidos dentro de una lógica de marketing.
Estos libros, como la saga Crepúsculo de Meyer, producen mecanismos de seducción del público lector que ya fueron utilizados por las novelas de folletín del siglo XIX, como lo señala la especialista Gemma Lluch en su libro “Cómo analizamos relatos infantiles y juveniles”. Relatos de estructura abierta, que alimentan la añoranza de futuro, de nuevos libros, aparición de clones, proliferación de foros de Internet, creación de suspense a través de episodios que contienen información justa y la identificación del mundo narrado con el mundo del lector.
En las antípodas, Liliana Bodoc, una de las narradoras argentinas de relatos juveniles, sostiene en su artículo “Literatura juvenil sin incomodidad” que la LJ no debe ser divulgación literaria ni preparar a los jóvenes para la gran literatura, que no es precalentamiento sino pleno juego, aquella que como la adulta es capaz de producir una crisis en el lector.
Los chicos de la secundaria a los que suele endilgarse el mote de no lectores, son jóvenes que deben encontrarse con libros que los conmuevan, potencien su imaginación, les permitan construir su subjetividad, pensarse a sí mismos y pensar el mundo.
Uno de los caminos para lograr un hábito lector en los adolescentes lo proporciona la llamada Literatura Juvenil, ese género que ha alcanzado entidad propia a partir de la construcción de un público, el joven de 12 a 17 años y el surgimiento de autores especializados.
Si bien muchos de los textos que el mercado editorial propone al público juvenil están pensados para satisfacer demandas extraliterarias -abordan temas que suponen atender los intereses adolescentes, imitar su lenguaje, educar en valores- han surgido obras que proponen rupturas y una apuesta a lecturas más enriquecedoras.
Al margen de los libros que los jóvenes de todas las épocas se han apropiado y que no estaban originariamente destinados a ellos como Los viajes de Gulliver o El cazador oculto de Salinger por citar dos obras alejadas en el tiempo, hay en el mercado textos que permiten que los jóvenes consigan el hábito lector, formen un pensamiento crítico, mejoren su competencia comunicativa. Libros que huyen de la moralina y de la reproducción de la ideología de la sociedad dominante.
Libros “divertidos” que no renuncian a la calidad literaria y que se convierten en literatura de transición y no en literatura sustitutiva. Autores como Pablo De Santis, Ema Wolf, Marcelo Birmajer, Graciela Cabal, Silvia Schujer, Liliana Bodoc, María Tresa Andruetto, Ana María Shua, son algunos de los escritores que abordan el género con obras de auténtica calidad literaria.
Por otro lado está la literatura que consumen los jóvenes por fuera de la institución escolar, esa literatura que impone el mercado y que elimina al mediador ligado al mundo de la enseñanza , libros pensados para una sociedad globalizada construidos dentro de una lógica de marketing.
Estos libros, como la saga Crepúsculo de Meyer, producen mecanismos de seducción del público lector que ya fueron utilizados por las novelas de folletín del siglo XIX, como lo señala la especialista Gemma Lluch en su libro “Cómo analizamos relatos infantiles y juveniles”. Relatos de estructura abierta, que alimentan la añoranza de futuro, de nuevos libros, aparición de clones, proliferación de foros de Internet, creación de suspense a través de episodios que contienen información justa y la identificación del mundo narrado con el mundo del lector.
En las antípodas, Liliana Bodoc, una de las narradoras argentinas de relatos juveniles, sostiene en su artículo “Literatura juvenil sin incomodidad” que la LJ no debe ser divulgación literaria ni preparar a los jóvenes para la gran literatura, que no es precalentamiento sino pleno juego, aquella que como la adulta es capaz de producir una crisis en el lector.
1 comentario:
Hola Cristina, tuve el placer de estar en la charla que dio en la ciudad de Cosquin sobre literatura para adolescentes y sinceramente fue muy estimulante para mí escucharla. Estuve en la feria del libro de Cordoba y ahí adquirí en el stand de Editorial Comunicarte uno de sus libros, Pasaje a la frontera, y mi hija ya se apropió de él!
Ha sido un enorme gusto haberla conocido. Ojalá haya una próxima vez. Cordialmente, Silvia.
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