domingo, 13 de julio de 2008

Vicente Trípoli, el amigo de mi padre


Vicente Trípoli, era el nombre de un escritor que había sido amigo de mi padre y cuya mención me deslumbraba en mi infancia pueblerina. Otros podían tener padres que conocieran a príncipes y embajadores, pero que el mío hubiera sido amigo de un escritor, era para mí, en aquel entonces, fascinante.
Se habían conocido en la década del 30 cuando ambos adherían a FORJA, Fuerza de Orientación Radical de la Republica Argentina, un movimiento ideológico surgido de la crisis de la Unión Cívica Radical, acelerado a raíz de la muerte de Hipólito Irigoyen que albergó a personalidades como Arturo Jauretche, Homero Manzi, Luis Dellepiane, Gabriel del Mazo, Atilio García Mellad, Jorge del Río y Darío Alessandro (padre). Raúl Scalabrini Ortiz. Su propuesta era nacionalista, de denuncia y de oposición al neocolonialismo.
No fueron muchas las anécdotas que mi padre me contó sobre su juventud en Buenos Aires y sobre su relación con Trípoli. Creo que mencionó que era manco, o tal vez esto lo he inventado, los recuerdos tienen la virtud de deformarse con el tiempo. Me regaló dos de sus libros: Los litorales, una edición de autor de 1942, cuya tapa está ilustrada por mi padre. El dibujo representa a un cardo hecho a plumín sobre una cartulina amarillenta. El otro se titula Raúl Scalibrini Ortiz, un ensayo sobre el ideario del autor de El hombre que está solo y espera de 1943.
También tuve en mis manos una carta que Trípoli le enviara a mi padre en la que había una dirección. Treinta años atrás, cuando yo soñaba con convertirme en escritora y aún la poseía, le escribí a Trípoli. Éevocarl me respondió y convinimos un encuentro. Fui a su casa en un viaje a Buenos Aires, pero no lo encontré, alguien me dijo que había salido y que tal vez no volvería esa tarde. Me rendí fácilmente porque tal vez eran otras mis preocupaciones.
Hoy casi nadie recuerda a Vicente Trípoli, salvo Osvaldo Bayer, en una nota publicada en Página/12 para al librero Damián Carlos Hernández el fundador de la legendaria librería Hernández, donde los jóvenes pensantes de su época se reunían a discutir y a leer. De él dice Bayer: “Vicente Trípoli, escritor de arrabales, calles de tierra y veranos con sillas en la vereda. Recuerdo cuando ahí en Hernández Trípoli me escribió una dedicatoria en su libro “Che, rubito, adiós”, ese catálogo de pensares y sueños de Rubito, Panadero, Tito, el Negrito, Alberto, Juanín, Carnisa, Nito, Ronquito, Maximino, Cantalicio, el Peca, Chupino... Vicente Trípoli, que se definía como “poeta ignoto, comentarista aliterario, cuentista muy conocido en indescubiertos aledaños, linyera de la consonante y croto de la novelística”.
Guardo una foto de estudio en la que Vicente Trípoli está con mi padre, Manuel Alfredo Alonso, ambos con una pipa en la boca, luciendo jóvenes y pensativos.
Ahora que lo pienso, si escribo es también en parte porque mi padre fue amigo de un escritor. Eso, en el imaginario de la infancia tiene una potencia que impulsa toda la vida.

2 comentarios:

reydelaboca dijo...

Trabajo en una biblioteca y en este momente estoy indizando dos libros de Vicente Trípoli: un ensayo sobre Macedonio Fernández y la novela "Che Rubito Adiós". Muy buena y sentida la evocación que hace de la relación de su padre con Trípoli. Cosas como estas, me hacen seguir creyendo en el arte, en los artistas. Un saludo. Rodolfo Edwards

María Cristina Alonso dijo...

Gracias Rodolfo. Tengo el ensayo de Macedonio pero no la novela. Gracias por tu comentario. Saludos