jueves, 5 de junio de 2008

La rata de Jo


Scrabble era la rata amiga de Jo March, que vivía en la buhardilla donde ella escribía sentada en un viejo sofá y tenía por escritorio una cocina de hojalata en desuso por la que –seguro- merodeaba el roedor devorándose sus páginas escritas con letra apretada. Yo me preguntaba, por aquel entonces, cómo se podía ser amiga de una rata y a la vez escritora.
Una rata y no un gato se avenía más a un espíritu de temple como el de Jo, que era la única de entre sus hermanas que tenía conciencia de que la guerra –la de Secesión, se entiende- era ese monstruo que casi se devora a su padre y que también parecía deglutirse al país.
Jo March era el modelo de muchacha con la que muchas nos identificamos. El libro, Mujercitas de Louisa May Alcott, leído a mediados de los años sesenta al calor de un incipiente feminismo y como preámbulo de esa imagen de mujer que íbamos a encarnar en los setenta devorando a Simone de Beauvoir e imitando sus presupuestos de libertad e independencia de la mujer. Pero volvamos a la rata. Scrabble mira a Jo deslizar febrilmente la pluma sobre el papel. Escribe cuentos no para pasar el tiempo, sino porque tiene una profunda fe en su destino de escritora. Escribe con la conciencia de quien lo hace para ser leído. La escena es recordada por todas las lectoras fervientes. Jo llega con el periódico y se tira en un sillón simulando leer. Las hermanas le preguntan si hay algo interesante y ella responde que nada más que un cuento titulado “Los pintores rivales”. Frente al pedido de las hermanas Jo lo lee sin dar a conocer quién es el autor. Lo lee con vergüenza, apresuradamente. Siente esa sensación de todo escritor que somete por primera vez un texto propio a la consideración de los demás y, cuando termina la lectura, no cabe de la alegría que le provocan las apreciaciones de Amy y de Beth.
Scrabble, mientras tanto, en su oscuro rincón de la buhardilla, olisqueando las migas de pan que han caído de la falda de Jo esa mañana sabe el otro lado de ese cuento, ha sido testigo de todos los borrones, tachaduras, papeles abollados que su amiga ha tenido que transitar mientras escribía el cuento que el periódico había aceptado. Son cosas que sólo una rata sabe, una rata de escritora, que suele ser parienta del ratón de bibliotecas, un espécimen tan obsesivo como un escritor.

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