martes, 25 de marzo de 2008

MANSILLA


Sobre el lomo del caballo escribe, Mansilla,
su viaje hacia el interior de los bárbaros
ha conocido, Mansilla, el exótico perfil del Himalaya
los salones de París, las calles de Londres,
los guantes de fino cuero, la levita y el frac
pero, alegre, con ese optimismo decimonónico,
recrea conciliábulos con los ranqueles.
Es el viajero que anda
por el mundo
enamorado
de sus contrastes.

Hablemos de Luico V. Mansilla, que es un héroe diferente. Un héroe feliz. Un hombre que ha viajado por el mundo desde joven, que ha ido a la India a los 18 años y subido al Himalaya, que se ha paseado por los salones de Londres, de París, de Buenos Aires. Es fino y culto, viene de una familia adinerada (sobrino de Rosas) y se enamoró incontables veces. Cree en una Argentina con destino de progreso como todos los hombres de fin de siglo. Sin embargo mira al mundo sin prejuicios y hace ese viaje al interior, a las tolderías, con la misión de establecer tratados de paz, como emisario de la "civilización" que sólo quiere exterminar al indio. Pero él tiene otra cabeza, no ha andado el mundo de gusto y reconoce que los términos civilización y barbarie no son verdades absolutas, que, en muchas ocasiones, los raqueles por ejemplo, son más civilizados, más piadosos y solidarios que los blancos. Piensa que la solución no es el exterminio sino la asimilación a través de la religión y el trabajo.
Me encanta lo que dice en Una excursión a los indios ranqueles: "hay que vivir para experimentar contrastes", tocar los extremos donde se encuentra la felicidad. Y al tocar los extremos se da cuenta de que el mundo occidental sólo ha desplegado su barbarie sobre los más indefensos, los ha llenado de vicios, los ha ido destruyendo lentamente para darles el mazazo final.
Escribe sobre el lomo del caballo, escribe para dar cuenta de su fuerza y salud, de su capacidad de descubrir los verdaderos valores en la naturaleza, en ese viaje interior mucho mejor que en todos los libros y opúsculos del resto de los blancos. Escribe para decir que los ranqueles le han dado lecciones de humanidad y, de paso, porque no es un santo, sino un tipo que quiere a toda costa ocupar altos cargos en el gobierno, que es el hombre ideal, que conoce a la tierra porque ha dormido sobre el caballo mirando las estrellas y sabe apreciar que no hay manjar más grande que una tortilla de avestruz comida a cielo abierto.
Me gusta Mansilla. Se muere viejo, se muere enamorado, en París como era de esperar, luciendo una estampa vigorosa a pesar de su ceguera, a los ochenta años. Me gusta releer su Excursión, es la obra de un vanidoso, de alguien que se sobrevalora, pero que también sale del corral ideológico de su época. Es un turista, pero un turista inteligente y sagaz que hace del viaje una fiesta para él y para nosotros, que lo leemos.

1 comentario:

Rubén Bourlot dijo...

Es verdad lo que comentás de Mansilla, un personaje muy interesante, típico del siglo XIX. Su comprensión del mundo originario, de la vida en las tolderías, siendo él un dandy habituado alos salones europeos, es toda una maravilla. Saludos Rubén, entre ríos.
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