
Otros náufragos famosos harán el deleite del público juvenil. En 1719 aparece el Robinson Crusoe de Daniel Defoe, y en 1726, Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, dos obras que entran a formar parte de la literatura subterránea de los niños, fascinados por esos textos que, más allá de sus complejas ideas sobre la condición del hombre, hacen de Robinson y Gulliver dos héroes insuperables, dos héroes enfrentados con la aventura absoluta. Por lo demás, proliferaron versiones y adaptaciones, traducciones de traducciones, no siempre felices.
Con Robinson, Defoe utilizó la ficción para profetizar sobre los procesos económicos y sociales del momento histórico. Es más, Robinson Crusoe ha sido considerado el perfecto símbolo del hombre económico, resultado de la sociedad moderna, llegando a verse incluso como el prototipo del joven precapitalista inglés, cuyo pecado radica en no estar nunca conforme con lo que tiene y siempre querer más. Sin embargo, el lector juvenil leyó en él las virtudes del héroe que atraviesa pruebas en la soledad y casi al borde de la locura, capaz de volver a su patria invicto y acompañado por el fiel Viernes.
Con Gulliver, Swift quiso amargarnos la vida. Con su duro sarcasmo, el escritor irlandés flagela a la humanidad mostrando la soberbia y la ambición sin límites de sus congéneres. Pero también Gulliver, además de decirnos que somos espantosos, atraviesa mundos fantásticos, seres pequeñísimos y gigantes, y se queda con los caballos, seres pensantes y racionales.
Los viajes de Gulliver, sombría novela que, si bien fue objeto de apropiación por el público juvenil, es mucho más que un relato de aventuras, es una reflexión desgarradora sobre la condición humana. Para Gulliver, después de su largo viaje lleno de experiencias extraordinarias, visitando reinos y civilizaciones exóticas, acaso más justas que las europeas, el retorno parece imposible. Pero vuelve porque, dice el navegante: “¿quién no se siente arrastrado por sus fobias y por su parcialidad hacia el lugar en el que se ha nacido?”
Toda la literatura de aventuras girará en torno a los tópicos que estos dos geniales autores imprimieron a sus héroes: la soledad, los obstáculos por vencer, los mundos desconocidos, la confrontación con la naturaleza. Lo saben de sobra los fanáticos seguidores de Lost, la serie televisiva que narra las aventuras de un grupo de supervivientes a un accidente aéreo ocurrido en una misteriosa isla del Océano Pacífico.