jueves, 13 de marzo de 2008

Viajes y literatura


VIAJAR PARA CONTAR


Desde los textos ficcionales más antiguos que se conocen, contar es siempre contar un viaje, es narrar la experiencia del viaje en busca de historias. Con el paso del tiempo la literatura fue complejizando esta concepción, pero la misma persiste como una matriz. Viajes que, a veces, sólo se hacen con la imaginación. La literatura está llena de viajeros, porque el viajero, a lo largo del camino encuentra una verdad y también se adueña de una nueva mirada sobre el mundo.
En la novela Los premios de Julio Cortázar se narra un viaje marítimo. Comienza en el bar London donde se juntan personajes de distinto niveles sociales que han sido unidos por el azar de una lotería que los ha premiado con un viaje por mar, del que ignoran casi todo. Tan misterioso es el viaje a bordo del Malcom que los pasajeros no pueden hablar con el capitán ni con los marineros, no pueden pasar a popa y no pueden tener ninguna comunicación con la costa.
La experiencia de escribir es en sí misma un viaje a lo desconocido. El escritor sabe de dónde parte pero, como en novela de Cortázar mencionada, el que escribe está en la misma situación que los pasajeros del Malcom: sabe que parte pero no hacia dónde y, como ellos, se le impone la condición de que sólo podrá ocupar la mitad del barco. La otra mitad, que es la metáfora de lo que el escritor desconoce del texto que va construyendo, está atestada de palabras inhalladas, de problemas con la trama o la estructura, de personajes que se mueren antes de aparecer. Esa es la zona secreta de la escritura, el territorio vedado y, a veces, como en el Malcom, las puertas son verdaderamente infranqueables.

DESDE LA NAO, LOS PECES VOLADORES

El viaje en sí mismo incita a contar. Los relatos de viajes conforman todo un género. La conquista de América no sólo se hizo con la fuerza de la espada y la ambición del oro, sino también con palabras. Cristóbal Colón buscaba palabras en su Diario para describir el nuevo mundo que aparecía ante sus ojos. Cronistas oficiales y particulares contaban sus viajes a América y eran leídos con interés por los lectores europeos rivalizando con el género más difundido en el siglo XVI que eran las novelas de caballería. En aquellas crónicas, la fantasía y la realidad se mezclaban. Gonzalo Fernández de Oviedo rememoraba: "Yo me acuerdo una noche, estando la gente toda del navío cantando la salve, hincados de rodillas en la más alta cubierta de la nao, en la popa, atravesé cierta banda de estos pescados voladores, y quedaron muchos de ellos por la nao, y dos o tres cayeron a par de mí que yo tuve en las manos vivos, y los puede ver muy bien."
La travesía es mucho más que un viaje, es un recorrido que no sólo abarca el tiempo que se tarda en ir de un espacio al otro, sino que implica la experiencia que se va acopiando, la apuesta que se hace al salir, que además conlleva una búsqueda en el fondo de uno mismo. Enrique Pessoa recuerda que "antiguos navegantes tenían una frase gloriosa: "Navegar es necesario; vivir no es necesario", y afirma: "Quiero para mí el espíritu de esta frase, adaptada su forma a lo que soy: Vivir no es necesario; lo necesario es crear".
El hombre ha vivido en travesía permanentemente, y si la culminación de cada una de ellas significa avances deslumbrantes, fue la instancia de la travesía lo que le dio sentido a tanto esfuerzo.

VIAJEROS ILUSTRES


Pensemos en las travesías literarias famosas: Ulises volviendo a Itaca y sorteando tempestades y naufragios, cíclopes, hechiceras y ninfas. Dante viajando al más allá, Rodrigo Díaz de Vivar rumbo al exilio, del que volvería cargado de gloria y de botines de guerra. Gulliver visitando mundos, Marco Polo descubriendo las maravillas de Oriente; Don Quijote viajando en su locura para darle forma a sus sueños, Robinson Crusoe con destino a su isla solitaria; el Capitán Nemo en su misterioso Nautilus; Salgari, escapándose hacia mares desconocidos en barcos audaces que enfrentaban huracanes y olas inmensas para sobreponerse a su vida miserable y carente de aventuras. Y otro viajero, Juan Salvo, el de EL Eternauta, la historieta de Oesterheld, atravesando mundos y tiempos para reencontrarse con su mujer y su hija perdidas cuando los Ellos invadieron el planeta. Travesías, múltiples, audaces, desdichadas, felices. De puerto a puerto el bagaje crece, los ojos se tiñen con la luz del asombro que se incorpora. En el desafío de la travesía, la mirada cambia, y un nuevo tiempo se inaugura.
El hombre ha querido contar, en todos los tiempos las fluctuaciones de la realidad. Un viaje es siempre una promesa y también una experiencia apremiante. Porque como escribe Bioy Casares "La impaciencia es un mal que aqueja a los viajeros. Si uno anda, quiere llegar, y si ha llegado, muy poco después quiere partir. ¿Dónde está , pues, el placer del viaje? Como el de tantas cosas, en la mente, en el recuerdo".
Desde otra mirada, Héctor Tizón opina que "la vida de un hombre es un largo rodeo alrededor de su casa".






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