lunes, 31 de marzo de 2008

LEER PARA NO MORIR


Leer es una de las aventuras más apasionantes que pueda realizar el ser humano a lo largo de su vida. Con la lectura se obtiene felicidad, entretenimiento, conocimientos, acercamiento a problemas complejos y -por ende- permite pensar el país, pensar el estar en el mundo. Y aún más, la lectura -y me refiero en especial a los libros de ficción- salva al hombre del dolor y de la muerte. En una recorrida por un pueblo abandonado, en el que aún persisten unos pocos pobladores, un hombre me dijo que iba a suicidarse porque su mujer y sus hijos lo habían dejado, pero unos pocos libros que había en un rincón de su casa le salvaron la vida. El pueblo se llama Máximo Fernández, situado en la llanura bonaerense. En él aún persevera un puñadito de habitantes que viven alejados del mundo. En otra época, una estancia daba vida y trabajo a esos pobladores rurales. Pero la estancia quedó abandonada y los que trabajaban en ella fueron emigrando. El tren dejó de pasar. El bosque fue comiendo las casas hasta convertirlas en taperas. La vegetación que estalla en verdes intensos es el paisaje en el que Raúl hace quince años vive en una casita sin luz ni agua, con un patio picoteado por las gallinas, sobreviviendo con el escaso provecho que le saca a la tierra.
Las voces del mundo le llegan desde una radio que cuelga en el patio de un alambre y el resto es la soledad de sus días todos iguales.
La historia de Raúl es singular. Vivió de joven en Buenos Aires, pero su deseo utópico de existir en medio de la naturaleza -un tanto robinsonianamente- lo decidieron por ese alejado punto de la tierra en el que el tiempo se cuenta por los autos que pasan por el camino o por el deslizarse del sol entre los árboles. Allí fundó una familia numerosa, pero desde hacía tres años, su mujer y sus siete hijos lo habían abandonad para irse a vivir a una ciudad cercana.
Raúl contaba, para quien quisiera oírlo que, cuando se quedó solo, se sentó en una silla desvencijada del patio y se puso a llorar. Después pensó en morir, pegarse un tiro o tomar veneno de hormigas. Un día, en un rincón del rancho encontró unos viejos libros algo deshojados y se puso a leer. La lectura lo salvó, los acontecimientos que ocurrían en la literatura lo alejaron de la muerte.
Leer para no morir. La lectura de ficción otorga un sentido a la existencia, nos ayuda a desdoblarnos en otros, a ser otros mientras recorremos las páginas de un libro. El lector se construye con la lectura a la vez que, en el acto de leer, reconstruye su propia vida.
Emily Dickinson sentencia en un poema: “No hay mejor fragata que un libro para llevarnos a tierras lejanas”. El libro como metáfora del viaje, la posibilidad de escapar o ausentarse por un tiempo de los sinsabores cotidianos. Es que al lector apasionado, no le alcanza la vida para leer todo lo que sueña. Según cuenta Fernando Savater, las últimas palabras de Marcelino Menéndez y Pelayo, el destacado erudito, fueron “Qué lástima morirse, cuando aún queda tanto por leer”.
Raúl podía decir que la lectura le ayudó a recuperar las ganas de vivir, porque después se hizo socio de la biblioteca de Bragado -la ciudad más cercana- y siguió leyendo a la luz de la lámpara de kerosene, libros de filosofía y novelas hasta que el dolor por la pérdida se atenuó y consiguió resignación.
En todas las épocas la lectura ha sido un acto de resistencia. La palabra escrita, y sobre todo la literatura es también, un lugar en el que el lector continúa sus combates, reorganiza la esperanza, encuentra en los mundos inventados lo que la realidad le escamotea. Podrán cambiar los soportes de lectura, pero el discurso de la ficción quedará como testimonio para las próximas generaciones, mantendrá viva esa posibilidad de hacer más soportable la existencia.

1 comentario:

Patricia Adriana Riccelli dijo...

Hola Cristina!!! un placer tu blog...y el texto "leer para no morir" me sentí identificada con Raúl. Desde mi infancia los libros me salvaron de no morir... como me ayudaban a escapar de mi realidad vacía...los diversos personajes llegaron a constituirse en mi familia. penetraron tanto en mí que hoy gracias a ellos soy maestra, bibliotecaria escolar y profesional. Y con una licenciatura en curso, también con un Blog en construcción.
Saludos.
Patricia.